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Opinión

La actualidad manda: El Barranco de las Manolitas-Zacateclas

Reflexión del cronista oficial de Telde, Antonio María González Padrón, licenciado en Geografía e Historia

TELDEACTUALIDAD/Telde 1 Viernes, 07 de Marzo de 2025 Tiempo de lectura: Actualizada Viernes, 07 de Marzo de 2025 a las 19:03:40 horas
Salinetas en 1965 (Hdez. Gil J. Fedac)Salinetas en 1965 (Hdez. Gil J. Fedac)

La actualidad manda: El Barranco de las Manolitas-Zacateclas (mal llamado de Las Salinetas)

Hace ahora casi cinco meses, concretamente el 18 de octubre del año pasado, publicamos en este mismo medio digital, TELDEACTUALIDAD, un artículo que no dudamos en calificar de premonitorio ya que en él desarrollamos con toda suerte de detalles lo que acertadamente titulamos: Arribadas, avenidas o venidas de las aguas por el cauce del barranco real de Telde y otros de la comarca.

 

Desgraciadamente la Historia suele ser cíclica, máxime cuando la acción humana no hace nada por evitar[Img #1000600] situaciones, que por repetitivas no deben jamás definirse como naturales o inevitables. El ser humano como otros animales en este ultimo caso carentes de nuestro grado de inteligencia, son promotores de las más diversas transformaciones paisajísticas. Unas para bien y otras, efectivamente para mal. El castor recolecta trozos de arbustos, ramas y hojas para formar su sorprendentes diques e ínsulas flotantes en donde tener a buen resguardo su hogar para su protección y el cuidado de su progenie, hasta la madurez de éstos. Las aves, desde las vistosas águilas imperiales pasando por las hacendosas cigüeñas, los perseverantes pájaros carpinteros o las más comunes cotorras y jilgueros elaboran sus nidos colocándolos en lugares muy dispares, a veces el peso de los mismos o su situación hunden tejados o taponan gárgolas y demás bota aguas. La naturaleza es así, ni el jilguero ha aprendido a través de su existencia de miles de años que no debe anidar en los espacios evacuadores de aguas, ni la cigüeña ha dejado de hacer su nido-hogar en las altas torres de catedrales, iglesias, etc., añadiendo a sus cubiertas hasta cien kilos de su llamativa estructura nidal, cuasi circular.

 

Ahora bien, el ser humano a gala distinguirse de todos los seres animales por ser dueño y señor de las complejas acciones que forman su raciocinio, por lo que éste debería estar siempre alerta a la interpretación que la Madre Naturaleza va señalando en tiempo y forma. Para entendernos, si somos capaces de mandar artefactos a recorrer millones y millones de kilómetros en el Sistema Solar y ya estamos pensando en cómo colonizar nuestro satélite, La Luna, para desde allí acometer la colonización del Planeta Rojo, Marte; si en verdad nos preocupa nuestra supervivencia como dueña y señora de nuestro Planeta Tierra, causa risa por no decir estupor que el país más poderoso del mundo elija democráticamente a un presidente negacionista que le da la espalda a una realidad constatable cual es el cambio climático. Eso me hace recordar un antiguo cuento que me hacía mi tío Antonio Guedes, y que más o menos se desarrollaba así: Había un hombre que era por todos conocido como Don No lo Veo, pues a todo lo que se le decía y por muchas pruebas que tuviera su interlocutor para dar por cierta su afirmación, él elevando la voz sobre todos los concurrentes y con arrogancia supina soltaba su frase lapidaria : Pues, ¿Qué quiere que le diga?, yo no lo veo. Un buen día un conocido médico oculista, el doctor Barry, estando junto a este personaje en la Playa de Melenara le señaló las manchas existentes en un mas que fulgurante Sol. Don No Lo Veo, extasiado y por espacio de unos cuantos minutos no apartó la vista del Astro Lumínico hasta que avisado por el doctor bajó la vista y, al señalarle éste unas barcas que venían a vararse en la orilla le preguntó ¿Caballero, ve usted el esfuerzo que hacen los marinos para sacar sus barcas de La Mar? Y él le contestó, ¡No lo veo! y siguió ¡No lo veo, no lo veo, no lo veo! Y es que se había instalado en sus ojos una ceguera momentánea pero pertinaz producida por la incidencia de los rayos del sol sobre sus ojos. El dr. Barry con toda paciencia le dijo: Hay dos formas de ceguera, una por el uso abusivo de la luz y otra por la ausencia de ella. don no lo veo, ¿Cree usted que su ceguera está iluminada por su inteligencia o más bien por la negrura espesa de su falta de conocimiento? A partir de ese instante, lo empezaron a llamar don Puede Ser, pues así contestaba desterrando su clásico No lo Veo.

