Sábado, 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer. Toca reivindicar, recordar las desigualdades que persisten, pedir justicia por las asesinadas y, además, sus familias destrozadas de por vida. Hijas e hijos huérfanos. Y la maldita violencia vicaria. El abanico es amplio, cómo no enarbolar hoy banderas tan pertinentes. Mas mañana y pasado hay que proseguir. E ir allá donde no alcanza el BOE, o donde le cuesta más adentrarse. Dentro de los hogares concurren relaciones de poder. En la alcoba hay relaciones de poder. No lo olvidemos. Al contrario, solicitemos igualdad de rango, peleémoslo en el buen sentido.
Desaprender por parte nuestra no es fácil pero debemos hacerlo. Nos han incrustado el machismo y debemos despojarnos del mismo. Aunque duela, porque no es fácil ni agradable reconocerse en nuestras trayectorias con fallos y errores. Es una tarea individual y colectiva. Inapelable. Necesaria. Urgente. Democrática. No es para menos.
Mientras tanto, combatamos los micromachismos. El machismo patrimonial. Las jugarretas y miserias de los que racanean o aguardan hasta el último día y el rezagado minuto para hacer la transferencia de la pensión de alimentos, por ejemplo. Son tantas mezquindades las que caracterizan al machismo. Porque el machismo es poder, es patriarcado, y para preservarse a sí mismo requiere de esa maldad y ruindad. ¿Cuesta reconocerlo? Es lo que hay. Llamemos a las cosas por su nombre. Por mucho que cuesta pues en la familia el fantasma del machismo ha estado o está a la orden del día. Hay manifestaciones que debemos hacer en el pasillo del piso, en la cocina. No permitir ni una. Ser autoexigentes. Reconocernos en nuestras lagunas aún por subsanar. Demasiados siglos y décadas de machismo.
Por eso el 8M es una meta de todos. Es un fin compartido. De lo contrario, carece de razón en democracia. Que las Administraciones públicas sigan en su línea de servir de lucero al resto del mercado de trabajo, mas teniendo presente que todo esfuerzo se antoja escaso. Derechos feminizados que nos hacen mejores personas. Porque la empatía es un distintivo en la mujer. La misma empatía que, mal hecho, les ha llevado a soportar faenas de las que los hombres nos hemos desatendido. La empatía es poder, hay que empoderarla, pero democráticamente. En beneficio del universo femenino y nunca en su contra. El machismo es capaz de traspasar fronteras que no le pertenecen. Solo así ha durado tanto. Y en otro tiempo igual o mayor tendremos que lidiar para subsanarlo.
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