
Un gran conocedor de la idiosincrasia local teldense, nos dijo una vez que en nuestra ciudad las gentes que la poblaban se podían dividir en dos grandes grupos, los locos y los poetas, la mayor parte de las veces sin límite o frontera precisa entre ellos. Ésa más que rotunda afirmación era y sigue siendo del todo incierta por imprecisa. Cierto es que en nuestra comarca natural (Telde-Valsequillo) se dan con frecuencia celebridades literarias, ya sean poetas, novelistas, periodistas, críticos de Arte… en fin: Amigos de las Letras. Y, sin poder decir el por qué, también se dan espíritus libres que por sus originales formas de comportarse, tanto en privado como en público, vestir y hablar, nuestros conciudadanos los han tildado de locos.
A aquellos primeros se les nombra y honra, en el nomenclátor de calles, callejones, pasajes, avenidas, plazas y plazoletas; cuando no bibliotecas, colegios, asociaciones cívico-culturales y de vecinos. Muchos de ellos poseen placas conmemorativas en las fachadas de sus casas natales y, los de la Escuela Lírica de Telde, fueron magníficamente retratados con sus bustos centrados en grandes medallones de bronce por los escultores Luis Arencibia Betancort y Eva Montoro Pericás. Asimismo, sus glorias fueron evidenciadas en un monumento colectivo, junto a la Biblioteca Saulo Torón, en el Parque de Arnao. Una fémina voluptuosa y recostada representa aquí a la Musa Calíope de donde nace toda inspiración poética. Y bajo ella, en duro basalto, los nombres inmortales de Montiano Placeres Torón, Julián y Saulo Torón Navarro, Luis Báez Mayor, Hilda Zudán, Patricio Pérez Moreno y Fernando González Rodríguez.
Ellos representan en la memoria colectiva el panal que destila los más bellos poemas con que su generación quiso cantar a la Vida, la Amistad, el Mar, la Tierra Adentro, la Familia y, ¿Por qué no? A la misma Muerte. Otros nombres se quedan para siempre con nosotros: Ramiro Díaz Batista, Luis Natera Mayor, Manuel Mayor Alonso, Francisco Alonso Jiménez… y así hasta más de un centenar de literatos con mayor o menor fortuna a la hora de ver publicadas sus obras. Mas, todos dados a crear con versos de medidas académicas o libres como sus pensamientos.
Indagando sobre sus particulares vivencias y, tras algo más de cuarenta años de estar inmersos en la cuestión, podemos afirmar que estas mentes preclaras no siempre se sentían presos de los delirios líricos por los que algunos les quieren juzgar. Ejemplo de ello es la supuesta melancolía y tristeza que les atribuyen a más de uno, cuando echando un vistazo a la prensa de la época y en conversaciones mantenidas por el que ésto escribe con sus familiares y amigos más íntimos, éstos nos subrayan el carácter jovial y profundamente bohemio que poseían, entre otros: Montiano Placeres, Hilda Zudán, Luis Báez, Braulio Guedes Santos o Ricardo Placeres Amador.
Los anteriormente citados, eran como cometas al viento, que revoloteaban con gran pericia en los no siempre eternos cielos azulados de la sociedad local. Ellos, verdaderos maestros de ceremonias, actuaban como activistas socio-culturales, atrayendo a un buen número de amigos y conocidos, al socaire de la Jarca, La Sociedad La Republicana, más tarde La Fraternidad, El Casino La Unión, las Sociedades Obreras de San Antonio del Tabaibal, Cánovas del Castillo y Lomo Magullo, entre otras.
