
Nuestro profesor de Climatología, el Dr. D. Francisco Quirantes González, de la Facultad de Geografía e Historia, en la Universidad de San Fernando de La Laguna, resumía los estados del tiempo en Canarias como una lucha continua entre los aires frescos y húmedos del Anticiclón de las Azores, popularmente conocidos por Alisios y, los más calurosos y secos del Desierto del Sáhara, a los que por aquí se le conocen por Siroco.
Los primeros, con suerte traían lluvias, tan necesarias como benefactoras para todos los seres vivientes y, los segundos, aportaban grandes cantidades de fino polvo que propiciaba toda clase de alergias. Durante gran parte del año, gracias a Dios, los vientos atlánticos del norte y noroeste, lamen las trece islas, entre grandes y pequeñas, que conforman éste Archipiélago. Bien es cierto que las más occidentales (San Miguel de La Palma, La Gomera, El Hierro y Tenerife), así como la primera de las orientales (La Gran Canaria), por sus posicionamientos y más elevados relieves, abrazan las nubes que hasta ellas llegan y, gracias al choque frontal de las mismas con las grandes moles pétreas con sus más que obligados ascensos para superarlas, descargan el preciado líquido que el canario espera como si se tratara del maná bíblico. En cambio, cuando África nos regala los tórridos días o semanas con que el Sáhara impone su ensanche natural, nuestra atmósfera se hace casi irrespirable y la escasa visión de nuestros entornos, más o menos inmediatos, crea una sensación de asfixia y agobio total.
En otros artículos, hemos hablado largamente sobre los ritos, dichos y canciones más populares que, en éstos lares, usamos para atraer la lluvia o simplemente para agradecerla con sumo agrado. Los canarios son tan receptivos a la lluvia, anímicamente hablando, que a diferencia de otras regiones o países, la vida cotidiana se para en seco ante los primeros chispis-chispis que tímidamente caen sin mojar apenas el asfalto. Así, surgen las expresiones de cautela, tales como: ¡Mi niño, no salgas, ni te muevas de ahí que va a empezar a llover! ¡Jesús, por Dios, está cayendo una de mucho cuidado! O la siempre socorrida ¡Santo Cristo de Telde, agüita, agüita que la tierra está sequita! Ésta última, según la localidad, se le cambia al proveedor de tanto bien. En Agaete, la Virgen de Las Nieves; en Gáldar, el Señor Santiago o San Isidro; en Artenara, la Virgen de La Cuevita; en Teror, Nuestra Señora del Pino; en Las Tirajanas, Santa Lucía Bendita, etc.
Cualquier tiempo nublo no termina en lluvia, son esas jornadas grises (brumas o neblinas) muy propias de cumbres y de medianías norteñas, así como de lugares específicos: Santa María de Valverde (El Hierro), San Cristóbal de La Laguna (Tenerife), Teror, Valleseco (Gran Canaria). Cuando esto ocurre a nivel archipelágico, a los canarios nos invade la melancolía y tildamos a ese día de feo. En cambio, la luz solar en todas sus tonalidades hacen de nuestros paisanos gentes amables y de excelente humor. Pero lo que realmente nos alegra es una buena manta de agua, que caiga serenita y sin acompañamiento de viento. Las aguas de lluvia pueden ser de dos clases o calificaciones, por lo menos en Gran Canaria. La cumbrera, que como su nombre indica caería de forma rotunda en las cabeceras más altas de los barrancos y entre mil y dos mil metros de altura, y la repartida o repartía, que sería aquella cuya extensión más considerable cae sobre comarcas o sobre la Isla toda.
Si ojeamos los periódicos de antaño en colecciones tan preciadas como la de la Sociedad Científica El Museo Canario (Las Palmas de Gran Canaria) o la de la Casa-Museo León y Castillo (Telde), podemos empaparnos, nunca mejor dicho, de cientos de noticias, más o menos desarrolladas, en las que el periodista de turno nos informa con toda suerte de detalles de las lluvias acaecidas, en éste o en otro lugar del Archipiélago. Casi siempre se hacen eco de las grandes tormentas por lo que inciden éstas en la vida diaria de las gentes, por los destrozos ocasionados o porque eran tan necesarias, que los campos quedaron henchidos del tan deseado líquido. Al mismo tiempo que se auguran las buenas reservas hídricas que guardan estanques y gavias; así como aquellas otras que se filtrarán a pozos y galerías. Las fuentes y manantiales, que en Gran Canaria llegaron a pasar del centenar, aumentaban su caudal y muchas de ellas pasaban el verano abasteciendo a las poblaciones más cercanas. La ferruginosa de los Berrazales (Valle de Agaete), las agrias de Teror, Firgas, Azuaje, San Roque (Valsequillo de Gran Canaria), las Aguas de Castillo (Barranco de Los Cernícalos, Telde), la Fuente Santa (Temisas, Agüimes)… etc. Todas ellas, profundamente estudiadas por el Dr. Don Eduardo Navarro García.