 

Tras lo anecdótico de nuestro relato, volvamos a lo que realmente nos interesa que sería el cómo se refleja la actividad humana en el paisaje, partiendo de que es el ser humano el actor más determinante para ello, a no ser que pongamos por delante a la propia naturaleza y sus fuerzas incontenibles.

 

Cuando asistía a las clases de Geografía Física, que magistralmente dictaba varias veces a la semana el doctor Burriel, en las aulas universitarias laguneras, éste nos insistía que el viento, el agua, los movimientos y desplazamientos sigilosos de las placas tectónicas y en Canarias muy especialmente la acción vulcanológica, durante millones y millones de años habían ido configurando los territorios, marítimos o terrestres de nuestro planeta. Aunque siempre es recurrente aquello de toda la vida lo había visto igual, tenemos que preguntarnos ¿Y qué es una vida humana, si la comparamos con los periodos creativos y transformadores de la Naturaleza? Pronto encontraremos la respuesta, los años vividos por el más longevo de los/as hombres/mujeres no superarán en mucho el siglo, en el mejor de los casos. Por lo que nuestro testimonio es válido para un periodo cortísimo de tiempo y, en el pasado las generaciones se sucedían sin que se notaran grandes mutaciones en su entorno más inmediato. La visión del paisaje, era en gran parte, estática, siempre igual, a no ser que hubiese un cataclismo de los más arriba mencionados o a partir de las grandes revoluciones industriales fuéramos capaces de intervenir directamente en todo aquello que nos rodea.

 

Telde y su comarca (Valsequillo-Telde) han conocido en las últimas siete décadas un aumento demográfico cuantitativo, pasando de unos escasos 35.000 habitantes a superar los 120.000 de los que al menos 107.000 se distribuyen en los sesenta y siete barrios, en que oficialmente dividimos los asentamientos urbanos de este último municipio. Estos barrios o pagos, más o menos alejados del centro de la Ciudad (Distritos de San Juan-San Francisco y Los Llanos de San Gregorio) van desde los 800/1.300 metros de altura sobre el nivel del mar, casos notorios de La Breña-Cazadores, hasta los litorales, que conforman las diferentes urbanizaciones costeras de La Estrella-San Borondón-LA Garita; Hoya del Pozo-Playa de El Hombre-Taliarte; Melenara-Las Clavellinas-Las Salinetas; Tufia-Ojos de Garza (El no mentar las playas de los Bocabarrancos, Aguadulce y Gando, viene dado por su escasa o nula urbanización).

 

A partir de 1955, pero mucho más al principio de los años de los sesenta y a lo largo de todas las décadas sucesivas, Telde creció de forma rápida y, la mayor parte de las veces improvisada, por no decir alegal o, si ustedes prefieren, sin ordenación urbanística que amparase la consolidación de núcleos urbanos, cuyas calles no siempre rectilíneas, ni de anchura o largura homogeneizadas, marcaban los solares que, de manera anárquica, iban edificándose con el método tan popular y a la vez usual, llamado por toda autoconstrucción. Un reconocido y prestigioso Arquitecto, el Doctor don Salvador Fábregas, el mismo que creó en los años setenta el Polígono Residencial de Las Remudas, afirmó en una de sus conferencias que en Canarias los pueblos y las ciudades, incluyendo sus dos capitales provinciales, crecían los fines de semana. Y Telde no fue ni es una excepción. Todo el que tenía un cachito de tierra, se creía autorizado a poder construirlo y así, hay cientos, miles de ejemplos de casas uni o poli familiares imposibles de concebir para una mente humana medianamente racional, sobre todo aquellas que se han hecho estrechando los cauces o colgándolas de los márgenes de los barrancos, barranqueras o barranquillos.

