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Lunes, 06 de Octubre de 2025

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Caminando hacia la desmemoria (XCVI)

El célebre capitán Blanco, el mismo que hizo de Telde su hogar y su gimnasio

Reflexión del cronista oficial de Telde, Antonio María González Padrón, licenciado en Geografía e Historia

ANTONIO MARÍA GONZÁLEZ PADRÓN 1 Jueves, 30 de Enero de 2025 Tiempo de lectura: Actualizada Jueves, 30 de Enero de 2025 a las 18:55:41 horas
Alumnos del antiguo Instituto Laboral de Telde.Alumnos del antiguo Instituto Laboral de Telde.

En los 674 años de Historia teldense, si tomamos como inicio de la misma la célebre Bula Papal Coelestis Rex Regum dada por el Papa Clemente VI, en Aviñón, Francia, el 7de noviembre de 1351; han sucedido una cantidad ingente de hechos, que hoy podemos repasar, desde la comodidad de una entretenida lectura. Luces y sombras, no todo fue de esplendoroso blanco ni de temible negro. Ambas situaciones se entremezclan en el cotidiano deambular de la sociedad teldense de los tiempos pretéritos. Observando todo ello con detenimiento nos permitirá tomar conciencia de nuestra verdadera realidad histórica.

 

[Img #1002785]Mi siempre recordado profesor universitario, Dr. D Domingo Martínez de la Peña y González, nos advertía en una de nuestras primeras clases en las frías aulas laguneras, allá por el año 1974 que el buen historiador debía funcionar como un puntual reloj de pared. Éste debería estar, en todo momento, bien nivelado. Así, su péndulo en un continuo ir y venir, pasaría de izquierda a derecha, sin pararse en ninguno de los extremos y, de tenerlo que hacer, irremediablemente la posición final sería el centro gravitatorio. De esa manera quería señalar el por qué nuestros análisis de tiempos pasados, deberían ser guiados por el conocimiento profundo del hecho histórico en sí; pues nuestras mentes, al ejercer de interpretes de la Historia, tendrían que huir de posicionarse como jueces de la misma. De tal forma y manera que nuestras particulares ideologías no afectaran para nada el relato histórico.

 

Llegados a este punto y volviendo al título que anima a la lectura del presente artículo, ruego a nuestros potenciales lectores que haga un ejercicio de gimnasia psíquica, trasladándose a las convulsas décadas de los años 20 y 30 y las que siguen a la postguerra civil española, que como todos conocen de sobra, concluyó el 1 de abril de 1939. El periodo a analizar es amplio, pues se cierra a finales de los años 90 del pasado siglo XX, cuando muere la persona motivo principal y único de este relato.

 

El protagonista de nuestra historia no es otro que el archiconocido Capitán Blanco, distinguida personalidad de la sociedad teldense y grancanaria. Comenzaremos señalando que don Pedro Blanco Miranda nació el 7 abril 1918 en Aspariegos, provincia de Zamora, hijo del matrimonio formado por don Martin Blanco Soto y doña Engracia Miranda. Allí, durante toda su infancia residió junto a su familia. Una vida rutinaria de pueblo, en donde si alguien se divertía de verdad, éstos eran los niños. Los juegos callejeros y las esporádicas excursiones a los campos cercanos, hacían pasar los días más deprisa que para los adultos con trabajos que iban de sol a sol y las preocupaciones propias de cada hogar.

 

Cuando ya era un mozalbete de unos diez u once años, todos se trasladan a Zamora capital, ya que su padre, comerciante de profesión, cree que, tanto él como sus cuatro vástagos (Martín, Inmaculada, también llamada Concha, Eulalia e Inés) tendrán allí mayor futuro. Terminados los Estudios Secundarios, decide trasladarse a Toledo, ciudad que lo acoge en la Academia General Militar de Infantería. Al poco de estar allí, es movilizado, como el resto de sus compañeros, para ser trasladados al Frente (España se encuentra inmersa en plena Guerra Civil, que durará tres años, desde el 18 de julio de 1936 hasta el 1 de abril de 1939).