Pero ya en el título anunciaba que lo más sorprendente de nuestras lluvias torrenciales son las arribadas, avenidas o venidas de aguas por los cauces de los profundos y largos barrancos que cortan la Isla de Gran Canaria, desde sus cumbres más altas, hasta el Atlántico, formando porciones triangulares de tierras que, en algunos lugares, coinciden con los límites de los propios municipios. Los teldenses, cuando hablamos de El Barranco, todos estamos pensando en El Real, aquel que nace a los pies rocosos de Tenteniguada (Valsequillo) y discurre tanto por el Valle de San Roque como por Tecén y Valle de Los Nueve para encontrarse en el Mayorazgo de Tara y de ahí sus cauces juntos, pasar por debajo del emblemático Puente de los Siete Ojos, camino de la Mar Océana.
Cuando, de año en año y a veces, para nuestra desgracia, de lustro en lustro o de década en década, llegan las lluvias torrenciales, casi siempre de componente suroeste, las aguas se precipitan sobre aquellos cauces resecos, que las gentes acostumbradas a verlos así, lo utilizan para toda suerte de ocupaciones. En el pasado, muchos apriscos para resguardar el ganado fuera caprino o lanar, si no se hacían en los mismos cauces del barranco, no distaban mucho de ellos, las piedras allí existentes eran más que suficientes para levantar muros y agenciarse un buen lugar para tal fin. Los cerdos o cochinos, tan de común mal olientes eran criados en cochineras o porquerías, siguiendo el modelo circular o cuadrangular de muros de piedra viva, en los mismos lugares por donde el agua estaba obligada a pasar. Los barrancos en general sirvieron siempre de escombreras para toda suerte de despojos, ya fueran éstos domésticos, industriales. Los pequeños agricultores sin tierras suficientes para la manutención de sus familias se agenciaban parte de las tierras limítrofes para establecer en ellas pequeños huertos, en donde plantaban verduras y algún que otro tubérculo.
Por todo lo dicho anteriormente, recuerdo que desde niño, si previamente teníamos la noticia de que las aguas habían llegado al Puente de los Siete Ojos, corríamos hacia allí o hacia su hermano, el puente de la Fábrica de Ron, para ver pasar entre las saltarinas y caudalosas aguas, toda clase de objetos, sin faltar gallinas, conejos, cabras, cochinos y hasta algún que otro becerro. Junto a ellos, enseres domésticos, como colchones, sillas y mesas viejas y así un largo etcétera. Nos divertía aquel caos que llenaba nuestros infantiles ojos de asombro, traducido en expresiones y articulaciones faciales de toda índole. De todo ello, lo más usual y recurrido era el ¡Ñooooosssss! Diminutivo del tan popular Coño canario.
En las últimas avenidas de aguas por el Barranco Real de Telde y también por los de Las Goteras-Marzagán-Jinámar, al norte. Y Silva, Aguatona al sur, sin dejar de nombrar los archiconocidos y más pequeños que reciben el calificativo de barranquillos: Barrancos de Madrid-La Rocha o el de Las Bachilleras-Caracol-Calero-Marpequeña y sus hermanos el del Mondongo o del Negro, Las Huesas-Las Salinetas y el de Cuatro Puertas-Ojos de Garza. Nos sorprendieron a todos los que ya fresamos más de una cincuentena de años, el panorama era bien diferente, las bravas aguas, turbias cuanto más, encontraban grandes obstáculos a saltar, pues coches, neveras, televisores, motos y demás, brincaban unos sobre otros en un anárquico deambular entre montañas de piedras y tierras que alguien trocó, desde el cauce mismo del barranco para hacer improvisadas pistas o caminos, cuando no aparcamientos ¡Los tiempos definitivamente han cambiado!.
Desde la confluencia frente al Mayorazgo de Tara de los dos ramales ya descritos del Barranco Real de Telde hasta el mar, la interesada limpieza y extracción de áridos de su cauce, no hace sino acrecentar su progresiva erosión. También es cierto que desde las Administraciones Públicas, y desde hace varios años, se viene asistiendo al diseño y creación de lo que se ha dado en llamar corredores paisajísticos, que permiten a los que nos dedicamos al sosegado caminar y al más enérgico correr, disfrutar de unas sendas más que atractivas. Como siempre, el valor no es sólo hacerlas, sino hacerlas bien, conservando el paisaje lo mejor posible, y después atendiendo a su conservación, faceta esa ultima que muchas veces, por no decir siempre olvidamos.
Uno de los atractivos mayores de la Isla de Gran Canaria, sin duda alguna son sus barrancos, algunos deteriorándose rápidamente por la afluencia masiva e incontrolada de visitantes como es el caso más que notorio del de Las Vacas, en el Municipio de Agüimes. Desconocemos si las autoridades insulares y locales, tienen algún plan para evitar tal desastre ecológico, pero no sería la primera ni la última vez que esas acciones llegaran mal y tarde.
Desde aquí hacemos un llamamiento a las Administraciones Públicas para que ejerzan con toda prontitud un plan de acción encaminada a limpiar profundamente estos parajes únicos y vigilar a propios y extraños para que no ejerzan ningún tipo de presión sobre éstos espacios paisajísticos tan dignos como cualquier otros de ser preservados.
























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