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Sábado, 15 de Noviembre de 2025

Actualizada Sábado, 15 de Noviembre de 2025 a las 17:16:13 horas

Caminando hacia la desmemoria (CV)

Cruces para la memoria (1ª parte)

Reflexión del cronista oficial de Telde, Antonio María González Padrón, licenciado en Geografía e Historia

ANTONIO MARÍA GONZÁLEZ PADRÓN Jueves, 08 de Mayo de 2025 Tiempo de lectura: Actualizada Jueves, 08 de Mayo de 2025 a las 20:41:37 horas

(Recordando a mi catequista Mercedita Umpiérrez, y con ella a todas las catequistas que cada día se esfuerzan en acercar a Jesucristo, a los más pequeños de la grey).

Nuestra ancestral ciudad, Telde, ha perdido muchas de sus tradiciones en aras de una modernidad mal aprendida. En estas mismas páginas, hemos hablado de algunas de ellas, que sobrevivieron a los siglos, pero que perecieron en los últimos cincuenta años del pasado siglo XX. Estas tradiciones, en su mayor parte, podían catalogarse como Bienes Culturales Inmateriales, pues solamente las palabras las sustentaban. Así como los tradicionales cuentos de Caperucita Roja, Pulgarcito y otros fueron cayendo en desuso, abatidos por la ingeniería holliwoodiense de Wall Disney con su Mickey Mousse Donald, Pluto…. Nuestros padres y abuelos vieron marchar por la larga senda del olvido lo que, hasta ese momento, eran símbolos de su identidad cultural.

 

No descubrimos nada nuevo cuando afirmamos que la sociedad teldense, como cualquier otra de nuestra región[Img #979636] o país, es heredera de la Cultura Judeocristiana unida a las tradiciones ancestrales del Mundo Clásico Grecorromano. Pero no es menos cierto que, los límites en cuanto a aportaciones culturales son muy difíciles de delimitar. ¿Qué tenemos de los pueblos del Medio Oriente o de los Bárbaros centro europeos? seguramente mucho más que lo que a simple vista pudiéramos pensar. En el caso de Canarias y concretamente de la comarca teldense, y aquí incluimos al cercano municipio de Valsequillo perteneciente a nuestro antiguo territorio municipal hasta su segregación en 1802, las aportaciones culturales son el resultado de la poliédrica amalgama de pueblos, que en este suelo patrio se dieron cita a finales del siglo XV y principio del siglo XVI (europeos de muy diversos lugares pero con masivas aportaciones de castellano-andaluces, portugueses y, en menor grado, flamencos, genoveses, etc.). A esos hay que sumar los aborígenes canarii sobrevivientes a la larga guerra de conquista, que por espacio de cinco años (1478-1483) asoló esta isla de la Gran Canaria. Y completando el polígono, los cientos, miles de esclavos negros y bereberes que fueron traídos del África cercana como mano de obra barata para el primer monocultivo que vieran nuestros campos, la caña de azúcar.

 

En una memorable conferencia dictada por el Doctor Don Antonio Rumeu de Armas (Santa Cruz de Tenerife 1912- Madrid 2006) con motivo de su nombramiento como Hijo Adoptivo de Telde, nos reseñó que nuestra sociedad insular era el prototipo más claro del perfecto mestizaje entre los pueblos antes aludidos. De ahí que muchas de nuestras costumbres y tradiciones tuvieran diversas procedencias, cuando no oscuros principios de los que sería difícil y complicado hablar.

 

Mas, la Cruz asumida como símbolo máximo de los seguidores de Jesucristo, los llamados cristianos, tiene un origen bien definido, tanto por los estudiosos del Antiguo Egipto como los investigadores de la Cultura Latina. Como es de sobra conocido, existen diferentes formas y tamaños entre las cruces: la Cruz Latina es la más común; la Griega destaca por sus brazos iguales; la de San Andrés por colocar sus brazos en aspas y, así podríamos seguir un buen rato. Tal vez, la que peor fama tiene es la llamada Cruz Gamada por su bastarda utilización en el mundo del Tercer Reich.

