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Martes, 30 de Septiembre de 2025

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Desde la acera de enfrente

La cobardía: una epidemia silenciosa

Gregorio Viera

GREGORIO VIERA VEGA Lunes, 29 de Septiembre de 2025 Tiempo de lectura: Actualizada Lunes, 29 de Septiembre de 2025 a las 07:11:22 horas

En el escenario de la vida humana, ciertos personajes se repiten con una frecuencia alarmante: el cobarde. No nos referimos al miedo, ese sentimiento legítimo e incluso necesario para la supervivencia, sino a la cobardía, la elección consciente de ceder, callar, evadir y traicionar por comodidad, interés o simple pánico a las consecuencias. Esta no es una falla ocasional, sino una epidemia silenciosa que corroe los cimientos de nuestra existencia en todos los ámbitos.

 

Socialmente, hemos perfeccionado el arte de la complicidad silenciosa. Nos refugiamos en el “cada uno con lo suyo” para no auxiliar al que cae, para no denunciar al que abusa. Presenciamos la discriminación, el acoso y la injusticia en nuestras comunidades y lugares de trabajo, y miramos al suelo. Tememos ser el próximo blanco, ser excluidos del grupo. Las redes sociales, paradójicamente, han exacerbado esta cobardía: somos valientes detrás de un avatar para atacar, pero rara vez tenemos el coraje de defender a alguien cara a cara. La cobardía social nos convierte en una colección de individuos aislados, indiferentes al sufrimiento ajeno.

 

En un mundo que enfrenta crisis existenciales, cambio climático, conflictos armados e injusticias sociales, la cualidad más evidente en muchos líderes no es la visión, la integridad o el coraje, sino una cobardía monumental disfrazada de realpolitik. Es la paradoja definitiva del poder contemporáneo: aquellos que ostentan la mayor capacidad para actuar, son frecuentemente los más paralizados por el miedo. Esta no es la cobardía del ciudadano común, comprensible por su vulnerabilidad, sino la de quien, teniendo un mandato y la autoridad para cambiar el curso de los eventos, elige sistemáticamente el camino más fácil. Esta es la imagen que están proyectando actualmente algunos mandatarios en la Asamblea General de las Naciones Unidas.

 

Romper este ciclo exige un valor revolucionario. No el propio de los héroes cinematográficos, sino el valor cotidiano de decir no” cuando todos afirman sí”. El valor de asumir la soledad que, en ocasiones, conlleva la coherencia. La valentía no reside en la ausencia de miedo, sino en la decisión de que existen aspectos más relevantes que el propio miedo: la dignidad, la verdad y la lealtad hacia nosotros mismos y hacia los demás. La historia no la escriben los cobardes que calcularon los riesgos, sino los valientes que, a pesar del miedo, decidieron que ciertas batallas merecían ser libradas.

 

Nuestras vidas, en última instancia, serán el resultado de las batallas que elegimos evitar y de aquellas por las que, finalmente, tuvimos el valor de afrontar. En el ámbito de la creencia y lo espiritual, la cobardía se disfraza de fe ciega o de escepticismo arrogante. Es la negativa a cuestionar dogmas por temor a la exclusión o al castigo divino. Es la hipocresía de quien predica amor y misericordia los domingos, pero practica la intolerancia y el juicio los demás días.

 

Sin embargo, quizás donde la cobardía resulta más dolorosa es en el seno familiar. Es la permisividad que se denomina “amor”, cuando en realidad es miedo al conflicto con los hijos. Es el silencio cómplice ante los errores de un ser querido, por no generar tensión. Es la incapacidad de pedir perdón o de reconocer una debilidad, creyendo que la autoridad se basa en la infalibilidad. Esta cobardía doméstica propicia relaciones basadas en la mentira y la falta de respeto, creando heridas que se perpetúan generación tras generación. El miserable intercambio de la integridad por una falsa tranquilidad. Priorizamos nuestra pequeña zona de confort sobre la verdad, la justicia y el amor auténtico. Nos hemos convencido de que la cobardía es inteligencia, que “nadar a favor de la corriente” es sinónimo de sabiduría.

 

La negación de la realidad como acto de cobardía. Ante amenazas como una pandemia o el calentamiento global, algunos líderes optan por la negación o el minimalismo. Resulta más sencillo ignorar las evidencias científicas, buscar culpables o minimizar la gravedad de la crisis, que liderar una respuesta coherente, impopular y costosa. Esta cobardía intelectual, este temor a la verdad incómoda, tiene un coste que se mide en vidas perdidas y en un futuro comprometido.

 

Gregorio Viera Vega fue concejal del PSOE en el Ayuntamiento de Telde

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