 

Son momentos de grandes sacrificios personales y comunitarios, atrás van quedando, día a día, mes a mes, terribles y largos años de Contienda Civil. Fue por entonces cuando nuestro protagonista obtuvo el grado de Alférez Provisional (Muy común entre los jóvenes universitarios y alumnos de las Academias Militares, que habían demostrado su pericia y valentía en las múltiples y siempre arriesgadas acciones bélicas).

 

Terminada la Guerra, regresa al centro de estudios militares toledano, reafirmándose en todo lo aprendido y ahondando en mayores conocimientos de la por entonces denominada Educación Física. Disciplina ésta en la que obtendrá título académico, a la par de su ascenso al empleo de Teniente, que lo habilitará para ejercer su larga, fructífera y meritoria vida profesional. Los años iniciales de ésta, están marcados por sus primeros destinos: Éstos comienzan, en 1942 en Gran Canaria. Su puesto de trabajo estaba entonces, en la Batería de Arinaga (Que incluía toda la costa Este de la Isla), lugar estratégico en la defensa insular, máxime cuando Europa se encontraba en lo que se ha dado en llamar II Guerra Mundial. El segundo, lo llevará a la Isla balear de Ibiza y más tarde a Tenerife.

 

Algo después, concretamente en la década posterior, llegará de nuevo a Gran Canaria, su más que deseado destino, para así poder complacer a su ya esposa, Dña. Alicia Castro Martín, natural de Telde y cuyos orígenes familiares nos remontan a dos nobilísimas familias, establecidas, desde siempre en el distrito fundacional de la ciudad. Con ella creó una bellísima y armoniosa familia. Sus hijos: Pedro, Alejandro, Ana, Martín, Gema y Javier, son muestra patente de lo que hemos afirmado con anterioridad. Aunque pudiéramos destacar las virtudes que les adornan a cada uno de ellos, deseamos hacerlo de forma especial con Ana, noble ejemplo de superación y determinación, que le hacen acreedora de nuestra más profunda y sincera admiración.

 

Gracias a su esfuerzo continuado y ejemplarizante actitudes de mando asciende a Capitán. Realiza estudios de Ingeniería, al mismo tiempo que va ganando fama como instructor gimnástico-deportivo, tanto dentro como fuera de los cuarteles. Su carácter, marcado por una austeridad, rectitud y caballerosidad extrema, le hacen acreedor de una generalizada fama de hombre de bien. Su porte de auténtico castellano, lo sitúan como un abanderado de los principios éticos y morales que rigen la vida de los militares españoles. Su sóla presencia imponía respeto y admiración por igual, máxime si se le trataba en la cercanía personal, pues su afabilidad y educado proceder le hacía cercano y cómplice de sus interlocutores.

 

Exigente con él, exigía lo mismo para los demás. Eso sí, jamás abusó de su autoridad, ni hizo padecer a la tropa o a sus alumnos injusticia alguna. Tal es así que se contarían por decenas o centenares los jóvenes teldenses que gracias a él, obtenían los tan deseados vales per nocta (Que permitían pasar las noches en sus domicilios particulares). Así mismo, jugó un papel esencial a la hora de recomendar, siempre si el susodicho soldado lo merecía, mejores destinos. De todo ello se beneficiaban, en un primer momento los teldenses y, seguidamente, los atletas y deportistas, a los que mimaba para que se superaran en sus marcas o retos deportivos.

 

Don Pedro Blanco era un verdadero bloque compacto en lo físico y en lo moral, no teniendo grietas por donde pudiera penetrar el deshonor o vicios tan comunes de la sociedad de entonces. Hombre de pocas palabras, sabía valorar en su justa medida los hechos y las personas. A pesar de ello, los que lo conocieron bien, nos señalan que era un elocuente conversador y un tertuliano hábil, no carente de chispa. Tal vez, la dura tierra que le vio nacer quedó para siempre impregnada en su carácter y aquello de: Al pan, pan y al vino, vino, le sirvió para marcar indeleblemente su recto caminar por la vida.