Los asaderos de toda clase de carnes y pescados, bien en medio del campo (Valle de San Roque, Los Chorros de La Rocha, las fincas de Las Tres Suertes y De Las Cruces, éstas últimas en el Tabaibal, etc.), como otras al borde del Sonoro Atlántico en las playas de La Restinga-Bocabarranco, La Garita, Cuevas de Taliarte, Melenara, Las Salinetas, Barranco de Silva, Aguadulce y Tufia, sin faltar las que se hicieron en Ojos de Garza y Gando, fueron popularmente famosas, no sólo por el número de comensales, sino por los litros de vino y ron que se consumían, al compás de viejas y nuevas habaneras y no menos románticos boleros. Las rancheras y las zarzuelas ocupaban buena parte del tiempo y las más que diestras cuerdas vocales de los asistentes, en donde nunca faltaban las de algún miembro de la familia Falcón, expertos en esas lides así como en los más variados instrumentos musicales.
Unos por pudor, por aquello de resguardarse de lo que se pudiera decir y otros porque preferían olvidar lo que allí se hizo, no dejaron constancia de sus beódicas hazañas, pero el avispado y siempre cercano Montiano se retrata a sí mismo tocando la guitarra y echándose al gaznate más de una copa de ron de La Máquina, en las arenas negras de la familiar Melenara, allí junto al muelle, donde varaban las barcas de la marinería, siempre bautizadas con nombres de mujer: Carmen, María Dolores, María del Pino…
Las calmas de finales de septiembre y octubre, llamadas por todos el veranillo de San Miguel o de los membrillos era el momento apetecible para esas tertulias musico-culinarias. Las novias y las esposas, ya habían vuelto a la ciudad, tras su veraneo de tres meses. Pocas quedaban por los alrededores como era el caso de doña Lola Fleitas y doña Zoila Blanco, las hermanas de don Ignacio Benítez y la por entonces joven maestra doña Cristo Behencourt, que prefería mirar para otro lado…
Al zoco de los riscales de Taliarte, justo en la base en que éstos se unían con el artificial muelle de la Fyffer, se improvisaba una hoguera que cuando se convertía en planos rescoldos, libre de humos, servían de candente solar, para depositar sobre él una artesanal parrilla a base de doblar una buena hoja de tela metálica en cuyo interior se había colocado en filas con orden, casi militar, las sardinas pescadas no hacía mucho por Compalune, Pio Nono…
Entre canción y canción, ronquete tras ronquete, bocados ardientes de sardinas, exquisitas por su frescura y por la alegría que daban al degustarlas… Allí se levantaba el uno para entonar La del soto del parral, La Verbena de La Paloma. El otro se arrancaba con una sentida ranchera y, el de más allá, de forma melancólica interpretaba lo mejor que podía un amoroso bolero. Las guitarras, el laúd, la bandurria y los timplillos seguían a unos y a otros, gracias a la maestría de sus tocadores. En la noche cerrada, sólo iluminados por el incandescente fuego de la hoguera y la luz de una Luna coqueteante con la nube que por allí pasaba, todos reían y de forma dicharachera hacían todo tipo de comentarios, desde los más cabalísticos y herméticos a los más picarescos y soeces. Noches de juerga para un grupo de amigos que se dilataba con otros no tan cercanos, pero acoplados a aquellos iniciales.
Aquí dejamos unos versos del gran Montiano Placeres Torón que nos puede ilustrar mucho más que lo redactado hasta ahora por este Cronista.
