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Primera Plana

Narcisismo de títulos

Columna de Rafael Álvarez Gil

RAFAEL ÁLVAREZ GIL 1 Viernes, 08 de Agosto de 2025 Tiempo de lectura: Actualizada Viernes, 08 de Agosto de 2025 a las 06:49:59 horas

Qué pena aparentar vivir como quien no eres realmente. Es verdad que te beneficias del sustento y las jugosas prebendas de estar en una atalaya institucional de relevancia pública, mas siempre pendiendo del hilo de la mentira; de una falsedad construida ante los demás. Están saliendo como setas los casos de dirigentes políticos, del color ideológico que sea, que aparentaban ser lo que no eran. No estamos hablando de errores de interpretación o determinación correcta de una titulación, sino directamente de engañar, de insuflar una trayectoria con autobombo y sin merecimiento previo alguno.[Img #1017475]

 

En la Transición hubo políticos de primer nivel sin disponer de formación académica reglada, entiéndase de naturaleza universitaria. Especialmente, en la bancada de la izquierda; el motivo es obvio: o bien procedían de la clase obrera y la conciencia sindical o bien habían sufrido el largo exilio tras la victoria del franquismo en 1939. España comenzaba entonces un ciclo repleto de ilusión, pero siendo conocedora de dónde venía: una Guerra Civil, un tormento de represión (no hubo piedad sino vencedores y vencidos) y una prolongada dictadura. Pongamos por caso a Marcelino Camacho, hubo más, fundador de Comisiones Obreras que era fresador (metalúrgico) y fue determinante tanto en la izquierda como en el mundo del trabajo. Una persona de una pieza. No ostentaba titulación universitaria pero disponía de una dignidad y valía mayor a la de la legión de fingidores que estamos conociendo a son de aparentar lo que nunca han tenido. En Alemania los ministros dimiten si han plagiado sus tesis doctorales; aquí eso, aún, se antoja lejano.

 

Todo lo anterior casa con otra derivada de la política: la sobreprofesionalización. Claro, si la gente se mete en política, en la ideología que prefiera, para hacer ‘carrerismo’ pues, obviamente, se ven tentados a venderse de la forma que sea para mantenerse en su sitio. Un sitio que, desde luego, es ansiado por otros competidores dentro del partido (la vida interna de los partidos, por cierto, tiende a ser cruel) y que, además, por meras razones de la naturaleza, vienen otros más jóvenes detrás empujando. Cuestión de generaciones.

 

Cada vez es más difícil consolidar ese ‘carrerismo’ hasta la jubilación. La crisis del bipartidismo dinástico y sistémico (PSOE y PP), desatada hace una década, impide prolongar los itinerarios de antaño desde la juventud hasta la jubilación; con frecuencia, con puertas giratorias mediantes a empresas de renombre como alternativa. Lo bueno de todo esto es que, al menos así, la sociedad se percata (de una vez) que lo que ocurre dentro de los partidos acaba por afectar a las instituciones y a la democracia. La opinión pública no puede mantenerse al margen de los vericuetos de las siglas; les conciernen, no son espacios privados. Y, por encima de todo, reafirmar una categoría moral básica: vivir con la verdad es vivir con uno mismo y en rectitud hacia los demás. Se llama honestidad. Siendo quien no eres, esforzándote en aparentar desde la mentira, solo conduce a un oscuro sótano vital de infelicidad enquistada. Tenebroso desenlace.

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