
Siempre que recuerdo aquellos años en la Universidad de las Palmas, no puedo más que pensar en mi profesora, Yolanda Arencibia, que hoy descansa en paz.
Muchos recordarán sus títulos, honores, su sabiduría, su perfil en la cultura canaria, su afán por defender siempre nuestras letras y escritores, pero yo recuerdo, sobre todo, su parte más humana.
Hay una anécdota que reflejaba su carácter y generosidad, que viví expresamente. En aquella época, yo trabajaba por las mañanas en correos para pagarme mis estudios de Filología hispánica. Cuando finalizaba la jornada, salía disparada para llegar a la Universidad, con mi uniforme de cartera, el casco en la mano, los libros en la otra y me sentaba, atenta y dispuesta a participar en cualquier debate u opinión que se terciara. La literatura era mi pasión como lo sigue siendo hoy en día. Una vez en el asiento, mi compañera, con cierta inquina. me dijo que, la profesora había estado esperando a que yo llegase. La miré sin comprender. Luego me dijeron que era cierto. Había dicho, en voz alta, y a toda la clase que esperásemos por mí. Tal vez, pensé, solo sentía cierta piedad por aquella joven, atolondrada que entraba con la impaciencia de la pasión para escucharla hablar de Galdós. Ella lo sabía, como la maestra sabe del entusiasmo de la estudiante. Yo algo mayor que el resto, (había comenzado periodismo en Madrid y me había ido a vivir unos años a Europa) me empapaba de literatura como el sediento quiere agua.
Conocer de su mano la figura, la personalidad y la obra de Galdós fue un aprendizaje inolvidable que me haría amar a Galdós para siempre. En mi memoria quedan los ratos debatiendo sobre Fortunata y Jacinta, Misericordia, Miau, Tormento, El amigo Manso. Hablaba del escritor como de un viejo amigo al que no quería que olvidásemos, yo con mi uniforme de correos, ella transmitiendo con pasión su enseñanza. Si Madrid se había apropiado del mejor escritor canario de todos los tiempos, nuestro deber como canarios, era rescatarlo del olvido.
Muchos años después mi amiga me recordaría ese enunciado: Esperemos por Nieves.
Sabedora de la pasión con la que vivía sus enseñanzas y el entusiasmo que suscitaban sus clases, sus reflexiones y su amor por la cultura canaria. Ahora incansable, pese a la enfermedad Yolanda preparaba rescatar del olvido los escritos de Alonso Quesada, nuestro segundo gran escritor.
Pero hoy quería hablar de Yolanda Arencibia, quien fue por encima de todo su currículum (decana de la Universidad, primera catedrática en la Universidad, experta en Pérez Galdós, política, crítica, ensayista) una gran maestra, con toda la grandeza que esta palabra conlleva.
Querida maestra: le toca a esperar de nuevo a que vayamos llegando sus alumnas.
Hasta pronto, maestra.
Nieves Rodriguez Rivera es profesora de Lengua y Literatura y escritora.
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