 

La ocupación de tierras, sobre todo al desear nivelar éstas para establecer en ellas invernaderos, hicieron que los sagaces dueños de las mismas invadieran los pequeños cauces por donde se daba salida a las numerosas escorrentías. Uno de los casos más notorios lo tenemos en el Barranco de Las Manolitas-Zacateclas (Así se le denomina desde la Conquista Castellana, y más concretamente en el documento de compra-venta entre  doña Adela Martínez de Escobar y don Juan Francisco Gómez Apolinario, fechado el 25 de diciembre de 1913).  Naciendo en la Montaña de Las Huesas o un poco más arriba, se le debe denominar en su primer tramo Barranco de Las Manolitas, para trocar su nombre un poco más abajo por Barranco de Zacateclas. Todo él viene a desembocar en la otrora pedregosa playa de Las Salinetas, hoy ocupado por un manto de arena, en el 99% de su superficie. Según testigos de la evolución de dicho espacio y también según nuestro propio testimonio, todas las fincas que dan a dicho cauce le ganaron, al menos, diez o quince metros por cada margen y, en algunos casos, más. Así, si en los años 40-50-60 del pasado siglo XX, Zacateclas tenía un ancho de veinticinco o treinta metros, con el tiempo se quedó reducido a unos escasos cinco metros y, en algunos lugares, como a la altura de la GC-1 (La llamada autopista del Sur) a su paso por la antigua Ikea, no solamente se estrechó su cauce sino que además se le desvió ligeramente hacia el norte, para utilizar el mismo como entrada subterránea de los vehículos, que saliendo de la vía anteriormente mentada, debían  proseguir su camino hacia la Urbanización Industrial de Las Salinetas o hacia el concurrido Vial Costero Las Salinetas-Las Clavellinas-Melenara-Playa del Hombre-Hoya del Pozo-La Garita-San Borondón-La Estrella.

 

Muchas de nuestras barranqueras y barrancos han visto como sus fondos pedregosos, en su mayor parte ocupados por cantos rodados de pequeñas y medianas dimensiones, han sido literalmente barridos para, en su lugar, realizar improvisados aparcamientos, campos de futbol, espacios de recreo, más o menos autorizados.  Esto ha sido normalizado de tal forma y manera que cuando subimos por el Valle de los Nueve, Arenales-Barranco de Los Cernícalos, Barranco de las Bachilleras, o Melenara, podemos ver numerosos vehículos aparcados en medio de barrancos, que si bien permanecen secos durante buena parte del año, no es menos cierto que ante unas lluvias torrenciales cobran vida y también, por que no decirlo, se pueden cobrar vidas.

Recientemente hemos tenido ocasión de comprobar como los usuarios de nuestros barrancos, hace caso omiso a las indicaciones de la AEMET, Protección Civil local y hasta los consejos del Sr. Alcalde, que con 48 horas de antelación y, por todos los medios a su alcance, recomendaban cómo debía sacarse los vehículos de ésos y otros espacios naturales so peligro de padecer graves accidentes por el aluvión de aguas procedentes de una pluviometría anómala por la ingente cantidad de litros por metro cuadrado a evacuar.

 

Si echamos un vistazo a los tres barrios fundacionales de Telde, a saber: San Juan, San Francisco y Los Llanos de San Gregorio, podemos comprobar cómo fueron levantados sobre tierras inclinadas de Oeste a Este, de tal manera que las escorrentías siguieran la misma dirección. En estos distritos las inundaciones son mínimas, pues además del desnivel de sus calles a favor de una mejor evacuación de las aguas, nuestros campesinos tuvieron la ingeniosa idea de hacer pequeños diques en forma de guardias muertos, que como de canaladuras desviaban las aguas de lluvia, desde el firme de caminos, veredas, carreteras y calles/callejones hacia uno de los lados de los mismos, conduciendo mansamente esos pequeños ríos hídricos a traga aguas perfectamente distribuidos, que se convertían en colectores, y a través de acequias y atajeas, irremediablemente, llevaban  el preciado líquido a Gavias, estanques y aljibes. Lo anteriormente mentado dice mucho de una sociedad previsora y por qué no decirlo, también carencial, en donde el agua era uno de los bienes, si no el más preciado de todos los existentes.

