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Primera plana

El adiós de un periodista

Columna de Rafael Álvarez Gil

RAFAEL ÁLVAREZ GIL Jueves, 22 de Agosto de 2024 Tiempo de lectura: Actualizada Jueves, 22 de Agosto de 2024 a las 07:06:36 horas

Escribir un libro no es sencillo. Si es un buen libro, desde luego. Si encima lo haces sabiendo que en unos meses te vas a morir, pues la tarea se antoja quijotesca. Aunque puede que también liberadora: cada despedida tiene su aquel. Incluso la no despedida. La despedida en silencio. Mas no fue el caso de Ramón Lobo (1955-2023) que prefirió dejar una última publicación a sus lectores antes de partir de este mundo: ‘Pensión Lobo. Habitación número 13’ (Península, 2024).

 

[Img #1017475]Lobo es un periodista de los de antes. O, para ser precisos, del periodismo clásico que fue sepultado con la crisis financiera de 2008 y los espasmos de la digitalización posterior, y que solo acaba de empezar. Él mismo lo reconoce en el texto: no podrá ser testigo de una revolución digital cuyas consecuencias en el periodismo y el tejido laboral serán iguales o mayores que los de la revolución industrial. Lobo pasó por varios medios de comunicación, pero se le recuerda especialmente por haber estado vinculado a ‘El País’. Revela las palabras con las que le sentenció Juan Luis Cebrián en la reunión donde escogieron los nombres de los despedidos. Y es que Ramón estuvo en el listado del ERE que hizo ‘El País’ en 2012. Aquel ERE fue singular, recibido con alarma en el resto de las cabeceras: suponía el inicio de una era dolorosa. Y así aconteció. Desde entonces las Redacciones menguaron, hubo más recortes, los ejemplares en papel enflaquecieron y comenzaron las guerras internas del sálvese quien pueda en cada empresa editora. Y eso que aún no había llegado la pandemia. Todo esto no solo no ha desaparecido sino que ha ido a más. Por no mentar la dependencia al poder político, cada vez más evidente.

 

Ramón, nacido en Venezuela, hizo su vida en contrario a las ideas de su padre. Un fiel al régimen franquista que se alistó, ni más ni menos, que a la División Azul para luchar contra el comunismo en la Segunda Guerra Mundial. El hijo forjó su impronta en contestación a la de su progenitor, que murió en 1983. Todo esto está en la despedida de este libro que escribe a contrarreloj, sabiendo que la muerte le acecha con mayor insistencia por cada semana que transcurre.

 

En el periodismo (como en la política) hay muchos egos. Es un oficio que se presta al engolamiento. Y lo que es más grave: caen en este error los mediocres. Y hay algo más perjudicial para la sociedad que un mediocre, que es un o una mediocre con galones. En los medios de comunicación, como en la vida, hay (por tanto) mediocres. Por eso la lectura a Lobo es, de paso, un recordatorio de lo efímera que es la existencia. Que hoy estás mandando y mañana en las listas del paro o en el cementerio. El mejor homenaje que se le puede hacer al periodista es leerle. Solo si es bueno. Como lo fue Ramón Lobo, un corresponsal de guerra con mirada atinada.

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