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Sábado, 27 de Septiembre de 2025

Actualizada Sábado, 27 de Septiembre de 2025 a las 16:24:38 horas

Opinión

La intromisión política: un mal que se repite

José Truillo

JOSÉ TRUJILLO ARTILES Viernes, 26 de Septiembre de 2025 Tiempo de lectura: Actualizada Viernes, 26 de Septiembre de 2025 a las 07:10:10 horas

Lo que está ocurriendo hoy no es nada nuevo. Es algo que está carcomiendo nuestra institución: la intromisión de políticos en la Lucha Canaria, intentando justificar un puesto que nunca les fue otorgado por el mundo de la lucha, sino que les llegó a dedo, desde despachos ajenos al terrero.

 

Cada vez que alguien entra en nuestra institución con la pretensión de dirigirnos la mente y decidir por nosotros, mi memoria se traslada a la época de la dictadura. Entonces, cuando queríamos reunirnos —fuera en una federación, una asociación de vecinos o cualquier colectivo—, había que solicitar permiso al gobernador civil. Sí, nos daban autorización, pero con la imposición de que un policía o un comisario estuviera presente para controlar lo que allí se decía.

 

Hoy, salvando las formas y las apariencias democráticas, la historia se repite. Veo esa misma sombra en la intromisión en las juntas de gobierno, en las presiones, en las propuestas de que haya “observadores” en la próxima Asamblea… si es que llega a celebrarse, porque tal y como están las cosas, ya nada es seguro.

 

La verdad es clara: cuando la política se convierte en manipulación, y no en servicio, deja de ser política y pasa a ser un lastre. Y nuestra Lucha Canaria no puede permitirse más lastres, ni más tutelas externas.

 

1979: La independencia prometida

En octubre de 1979, la Lucha Canaria fue noticia. Un grupo de compañeros había viajado a Madrid para entrevistarse con Castejón, presidente del Consejo Superior de Deportes. A su regreso, proclamaron que se había concedido la independencia total a nuestra lucha. Aquello sonaba grande, sonaba a victoria. Pero pronto llegó la letra pequeña.

 

Pocos días después, en el propio Diario de Las Palmas, el señor Compte —lo de señor es por decir algo— se encargó de poner las cosas en su sitio. Lo que se había concedido no era una Federación, ni mucho menos un reconocimiento internacional. Se trataba, simplemente, de la posibilidad de constituirse en una Asociación, como cualquier grupo de ciudadanos que decide organizarse. Nada de pertenencia a la FILA, nada de subvenciones, nada de soberanía real en el ámbito deportivo. En otras palabras: una independencia de papel, hueca, que no cambiaba nada.

 

Y mientras se repetían esas declaraciones frías y burocráticas, otro texto aparecía el 25 de octubre en el mismo periódico, firmado por Borito. Sus palabras no hablaban de estatutos ni de reglamentos: hablaban de dignidad. Recordaban que los pueblos, cuando luchan por decidir su destino, no se detienen ante obstáculos ni claudican por miedo a las consecuencias. Que la dignidad no se negocia ni se vende, y que frente a la manipulación de ciertos medios y las conciencias vendidas, lo que corresponde es hablar claro, con argumentos y sin esconder la verdad.

 

Esa contraposición lo dice todo: por un lado, el poder central reduciéndonos a asociaciones sin alma, sin fuerza, sin futuro; por otro, la voz de quienes sabían que nuestra lucha valía más que cualquier papel firmado en un despacho.

 

Porque la verdadera independencia de la Lucha Canaria no se mide en resoluciones administrativas ni en subvenciones concedidas o negadas. La independencia está en la voluntad de su gente, en la memoria de los terreros, en la resistencia de quienes nunca aceptaron que este deporte noble quedara reducido a un trámite legal.

 

En 1979, como tantas veces antes y después, la pregunta de fondo fue la misma: ¿queremos ser un simple apéndice en las estructuras de otros, o queremos vivir nuestra lucha con la dignidad de quienes saben que forman parte de un pueblo con historia y raíces propias?

 

La respuesta, entonces y ahora, sigue siendo la misma: la dignidad no se mendiga, se defiende.

 

Y lo más doloroso es comprobar que, a pesar de la lucha que costó llegar hasta aquí, seguimos sin aprender. La injerencia política lo manosea todo. Y no es que la política sea mala en sí misma —la política es necesaria—, lo malo son quienes la utilizan para fines personales o electorales, para justificar el puesto que ocupan y, desde ahí, alcanzar otros intereses. Esa es la verdadera amenaza: cuando los que dicen representar al pueblo en realidad solo se representan a sí mismos.

 

Una historia que se repite

Casos de este tipo ya conocemos. El de Juan Enrique-Plácido Mejías, donde se torcieron caminos que debieron ser claros. El de Manuel Trujillo Artiles, Barranquera I, en Cuba, cuando intentaron silenciar desde las instituciones un proyecto nacido del corazón y de la entrega. Y ahora, el de Francisco Ribero (FranRive), un nuevo episodio de cómo la política mal entendida mete la mano donde no le corresponde.

 

Al final, siempre es lo mismo: la política no es mala, lo malo son quienes la usan para sus fines personales, para sus carreras, para asegurar un sillón. Y eso, aplicado a la Lucha Canaria, es un veneno que la va consumiendo poco a poco.

 

La Lucha no necesita ni comisarios, ni observadores, ni manos invisibles que dicten lo que debemos hacer. Lo que necesita es respeto, memoria y libertad para seguir siendo lo que siempre fue: un deporte noble, nacido del pueblo y sostenido por su dignidad.

 

José Trujillo Artiles, Barranquera IV, exluchador.

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