 

Tiene nuestra ciudad y municipio numerosas cruces, que señalan tanto espacios públicos como privados. Aparentemente pudieran tener el mismo significado, pero un estudio pormenorizado nos llevaría a diferentes interpretaciones. Sólo por marcar una línea explicativa comenzaremos por dos grandes cruces, la primera de las cuales ya ha desaparecido y la segunda, transformada, aún se conserva en su lugar originario. En el sector de San Juan, parte del Conjunto Fundacional, existe una longa rúa que desde su nacimiento se le denominó, Calle de La Cruz, hoy Licenciado Calderín. Sobre ella nos dice el antiguo Cronista e Historiador Doctor Don Pedro Hernández Benítez, que se le llamó así porque en uno de sus extremos, concretamente el de su lado Este, había un pódium o pequeña pirámide escalonada, en cuya parte superior se levantaba una Cruz de al menos dos metros y medio de altura. Teniendo la peculiaridad de poseer forma redondeada en todo su cuerpo. En la llamada cabecera y sobre los brazos horizontales, una pequeña cartela escrita en arameo, griego y latín rezaba: Éste es el Rey de los Judíos. Dicha Cruz permaneció intacta hasta principios del siglo XX, en que fue suprimida al edificarse en ese mismo lugar una casa particular perteneciente al rico terrateniente don Esteban Navarro. A todo el espacio circundante se le conoció como La Placetilla, pequeña plazuela de uso público, dispuesta a la entrada misma de la ciudad, desde las tierras de labor de San Antonio del Tabaibal. Los más viejos del lugar recordaban como a los pies de la Cruz descasaban los agricultores y sus animales de carga, así como alguna que otra cabra. A menos de veinte metros de allí, existió un pequeño abrevadero, en donde el ganado saciaba su sed antes de entrar a la urbe.

 

La otra Cruz, antes referida, era la popularmente conocida como Cruz de Jerez. Situada mucho más allá del Lomo del Cementerio (nombre que recibiría al establecerse allí, en 1905 el Camposanto o Cementerio de San Gregorio Taumaturgo), como a un kilómetro del Barranco de La Rocha y a medio del conocido como Barranco de Silva, se encuentra el Lomo de Jerez, partido casi a la mitad por el antiguo Camino Real que comunicaba a Telde con las Villas y pueblos del Sur de la Isla. En el borde derecho dirección sur-norte de esa vía y, exactamente, en donde hoy se levanta la antigua Granja Experimental del Instituto Laboral de Telde, se erigió en el siglo XVI una gran cruz sobre pequeño altar de piedra de mampuesto recubierto de cantería. El Sagrado Madero, tenía una altura de un metro setenta, y fue cambiado varias veces porque las inclemencias del tiempo allí reinante, hacía que se deteriorara en demasía. Cuando a finales de los años cincuenta, se eligió para establecer en éste lugar la ya mentada Granja Experimental, nuestros munícipes, casi siempre insensibles a todo lo que tiene que ver con nuestro Patrimonio Cultural, no le prestaron mayor cuidado y, de hecho, llegó a ser demolida y destruida en su totalidad, permaneciendo así por espacio de algo más de treinta días. Un vecino del barrio de los Llanos, comerciante y banquero, que no era otro que mi propio padre Luis González Pérez, tuvo la feliz idea de comunicárselo por escrito al Ilustrísimo y Reverendísimo Señor Obispo de la Diócesis, Doctor Don Antonio Pildaín y Zapiain, quien ipso facto, envió una misiva al señor alcalde de la ciudad Doctor Don Sebastián Álvarez Cabrera, en la que le conminaba a reponer, lo antes posible, tanto el Altar como la Cruz, anunciándole que, de no hacerlo, se vería obligado a tomar medidas nada gratas (¿Excomunión?). Ni decir tiene que el Señor Alcalde, llamó a capítulo a los hacedores de tal desaguisado y se dejó en manos del artista José Arencibia Gil el diseño de una nueva Cruz para Jerez. El pintor y urbanista local se tomó muy en serio el encargo. Con notable maestría, dibujó una hermosa Cruz de color negro sobre un paramento, en donde se alternaba el blanco de la cal y un hueco central tras la misma.

 

El pequeño altar primigenio se cambió por uno de mayores proporciones elevando éste sobre el nivel del arcén, dándole al conjunto una mayor prestancia. En los años setenta y muy principios de los ochenta, se fue deteriorando y alguien la reparó, poniendo sobre ella el nombre de un ciudadano, que según parece había fallecido accidentalmente muy cerca. Muy a nuestro pesar, debemos manifestar que ésto desvirtuaba la verdadera historia de la Cruz de Jerez y se pidió al Servicio de Patrimonio del Ayuntamiento que, con todos los respetos y prudencia que en estos casos deben avalar las actuaciones municipales, fuera repuesta la Cruz en su forma original.