 

Cuando el Cronista que ésto escribe, tenía escasamente siete años de edad, coincidí con sus hijos Pedro, Alejandro y Martín, en el popular Colegio Labor, que dirigía don Alejandro Dávila León en el Barrio de Los Llanos de San Gregorio. La amistad con Martín me hizo estar más cerca de su padre, al que todos admirábamos por ejercer como profesor de Educación Física en dicho centro, como sucesor de don Abilio. En los patios, habían dos, desarrollaba las llamadas tablas gimnasticas con más que escrupulosa armonía. Allí se ejercitaban los mayores a las ordenes de un profesor peninsular que no pasaba una. Algo extraño para el momento, solía sacar a los alumnos del centro para correr por la limítrofe finca de plataneras, trocada en la actual urbanización Mayor. Había que verlos trotar, en fila de a uno, a través de los socavones que habían dejado las extracciones de tierra, tras convertir aquel rico y frondoso vergel en un verdadero campo de minas, en donde hoyos y oquedades de todo tamaño y condición darían lugar, más tarde, al damero de sus rectilíneas calles actuales.

 

Ningún deporte le fue ajeno y sus enseñanzas iban encaminadas a la máxima de Mente sana en cuerpo sano. Las diferentes disciplinas olímpicas se ejercían a sus ordenes con total normalidad y mayor seguridad, tanto en este centro académico como en otros, en donde supo congratularse como alumnos y profesores. Asesoró en todo lo que pudo, al M.I. Ayuntamiento de la ciudad en cuanto a organizar competiciones atléticas y gimnásticas. Sólo echando un vistazo a los periódicos de la época (Diario de Las Palmas, La Provincia y El Eco de Canarias) y a los numerosos programas de fiestas de San Juan Bautista y San Gregorio Taumaturgo, etc., podemos aplaudir su ingente labor en pro del deporte en Telde y su comarca (Extensiva ésta por nuestro municipio y el hermano de Valsequillo). Su extensa labor pedagógico-didáctica deportiva se extendió a los cercanos municipios de las Villas de El Ingenio y Agüimes, sobre todo a partir de los años en que ejerció de profesor de Educación Física en el, por entonces, Instituto de Agüimes, hoy Joaquín Artiles.

 

Decir Capitán Blanco en Telde, era sinónimo de deporte y búsqueda de la excelencia ejecutiva. Su lucha continuada por el atletismo y el deporte en general, año tras año, lustro tras lustro, década tras década, lo elevó a la presidencia de Federación de Atletismo de la Provincia de Las Palmas, durante catorce años.

 

En su extenso y más que meritorio Currículum Vítae, van apareciendo diferentes centros educativos, alguno de ellos de rango universitario, como la Escuela de Ingenieros Industriales y la también Escuela Superior de Arquitectura, ambas en Las Palmas de Gran Canaria. En sus últimos años de actividad docente trabajó denodadamente en el Colegio Público de La Garita, Telde. Al mismo tiempo que seguía atendiendo y aconsejando a cuantos jóvenes deseaban aplicarse en el atletismo y el deporte en general.

 

Su vida profesional como miembro del Ejército de Tierra, siguió cimentándose y sobre el pecho de su uniforme lució con orgullo, las múltiples condecoraciones, que en justicia le fueron concedidas. Nuestro eterno Capitán Blanco, termina su carrera militar con el grado de Teniente Coronel.

 

En otro orden de cosas debemos reseñar que llegó a la presidencia de la Sociedad Cultural y de Recreo El Casino La Unión, como hombre de consenso, entre las diferentes corrientes ideológicas que, por entonces, a sotto voce existían en dicha institución. El Capitán Blanco supo armonizar a jóvenes y mayores, y a las gentes de una y otra forma de pensar. Como así quedó reflejado en las actas motivadas por su elección, don Pedro Blanco Miranda obtuvo una mayoría casi absoluta de los votos, además de un sonoro y unánime aplauso de todos los asistentes a aquella convocatoria. Una vez más, se puso al servicio de Telde, demostrando así ser un ciudadano benemérito y respetado por todos. Lo que bien le merecería que nuestro Consistorio lo designara Hijo Adoptivo a título póstumo. Pocas personas del pasado teldense han hecho tanto, reclamando tan poco. Sus méritos fueron nuestros a través de aquellos atletas y deportistas que supieron llevar sus enseñanzas y el nombre de Telde, a través de la Isla, el Archipiélago y España toda.


 

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