
Y allí vamos a parar… los camposantos de la ciudad de Telde: El cementerio católico de San Gregorio Taumaturgo (1ª parte)
Dejando atrás el camposanto primigenio de la ciudad de Telde, es decir, el Cementerio Católico de San Juan Bautista, a un tiro de ballesta de su Núcleo Fundacional. Avanzamos en nuestro relato, fruto de varios años de investigación que nos han llevado al Archivo del Excmo. y M.I. Ayuntamiento de Telde, así como a los parroquiales de San Juan Bautista y de San Gregorio Taumaturgo. Y, algo más esporádicamente, al de la Parroquia de San Miguel Arcángel y San Juan Bautista, la primera en Valsequillo y la segunda, aunque en el mismo municipio, en Tenteniguada.
Si bien es cierto que la Iglesia Matriz de la ciudad se creó en el momento mismo de su segunda y definitiva fundación de manos de los castellanos andaluces, capitaneados por Cristóbal García del Castillo, no es menos cierto que las ermitas de Santa María de La Antigua, San Gregorio Taumaturgo y Nuestra Señora del Buen Suceso (Sita en los Llanos de Jaraquemada), San José de Las Longueras, en el pago de su nombre y la de San Miguel Arcángel de las llamadas Vegas de en Medio, (hoy Valsequillo de Gran Canaria), fueron igualmente coetáneas. Cronológicamente, separadas de otras que ya existían antes de 1500, y como son la de La Inmaculada Concepción de Jinámar, la de Santa Lucía Mártir, (esta última ampliada con posterioridad y convertida en Iglesia Hospitalaria de San Pedro Mártir de Verona); y la de San Roque, en el estrecho Valle de su nombre. Todas ellas eran auxiliadas espiritualmente por los Beneficiados de la primera y por algún que otro fraile de los numerosos conventos que existían en la ciudad capital, pero a partir de 1610 decían misa en esos lugares los franciscanos del Convento de Santa María de La Antigua, intramuros de nuestra ciudad. No menos cierto es que pasadas las dos primeras centurias, el número de ermitas y oratorios se acrecentó, surgiendo la de San Antonio del Tabaibal, San Ignacio de Loyola, en el Cortijo de tal denominación; en el Cortijo de García Ruíz, presidido por un hermoso cuadro, de mediano tamaño, el de San Nicolás de Bari; la de Nuestra Señora de La Salud y San Pedro de Alcántara, en la finca de Las Salinetas y muchas más.
Como el lector ha podido comprobar, para un Telde que no superaba los 1.000 habitantes, los centros religiosos de finales del siglo XV y del siglo XVI eran más que suficiente, pero no en todos se obtenía permiso para enterrar siguiendo los usos y costumbres imperantes en la época. Nos constan enterramientos en Santa María de La Antigua, San Gregorio Taumaturgo y Santa Lucía, no en San Miguel Arcángel, La Inmaculada Concepción y San Roque. Un siglo después ya hay sepulturas de los Castillo-Olivares, en San Antonio del Tabaibal, aunque la palma se la llevaba la Iglesia de San Juan Bautista, sede de la única parroquia del término. Desde la creación del Cementerio Católico de San Juan Bautista, las protestas arreciaron de forma continuada por los vecinos de los diferentes barrios, que se veían agraviados al tener la obligación de llevar sus difuntos a nuevo camposanto.
Así, Cuando se crea la Parroquia de Valsequillo en el año de 1800, ya se insta a edificar un cementerio propio, cuestión ésta que de nuevo se pone de relieve a partir de 1848, ahora con el nacimiento de otra nueva hijuela, esta vez la de San Gregorio Taumaturgo, en Los Llanos.
