
Lleva una década jubilado pero sus manos no han olvidado el manejo del peine y los movimientos de tijera para un buen corte de pelo. De su rostro (nunca mejor dicho en esta sección) se desprende la ilusión de quien ha tenido en sus manos los cabellos de generaciones de hombres que han pasado por su local Peluquería Chano, en la calle Ruiz Muñiz.
Sebastián Galindo Bordón (Los Llanos de San Gregorio, 4 de febrero de 1948), conocido cariñosamente como Chanito, atiende a TELDEACTUALIDAD en el mismo lugar donde durante décadas vio evolucionar modas peluqueras y barberas, dos barrios casi se han unificado por crecimiento poblacional y urbanístico y una sociedad que no solo ha cambiado la forma de su cabello.
La barbería sigue en pie. Sus muros han resistido las modas, las crisis, el paso de las generaciones que han cruzado su umbral en busca de un corte de pelo y, quizá, de un poco de conversación. Pero Chano ya no está. Hace doce años que dejó las tijeras sobre la mesa, que apagó el viejo secador y que miró por última vez su reflejo en el espejo amplio y gastado. La barbería sigue funcionando en manos de dos hijos suyos (Emilio y Roberto), quienes aprendieron de él.
Chano no escogió la barbería por vocación, sino por decisión de su padre. "Antes no era como ahora, que los jóvenes eligen su profesión", dic. "Mi padre decidió por mí. Como era el más pequeño de la familia, me dijo: ‘Tú vas a la peluquería'. Y así fue’.
Se formó con Pancho Falcón, luego con Manuel Vega, y cuando regresó del cuartel, abrió su propia barbería en San Gregorio. Fueron décadas de cortes meticulosos, de clientes que se convirtieron en amigos, de conversaciones que iban desde el fútbol a la lucha canaria (y eso que admite que no le gustan) hasta la vida misma.
Los tiempos han cambiado y también las técnicas de corte. "Antes todo se hacía con tijera", dice. "Había que trabajar bien el pelo, sin prisa, con exactitud. Ahora las máquinas han acortado el proceso, los cortes son rápidos, eficientes. Pero el detalle, eso no es lo mismo", asegura. En sus años de oficio, el "cuadrado" o "Amadeo" eran los cortes más pedidos, seguidos por el "Corte León". Con el tiempo, las modas cambiaron, como lo hacen las costumbres, y con ellas, el propio oficio de peluquero.
Sin embargo, la peluquería no era solo un negocio. Era un refugio. "Los clientes se convertían en familia", recuerda Chano. "Me contaban sus cosas, sus problemas, y yo los escuchaba". Algunos, dice, salían más tranquilos después de hablar, aunque él se quedara dándole vueltas a sus historias. "Una vez, un cliente vino un sábado a cortarse el pelo y a los pocos días falleció. Luego fui a su velorio. Esas cosas marcan". Aún hoy, ya jubilado, hay quienes lo saludan por la calle y le preguntan si podría hacerles un último corte. "Alguno me dice que no ha encontrado otro peluquero igual", comenta con una sonrisa que mezcla orgullo y resignación.
San Gregorio tampoco es el mismo de antes. "Antes era un barrio. Ahora está urbanizado, cambiado". Su barbería también ha cambiado recientemente con un remozamiento de suelo y techo, pero ha mantenido la esencia de cuando abrió por primera vez. La licencia de apertura data del 27 de marzo de 1973. Chanito tuvo que desembolsar 487 de las antiguas pesetas, unos tres euros actuales sin contar la inflación.
Galindo ya no es presente en esa peluquería, equidistante de la plaza de San Gregorio y de la gloria del Acueducto, en La Barranquera. Ahora lo son sus hijos Roberto y Emilio Galindo Martel, quien junto a Jesús Guerra Ortega son los encargados de mantener abierto el salón. "Nunca los obligué a seguir el oficio, pero lo hicieron porque quisieron". De hecho, Roberto estudió para ejercer de técnico de Obras Públicas, pero decidió vestirse de rojo y manejar peines, tijeras y navajas de afeitar. Y aunque su nieto mayor ha tomado otro rumbo,, el nombre de Chano sigue ligado a la peluquería que él ayudó a levantar.
Le preguntan si extraña el trabajo. "No", responde. "Ya pasé mi tiempo en la peluquería". Pero si pudiera traer de vuelta un corte, elegiría el "cuadrado". "Era el más tradicional y el primero que aprendí". Ahora, en su retiro, disfruta de la vida sin el ruido de las tijeras acompañando cada jornada.
Pasea, pasa tiempo con su familia, se escapa al sur cuando puede. "Ahora lo importante es vivir", dice. Pero en la barbería, aunque ya no esté, su presencia sigue intacta. En la memoria de los clientes, en las conversaciones que no han dejado de fluir y en el eco lejano de unas tijeras que, de alguna forma, siguen cortando el tiempo.
antoni | Miércoles, 19 de Marzo de 2025 a las 13:32:06 horas
Lo conocí en la barbería de Manolito en el Calero, allí me pelaba siendo yo un niño y ya adolescente, una gran persona, sencillo y buena gente....un Saludo para todos.
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