 

En los últimos años de la centuria anterior y todos los que van en la presente, se han llevado a cabo amplios programas de repavimentación de nuestras vías interurbanas y carreteras comarcales. Aunque agradecemos enormemente a las Administraciones Públicas sus desvelos, tenemos que acusarles de supuestas negligencias a la hora de no exigir a sus técnicos diseñar unos planes que eviten las inundaciones. Nos explicamos, es usual ver como los reasfaltados se hacen superponiendo a las superficies viales ya existentes, capas y capas de nueva factura, lo que hace que, en muchos casos, las vías hayan subido su nivel y hoy se coloquen al mismo que las aceras o por encima de éstas. Una fotografía, tomada en 1925 de la antigua Calle Real, hoy León y Castillo, nos hace afirmar que al pavimento de callaos, antes existente se le han puesto tantas capas de asfalto que hoy quicialeras de zaguanes, que se encontraban a 30-35 centímetros de altura con respecto a la acera colindante y algo más sobre la calle, hoy en día no superan, en sus mejores casos los cinco o diez centímetros. Como podrán comprender, esto es un ejemplo más de la improvisación como norma ejecutoria de la Obra Pública. Motivo por el cual no ha de extrañarnos, que últimamente las antes inundables casas de las calles principales de la Ciudad, hoy estén a merced del número de litros que caigan durante los breves o largos periodos de lluvia.

 

Los barrancos tradicionalmente se ocupaban para establecer en sus márgenes algún que otro molino, también apriscos para guardar el ganado lanar y caprino, así como cochineras para habitáculos de puerco, cerdos o cochinos. Las lavanderas alisaban los montones de piedra viva o guijarros, dejando a los majanos preparados para poner a secar las ropas y demás tejidos de sus coladas. Los curtidores o dueños de batanes hacían otro tanto con las pieles que debían tratar. Cuando corría un barranco era muy usual ver pasar a trompicones, sobre las aguas o entrando y saliendo de ellas, animales de diferentes especies , resto de algún gallinero o palomar y algún que otro mueble viejo, que previamente se había desechado.

 

Hoy en día, en los cauces de nuestros barrancos, no pocas veces, ante una crecida de las aguas vemos desfilar coches abandonados, neveras, lavadoras, televisores inservibles y toda suerte de materiales plásticos.

 

Los habitantes de unas Islas cono las nuestras, que viven del turismo, deberían estar más atentos al orden y concierto de sus paisajes en general, y en el caso de Gran Canaria de sus bellísimos barrancos.

 

En épocas pretéritas, el campesino o campesina de nuestros lares aprovechaba con esmero casi todo lo que daba la Madre Naturaleza, así, algo tan superfluo, pero no necesariamente irrelevantes como los restos de arbustos y arboles sitos en los márgenes y fondos de barrancos eran motivo de recolección para utilizarlos e el fuego de cocinas y hogares. Asimismo la invasora caña, que en algunos cauces forman verdaderos e impenetrables diques, tenían un normal aprovechamiento y otras plantas servían de alimento para el ganado llamado de suelta o pastoreo. Lo cierto es que los cauces , en la mayor parte de los barrancos insulares, estaban limpios y el agua por muy atropelladamente que viniera, tanto en fuerza como en cantidad, no encontraban obstáculo alguno para llegar con cierta mansedumbre al mar.

 

En el caso concreto de los barrancos de El Negro-El Mondongo, que desemboca en la parte Norte de la Playa de Melenara y el de Las Manolitas-Zacateclas, cuyas aguas llegan al centro de la Playa de Las Salinetas, se dan todos los casos posibles de ocupación y suciedad ambiental, en que por sobrar , no faltan ni plásticos ni maderos de antiguos y abandonados invernaderos. Añadiéndole a éste problema que los arcos que forman los ojos de sus respectivos puentes, ha quedado obstruidos en altura en más de un cincuenta por ciento. En los años sesenta-setenta del pasado siglo XX, cualquier persona a gatas si era adulto o a pie, si media menos de un metro cincuenta centímetros, podía deambular por ellos, hoy ni reptando se podría pasar por ahí. Tierras, piedras, basuras de toda clase, restos de vegetación hacen de tapón en ambos elementos de ingeniería.

 

Este Cronista, que tiene a gala  pasearse con mucha frecuencia por las distintas zonas de nuestro municipio, es fiel notario de todo lo que aquí ha expuesto y me uno a la certera opinión de mi muy apreciado amigo don Ricardo Suárez Hernández, vecino de Las Salinetas, en que urge una limpieza sistemática y constante de los barrancos de Gran Canaria en general y, dada sus pésimas condiciones actuales los del municipio de Telde, muy particularmente.

 

El Gobierno de Canarias y el Cabildo de Gran Canaria, a través de sus Consejerías de Medio Ambiente y Obras Públicas deben implicarse en tan sangrante tema. Eso sí, después de elaborar sesudos informes científicos, realizados por quien o quienes correspondan, siempre avalados por la experiencia y la profesionalidad debida, huyendo en todo momento de opiniones populistas y, en muchos casos, oportunistas, que haberlas haylas.   

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