Son numerosas las peticiones de los llaneros o llanenses para que les dejen erigir un camposanto propio que les libere de pagar ciertos tributos al pasar de su territorio parroquial al de San Juan Bautista, caso único entre todos los pagos teldenses. Así, a finales del siglo XIX, en pleno periodo de crecimiento económico y demográfico, en el Barrio de Arriba, como también se le conocía a Los Llanos, se reúnen las asambleas que concluyen con la voluntad manifiesta de crear, cuanto antes, ese espacio para el recuerdo y la salvaguarda de los restos mortales de sus ancestros. Las familias principales del lugar, capitaneados por el cura párroco de entonces, Rvdo. D. Eladio Suárez Estévez, hacen un llamamiento a los propietarios agrícolas de la zona, insistiendo una vez más en la necesidad urgente de dar solución definitiva a dicha cuestión. Se apela a motivos sentimentales y sanitarios, pero subyacen los económicos. Así las cosas, muy pronto, en la Parroquia de los Llanos se reciben algunas propuestas, unas quieren llevar el camposanto a las tierras de El Caracol, por ser éstas relativamente cercanas al núcleo urbano y por estar óptimamente ventiladas, toda vez que el alisio se deja sentir cotidianamente. Igualmente hubo quien propuso el llamado Lomo de los muertos, en la falda misma de la Montaña de las Palmas. Ambas proposiciones fueron desechadas de inmediato. La primera, porque las tierras que ocuparía eran altamente productivas de las llamadas de pan llevar, es decir, cerealísticas. En el segundo de los casos, porque había que atravesar uno de los ramales del Barranco Real de Telde, concretamente, el que baja de Tecén y de así hacerlo, sólo se podría si el cauce estuviera seco. Años más tarde ya construido el llamado Puente de la Máquina del Azúcar, junto a la Fábrica de Ron. San Pedro Mártir no era camino deseable porque entraba en la jurisdicción de la parroquial de San Juan Bautista.
Después de muchos años de dimes y diretes, cimentando las siempre polémicas asambleas y reuniones, tanto de vecinos como del consistorio, éste aprueba conceder licencia de edificación a la Parroquia de San Gregorio, promotora desde un primer momento de la idea y más tarde ejecutora de la misma.
En el primer lustro del siglo XX, la realidad socioeconómica del municipio en general y muy particularmente de su barrio más populoso, Barrio de Los Llanos de San Gregorio, es positivamente muy distinta a todas aquellas que se presentaron durante la centuria decimonónica. Atrás quedó el cólera que nos visitará en el largo y nefasto verano de 1851. Pero también los brotes y rebrotes de otras epidemias cómo la de fiebre amarilla, que siempre estaban precedidas de años de hambruna. Muchos teldenses habían regresado definitivamente a la ciudad en donde nacieran, procedentes de las Filipinas, Cuba y Puerto Rico. Echados primero por la guerra y después por la paz impuesta por los Estados Unidos de Norteamérica. Si en un principio tuvo carácter de hecatombe, muy pronto se hicieron notar sus efectos positivos: Llegada de capital, arribo de manos de obra cualificada, etcétera.
Los campos teldense se vestía de un verde intenso con la rotulación de muchas fanegadas de terreno para ser ocupadas de forma inmediata por el rico y frondoso platanal. El mismo que hizo exclamar al poeta Como perla perdida en medio de un mar de esmeraldas/te diviso a ti, Telde, desde lo alto de esta montaña.
Los comercios, productos de las iniciativas privadas más variadas, ocupan calles enteras de Los Llanos y éstos unidos a los múltiples talleres artesanales e industriales; se unían a bancas, aseguradoras y toda suerte de almacenes para el empaquetado de los distintos productos hortofrutícolas. daban una imagen bulliciosa y trajinadora de un distrito cargado de esperanza en su futuro.
