
Que en Telde el índice de divorcios sea mayor que en Guía arroja un elemento sociológico, menor al tratarse dentro de una isla, pero lo habrá. Las estadísticas del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) sobre los divorcios por año son interesantes precisamente por la realidad sociológica que retrata; palmaria y contrastable cuando comparamos por comunidades autónomas. Ahí se nota, y mucho. No es lo mismo el País Vasco que la meseta. En Gran Canaria las diferencias interiores serán menos relevantes, pero marca sus distancias. Y no es lo mismo el sur que el norte, ni la cumbre. Y tenemos un microclima en la ínsula que nos distingue en detalles en numerosas variantes cotidianas. El paisaje hace al isleño.
Pero el gran salto cualitativo sobre las bodas es que ya no garantizan nada. Es decir, antes casarse era el pasaporte individual para la liberación de la casa del padre y la madre, el descubrimiento y la obtención de la licencia sexual, el tener hijos, el acceso a una hipoteca para hacerte con el nuevo nido… Todo eso, y mucho más, iba asociado al casarse. Pasando por la vicaría o el registro civil, más lo primero, pero casándote a fin de cuentas. Eso ya no es así. Cualquiera de esas cosas puedes conseguirla a día de hoy sin necesidad de comprometerte formalmente con otra persona. Por eso mucha gente ya no se casa. El neoliberalismo ha ensalzado tanto lo individual y destrozado los lazos comunales, que hasta se nota en la alcoba.
Esto no lo dice el CGPJ sino el tránsito sociológico desde, más o menos, hace dos décadas. Pensemos que el divorcio en España (tras el largo franquismo con su nacionalcatolicismo) se aprueba a comienzos de la década de los años ochenta, con la UCD. Ayer, prácticamente. A todas luces, esto no tiene nada que ver con que el modelo de familia haya cambiado, que sin duda ha ocurrido, y es más plural, sino que lo individual ha devorado a lo colectivo. Y el anhelo de sacrificarse por amor (muchas veces insano, maltratado) se ha diluido por el desagüe.
Ahora lo que sobresale es reunirse en el camino tras una experiencia previa. Cada uno acarrea su pasado, con sus luces y sus sombras, descubre luego un nuevo afecto y prueba suerte. Quizá, con más madurez que antes. Eso sí, no busquen fórmulas mágicas. Hay familias tradicionales que se miman en la armonía y otras tantas que siguen juntas solo para matarse mutuamente las soledades. Que es cuando se constata que no es que se quieran sino que se necesitan. Y eso es otra cosa. Pero no es amor.
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