Lo que distingue a una persona inteligente de otra que no lo es, es que gana tiempo. Se adelanta en visualizar lo que otros tardan en hacerlo. Es ese anticipo su cualidad como inteligente y, por ende, dispone de más tiempo para reflexionar, maniobrar o lo que se tercie. El problema es que las organizaciones pocas veces premian la inteligencia. Y eso sale caro, lo pagamos todo. Lo costea la sociedad. Cuantos más inteligentes (mujeres y hombres) se alejan de la política, la pérdida es mayor. El progreso pierde ritmo. Es, a fin de cuentas, la historia de la humanidad.
Algo está pasando cuando Donald Trump puede volver a ser presidente de los Estados Unidos, cuando este país permite que Israel haga y deshaga mientas asistimos desde la distancia del sofá a un genocidio contra el pueblo palestino, cuando los partidos de las democracias europeas (entre ellas España) son descapitalizados porque en las candidaturas reina la sobreprofesionalización… Así, de este modo, son tantas las cosas que nos interpelan como sociedad. Cuando en 2024 seguimos hablando, y con razón, de qué fue la Transición, al menos dista con respecto al presente el ánimo participativo entonces por militar en las diferentes siglas. Y no fueron años fáciles. Pero ilusión había más. Incluso, si lo prefieren, era más sano, aunque te podías jugar la vida todavía en los primeros años de la democracia, que hoy cuando impera el empatar cargos.
La democracia peligra por un posautoritarismo que carcome los mecanismos de vigilancia internos y contrapesos institucionales. Poco a poco, se degrada el espacio público al alimón de la corrupción y de una polarización en la que subyacen otros enigmas propios del cambio de era. Puede ser algo más que un mero punto de inflexión. Mas es pronto para sentenciar. Toca esperar el transcurso de la década.
Llevamos meses en Canarias de disputa entre los partidos a son del reparto solidario de los menores migrantes. Si es una imposición no es solidario. Es otra cosa. Toca modificar la ley de extranjería. Pero las comunidades autónomas del PP en la península no tienen ánimo por recibir estos menores; el cuartel general de Génova frena cualquier intento. Fernando Clavijo tampoco resuelve. El PP es su socio. Y Ángel Víctor Torres se ha ofrecido de ministro mediador a la vez que los populares no se deciden. Y la ciudadanía, cansada. No es para menos.
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