Pero volviendo al objeto principal de nuestro estudio, debemos aclarar que fue a principios de la nueva centuria cuando se toma la decisión de no posponer, por mucho tiempo más, la definitiva construcción del cementerio católico de San Gregorio. Ahora sí, con tierras donadas por un afamado terrateniente y con los permisos ya concedidos a nivel provincial y municipal. Luego se señala el año de 1905 como aquel en que debían concluir todas sus obras, en las misas previas al inicio de las mismas. Se alentó con exacerbados sermones a la feligresía para que se volcarán en ayuda tan necesaria. Por su parte, el señor Alcalde, Don Juan Álvarez Mayor, no desaprovechó la ocasión para apuntarse el tanto y así propuso ayudas que con posterioridad no se materializaron. Los vecinos de los Llanos siempre han tenido a gala que su cementerio no se lo deben a nadie en particular, sino al esfuerzo comunal, que como sociedad les ha venido caracterizando.
En los primeros tiempos se fueron acarreando toda clase de materiales, sobre todo cantos amarillos de toba volcánica, piedras basálticas de tamaños regulares, arena, cal y cemento. Los más pudientes ayudaban con espléndidas donaciones, como quedaron consignadas en los libros de fábrica parroquiales y, los menos pudientes con el trabajo físico, que no era poco, pues desde el acarreo hasta el levantamiento de cimientos y paramentos, todo, absolutamente todo, se hizo con las manos, unas cuantas herramientas muy rudimentarias y alguna que otra bestia de carga.
Don Pedro Vega Cruz, sacerdote que llegó a la parroquia de los Llanos el 31 de julio de 1943, en su opúsculo sobre la historia local señala en las páginas 11 y 12: Don Eladio Betancourt Suárez. Tomó posesión de esta parroquia como cura propio el 19 de septiembre de 1902.
Era activo y emprendedor. A él se le debe el cementerio parroquial. En el que gastó sus energías y dinero. El pueblo le ayudó con su prestación personal, pues todos los domingos se reunía a la multitud para ayudar a su párroco. En acarrear materiales. Para la obra. Le ayudó también con cuantiosas limosnas, pero no tanto como él deseaba de lo que se queja hacer vagamente. En el acto de la Bendición del Cementerio, realizada el 8 de marzo de 1905.
La impetuosidad de su genio. Y el desprecio con el que trataba a sus feligreses en sus últimos años le enajenaron la voluntad de estos que antes amaban y ahora la abandonaban. Hasta se alejaban del templo y de la frecuencia de Sacramentos. Falleció en la casa parroquial el 1 de junio de 1908, siendo sepultado en el cementerio con que tanto entusiasmo construyó.
De su tiempo son: Un frontal de madera con sus ramos dorados, muy bueno, la Imagen de San Expedito, la de San Francisco, el tronco del Sepulcro de Cristo Muerto para Semana Santa y un órgano antiguo. También comenzó las ermitas de Cazadores y La Breña.
Hoy en día tal efeméride es recordada con un monumento a las puertas mismas del camposanto. El artista tendencia, Luis Arencibia Betancort, diseñó y fundió un bello Ángel, que sobre alta peana, recibe a todos los que se acercan a dicho recinto. La obra fue inaugurada en el año 2005, justamente cuando se celebraba el primer centenario de la finalización y bendición del cementerio. Una placa de bronce bajo los pies de la escultura reza así: Cementerio de San Gregorio Taumaturgo. Primer centenario, 1905-2005. Lo que tú siembras no tendrá vida si antes no mueres. Primera corintios. 15-36. A la memoria de don Eladio Suárez Estévez, Sacerdote, que bendijo este cementerio el 8 de marzo de 1905.
El solar elegido fue rotulado, sirviéndose de una yunta de 2 bueyes, creando el arado un cuadrado de 45 metros por 45 metros, aunque en muchos documentos se señale que sus dimensiones primigenias fueron de 50 metros por 50 metros. Estas proporciones son similares a las que por entonces poseía el Cementerio Católico de San Juan Bautista, al que se copia en todo excepto en la fachada, aquella mucho más clásica y ésta carente de elementos tan cultos, lo que le da una mayor sobriedad. Los paramentos Este, Sur y Oeste eran unas simples tapias terminadas en forma triangular y se elevaban unos 2 metros y medio o 3 según la inclinación natural del terreno allanado en el interior del recinto, pero no en las tierras circundantes. Dicha Tapia era de mampuesto, realizada a base de la superposición de piedras sujetadas, en la mayor parte de los casos, por una mezcla de tierra y cal, lo que después el enfoscado, le daba una rugosidad muy expresiva, sobre todo cuando los juegos de luces y sombras actuaban a manera de figura animadas sobre pantalla blanca, lo que hizo correr ríos de tinta y leyendas sobre aparecidos y almas en pena. La soledad del lugar, los vientos reinantes casi siempre, y la austeridad de todo el conjunto, se prestaba a cuentos, leyendas y toda clase de patrañas.
