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Colaboración

Bajo el árbol: La emoción de la naturaleza y su poder sanador

Esteban Rodríguez

ESTEBAN RODRÍGUEZ GARCÍA 1 Sábado, 10 de Mayo de 2025 Tiempo de lectura: Actualizada Sábado, 10 de Mayo de 2025 a las 18:34:32 horas

En un mundo cada vez más acelerado, donde el ruido urbano y la tecnología nos alejan de la esencia natural, los árboles se presentan como testigos silenciosos de una vida más armónica y saludable. Caminar por un bosque, sentarse bajo la sombra de una copa frondosa o simplemente contemplar el vaivén de las hojas tiene un poder sanador que la ciencia confirma, pero que el alma humana ya intuía desde siempre.

 

Escribió el poeta libanés Khalil Gibrán. "Los árboles son poemas que la tierra escribe en el cielo".  Los árboles no solo purifican el aire, también elevan el espíritu.

 

El árbol como refugio emocional

Desde la infancia, muchas personas recuerdan un árbol especial: aquel bajo el que jugaron, al que treparon, junto al que lloraron o soñaron. El árbol se convierte en un símbolo afectivo, un confidente sin palabras.

 

El escritor mexicano Juan Rulfo decía: “El árbol, con su soledad, se parece al hombre que piensa”. Esta comparación íntima entre el ser humano reflexivo y el árbol no es casual: ambos permanecen, soportan vientos y cambios, y sin embargo mantienen su centro.

 

Numerosos estudios psicológicos han demostrado que el contacto con entornos arbolados reduce los niveles de cortisol (hormona del estrés), mejora el estado de ánimo y favorece la concentración. El fenómeno del shinrin-yoku, o “baño de bosque”, originado en Japón, ha sido respaldado por la ciencia: caminar por un bosque al menos una vez por semana disminuye la ansiedad, mejora la calidad del sueño y fortalece el sistema inmunológico.

 

Raíces locales: construir comunidad desde lo verde

A lo largo de mi trayectoria social, implicada en el desarrollo urbano y comunitario de los barrios de la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria, así como en el tejido asociativo del estado español, he sido testigo directo del poder transformador de los árboles y las zonas verdes en los entornos urbanos.

 

He tenido la oportunidad de participar en diversas iniciativas de participación ciudadana, donde niños, jóvenes y vecinos colaboran en la creación o recuperación de espacios verdes. Lo que he comprobado una y otra vez es que cuando las personas se implican activamente en el diseño, plantación y cuidado de estos lugares, no solo crece el verde, también crece el sentido de pertenencia. Los árboles plantados en comunidad se convierten en símbolos de identidad colectiva. Se riegan con esfuerzo compartido y florecen como testimonio de un barrio vivo.

 

En estos procesos, la mejora del entorno físico trae consigo una mejora clara en las relaciones vecinales. Se crean vínculos, se establece una causa común, y se fomenta una convivencia más cercana. La naturaleza no solo embellece, reconcilia.

 

Salud física: respirar vida

Los árboles son aliados incondicionales de nuestra salud. Absorben dióxido de carbono y liberan oxígeno, pero además filtran partículas contaminantes y regulan la temperatura urbana. Estudios recientes han demostrado que los barrios con mayor arbolado tienen menores tasas de enfermedades respiratorias, cardiovasculares y estrés crónico.

 

Las zonas arboladas también invitan al movimiento: caminar, hacer ejercicio, jugar al aire libre. No se trata solo de ocio, sino de prevención y salud pública. Una ciudad que apuesta por sus árboles está apostando por el bienestar de sus habitantes.

 

Equilibrio mental bajo la copa verde

La relación entre naturaleza y salud mental está ampliamente documentada. Estar entre árboles reduce la fatiga mental, mejora la atención y genera una sensación de bienestar profundo. En las zonas urbanas, donde el estrés y el aislamiento pueden ser intensos, los árboles actúan como amortiguadores emocionales.

 

Miguel de Unamuno lo expresaba con sensibilidad: “El árbol es como el hombre, nace, crece, da sombra y frutos, y finalmente muere. En su ciclo está contenida toda la sabiduría de la vida.”

 

Contemplar un árbol nos conecta con un ritmo más sabio, más lento, más natural. Nos recuerda que hay tiempo para todo: para crecer, para florecer, para descansar.

 

La dimensión social de los árboles

Los espacios verdes arbolados son lugares de encuentro. No solo mejoran el paisaje, mejoran la convivencia. En muchas ciudades, los parques son escenario de celebraciones, juegos infantiles, clases al aire libre, y también de conversaciones que no tendrían lugar en un entorno más frío y hostil.

 

El escritor uruguayo Eduardo Galeano decía: “Mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, puede cambiar el mundo.” Y eso es lo que ocurre cuando los vecinos de un barrio deciden plantar árboles juntos, cuidar una plaza, proteger una zona verde: están cambiando su mundo cotidiano, resignificando su espacio común.

 

Educación y sensibilización desde la raíz

Involucrar a los niños en la plantación y el cuidado de árboles no es solo una actividad didáctica: es una semilla de conciencia ecológica y emocional. Los niños que entienden el valor de un árbol serán adultos más empáticos, más conectados con su entorno y más dispuestos a cuidar del planeta.

 

Gabriela Mistral lo expresó con claridad: “La tierra es una madre que no se muda, que no se compra ni se vende.” Y los árboles son sus hijos más generosos, que dan sin pedir, y que si son respetados desde pequeños, enseñan lecciones de humildad, perseverancia y gratitud.

 

 Abrazar el árbol que somos

Volver a los árboles no es solo un gesto ecológico o estético, es un acto emocional, social y de salud integral. Necesitamos más árboles en las ciudades, pero también más árboles en nuestras rutinas, en nuestras conversaciones, en nuestra manera de habitar el mundo.

 

He visto cómo en barrios olvidados, la plantación de unos pocos árboles puede iniciar una transformación profunda. Cómo un grupo de vecinos organizados puede convertir un solar abandonado en un espacio de vida. Cómo los niños que plantan un árbol lo visitan años después como a un viejo amigo.

 

Como decía Mario Benedetti: “Cinco minutos bastan para soñar toda una vida, así de relativo es el tiempo.” Y a veces, cinco minutos bajo un árbol bastan para empezar a cambiar una vida, un barrio, un mundo.

 

Esteban Rodriguez García es coach en Gestión Emocional y Mindfulness, coordinador del manual de buenas prácticas del arbolado urbano y miembro de Adapa (Asociación para la Defensa del Árbol y el Paisaje de G.C).

 

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