 

En pleno centro del barrio de Los Llanos, concretamente en la fachada principal de la Iglesia Parroquial de San Gregorio Taumaturgo, entre su esquina Sureste y la puerta colateral izquierda, a mediados de los años cincuenta de la centuria precedente, se colocó una artística cruz de madera, hoy en el interior del templo, hoy felizmente repuesta en su lugar original,  para recordar la presencia de los misioneros de la Orden de los Jesuitas. Éstos visitaban las diferentes parroquias de la Isla para llevar a cabo sus misiones, consistentes éstas en los más que célebres Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola (Predicación, confesiones y celebraciones multitudinarias de la Santa Eucaristía).

 

Otra de las cruces más famosas o populares de la ciudad, es aquella que en un momento determinado se puso en la pared exterior de la cabecera de la actual Basílica Menor de San Juan Bautista. ¿Cuándo se colocó dicha Cruz? Pues las fuentes documentales no se ponen de acuerdo en una fecha concreta, pero lo que es cierto es que un acto, tenido por milagroso, dio lugar a la idea. Según parece fueron varios los feligreses de la Parroquia Matriz que aseguraban haber visto, con toda nitidez, a la imagen del Santo Cristo del Altar Mayor o de Telde, reflejado en esa pared. Así lo reafirmaron ante unos jueces eclesiásticos, diciendo todos ellos que, apenados porque la Iglesia había permanecido cerrada en días de tormenta, no podían rezar ante el Santo Cristo y que, sabiendo que éste, se encontraba en el ático del Altar Mayor al otro lado de la pared que cubría la cabecera del Templo, se fueron hasta allí para pedir su intersección y que, cuál sería su sorpresa, cuando vieron que, tanto la Cruz como la imagen del Santo Cristo se daba la vuelta y se les aparecía de frente. Al poco tiempo, dejó de llover y el viento amainó totalmente. El cura párroco de entonces, mitad del siglo XIX, mandó a colocar una enorme cruz de tea en dicho paramento que, con posterioridad y ya durante el gobierno parroquial de Don Teodoro Rodríguez y Rodríguez, fue debidamente restaurada, tras bajarla y llevarla hasta los talleres de la carpintería de Don Francisco Suárez, situados éstos en la calle Obispo Verdugo del barrio teldense de La Herradura. Don Teodoro aprovechó para colocar sobre ella unas fechas y un lema, que a decir verdad nada tenía que ver con el origen y larga vida de la cruz.

 

En otro paramento de este Templo Matriz teldense, concretamente en la pared exterior de la sacristía de la llamada Capilla de San Ignacio de Loyola, se levantó a principio de los años cincuenta del pasado siglo XX una gran cruz en honor a los caídos por Dios y por España, al decir del bando vencedor de la Guerra Civil Española de 1936-1939. El diseño de la misma se debe a nuestro admirado José Arencibia Gil, quien concibe este monumento como un altar sobre amplia escalinata y, sobre aquel una cruz de muy notables proporciones. Todo el monumento fue hecho en hormigón armado, recubierto éste de granito molido. El color imperante era el gris. Desde un principio sufrió algunos desperfectos toda vez que la distinta reacción entre el hierro base y el hormigón hizo que saltaran por los aires algunos trozos. A esto había que unir su mala localización ya que evitaba el vertido natural de las aguas de la azotea de recinto religioso, formándose un pequeño estanque entre el paramento de la sacristía, anteriormente mentada, y la espalda de la cruz. En el año 2000, cuando se remodeló la Plaza y Alameda de San Juan, se acometió su demolición, que por cierto a diferencia que otros pueblos y ciudades de España, aquí no tuvo mayor controversia ideológica. la destrucción definitiva del monumento se llevó a cabo amparándose en la Ley de Memoria Histórica. Este Cronista pidió entonces que no se destruyera tal obra artística, aunque estuviera cargada de significado político y que fuese llevada al cementerio católico de San Juan y allí pasase a ser erguida a en algún lugar elegido al efecto, salvando así una obra de indudable valor artístico.

 

Hasta aquí la primera entrega de este artículo en el que hemos querido repasar, con todos nuestros lectores, la presencia de el símbolo cristiano por antonomasia, la Santa Cruz, a lo largo y ancho de nuestro territorio municipal. La próxima semana daremos en conocer la segunda parte con la que se completará el presente trabajo de investigación.

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