La fachada principal se dividía en tres cuerpos, siendo el central más ancho y alto que los colaterales. El del medio acogía la entrada porticada, a manera de zaguán y coronada por un pequeño arco de medio punto que, aún hoy, conserva su campanille o pequeña campana de bronce, que era tocada en muy contadas ocasiones. Cuando lo hacían era para doblar por difuntos o con alegre Repique de Gloria, el Día de la Resurrección del Señor y por Todos los Santos. También se utilizaba ese toque alegre de campana cuando se acercaba un entierro de infante, fuera éste de niño o de niña; entonces la campanita no dejaba de emitir el alegre sonido hasta el momento mismo de ejecutarse el entierro del fallecido.
Entrados en el nártex o zaguán, a la derecha e izquierda, se abría dos habitáculos de unos 7 metros de largo por 3 metros y medio de ancho, que a lo largo de estos últimos cien años han cumplido múltiples funciones, hasta que, con muy buen criterio, uno de ellos, el de la izquierda, se ha convertido en capilla mortuoria y el de la derecha en oficinas administrativas.
Avanzando hacia el interior, el visitante de tiempos pretéritos se encontraba con un alegre recinto en donde numerosos cipreses le saludaban. Unas estrechas avenidas en forma de Cruz y envuelta en otras que hacían de cuadrado, eran los espacios reservados para que se pudiera deambular. A la derecha e izquierda de esta vida central, numerosas tumbas de las llamadas de tierra, se erigían con mayor o menor presencia, según la capacidad económica del difunto o sus deudos. Las había muy simples, un tumulto de tierra de unos 30 o 40 cm. de alto en la parte que correspondiera a la cabeza del difunto, una Cruz de madera, la mayor parte de ellas planas, sin adorno alguno y, muchas veces sin pintura ni barniz que las cubriera. Otras, muy parecidas a estas primeras, poseían cancelas o verjas que marcaban sus límites. La madera, siempre tan socorrida, cuando no el hierro forjado, eran los elementos más al uso. En este caso, la Cruz podía permanecer exenta o unida al elemento anteriormente mentado. No pocos colocaban placas de metales sobre esmaltados con imágenes del Sagrado Corazón de Jesús o de la Inmaculada Concepción, entre otras advocaciones. Las presididas por San Antonio de Padua fueron numerosas, debido al alto número de componentes del gremio de panaderos, entre los feligreses de la parroquial de Los Llanos.
En el mismo orden de cosas y junto al tapial del naciente, un buen número de tumbas reservada a profesionales liberales (procuradores, abogados, médicos, farmacéuticos, comerciantes, etcétera), lucían sus mejores galas gracias al famoso mármol de Carrara. Éste, bellamente trabajado por la empresa capitalina Mármoles Wiot y con elementos decorativos importados directamente desde Italia, lograban la admiración de propios y extraños. Ángeles, en todas las posiciones y tamaños, cruces más o menos decoradas, flores, hojas de laureles y acanto en relieve, candelabros de diferentes tamaños o coronas vegetales diversas, rostros en relieve de Cristo o la Santísima Virgen, y así un largo etc.
Terminada la primera entrega sobre el cementerio católico de san Gregorio Taumaturgo de Los Llanos de Telde, informamos al sufrido lector, que a ésta seguirán dos entregas más, en donde intentaremos explicar, lo más detalladamente posible, el pasado y presente de este camposanto.
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