La playa
Melenara ha perdido su primitivo encanto./¿Qué fue de sus barracas? ¿Qué de sus pescadores?/Al contemplarte ahora, ¿Por qué viene a mí el llanto?/¿Dónde están, playa amiga, tus perdidos amores?// Ni barracas ni barcas, menesteres del pobre…/-¿Hacia qué mundo, loca, la humanidad camina?-/Los barqueros no quieren monedas de cobre cegados por el brillo de la libra esterlina;/ Porque ahora una fuerte casa de Liverpool/ hasta la playa amiga su comercio ha extendido,/ y, presto, ha levantado frente a la mar azul,/ un almacén enorme a la roca adherido.// Hoy tiene Melenara, tras muchas dilaciones,/ estrecha carretera que costeó el Estado;/ y pronto tendrá muelle; -lo dijo el Diputado/ aquella vez que estuvo en tiempo de elecciones…// diariamente los carros, de carga portadores, -tomates o bananas- en infernal vaivén/ hasta la playa llegan… Los pobres pescadores en sus hombros la carga llevan al almacén…// El barquero más viejo de la playa, tendido/ de un irrisorio muro a la sombra imposible,/ ve el trajín de estos hombres, que ha poco tiempo, han ido a su mando, en la barca, ya como él inservible..// Y ahora aquí mismo, todos, con afán, impacientes,/ y cual si fuera una declaración de guerra,/ unas horas al día, mirándole, insolentes,/ junto a la mar trabajan en cosas de tierra…// Y luego que hacia el pueblo partió el último carro,/ y el almacén, ahíto, cerró su portalón,/ encendieron algunos su pipa o su cigarro/ y los demás sus penas anegaron en ron…// Aquí está el vaporcito; llegó a la medianoche;/ transportará los frutos al Puerto de la Luz;/ esta mañana vino un inglés en su coche;/ con agua de mar se hizo en la frente una cruz;// Dejó que su mirada vagara por la extensa/ llanura movediza y, con pueril porfía,/ pidió calladamente que la planicie inmensa/ le mostrara el camino que aquí le trajo un día;// después, al encargado del almacén le habló;/ le entregó unos papeles, le dio unas instrucciones;/ hizo en otros papeles unas apuntaciones,/ y, al momento, en el coche, el regreso emprendió…// El buque dos barcazas hacia la playa envía;/ en una de ellas viene, grave y serio, el patrón,/ que, altivo, a un ilusorio temporal desafía,/ la pipa entre los dientes, la mano en el timón.// A hombros de un esforzado remero desembarca;/ y, ya sobre la arena, de fatuidad henchido,/ su áspera mano tiende, con aires de jerarca,/ a estas gentes que, afables, siempre le han acogido.// Tras la protocolaria visita al almacén,/ la pequeña taberna fue invadida por todos;/ y como claros signos de un presunto belén,/ hay frases malsonantes y hay empinar de codos…// El barco abarrotado de huacales, se mece/ pesadamente sobre la inercia de la mar.// Ya el patrón está a bordo. La gente ahora obedece,/ ciega, su voz de mando. El barco va a zarpar.// Filo del mediodía. La quietud se hizo dueña/ de la playa. Parece que aquí todo haya muerto.// -La barquera más joven, Amor, contigo, sueña,/ porque tienes para ella la atracción de lo incierto…// Ya el barco levó anclas. Ya la hélice el cristal/ de las aguas ha roto. Ya navega, ligero.// -La barquera en la playa, oh, Amor, llora su mal.// Para aquesta muchacha, tú eres un marinero/ de ese barco que ha hecho rumbo a la capital/
Noche playera
Es noche de verano. Todo calla./ La misma mar no quiere hacer ruido./ Bañada en luz de luna, se ha dormido/ en brazos de esta laxitud la playa.// Al socaire del barco, los barqueros,/ al descanso se entregan, sin cuidado,/ que el perro, ojo avizor, está a su lado/ escudriñando todos los senderos.// Dos aves invisibles escaparon/ del mismo nido y el azul cruzaron…/ -Es que voló de una causa el lloro// de un niño, ajeno a este vivir silente,/ y voló tras el lloro, dulcemente,/ de la madre el cantar de notas de oro…-
Pero sin duda alguna, fueron las huertas-jardines y los patios de las casas solariegas de San Juan, los lugares predilectos para esas tertulias literarias, como lo fueron las calles, plazas y rincones del Barrio de San Francisco, cuyo virginal silencio era profanado por sentidos poemas y alusiones constantes a Salvador Rueda, Manuel y Antonio Machado, Tomás Morales y, sobre todo, al grande entre los grandes, el maestro, faro y guía de toda esa generación, el hipocondriaco y siempre genial Juan Ramón Jiménez.
























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