Keir Starmer no es Tony Blair. No tiene el carisma de este último. Y tampoco viene distinguido por un marco ideológico elaborado al estilo del Nuevo Laborismo que precisamente confeccionó para Blair el sociólogo Anthony Giddens. Es decir, esta victoria laborista no ostenta el aura de aquella noventera. La de Blair en 1997 finiquitó el ‘thatcherismo’, fue mítica: aspiraba a renovar la socialdemocracia aunque, luego, se quedó pronto en un viaje descafeinado a un supuesto centro. Bien mirado, en parte lo que hizo el Nuevo Laborismo ya lo había hecho en los ochenta Felipe González. Pero sin ponerle nombre, mas sí su persuasión al estilo hispano.
Starmer ha despegado al partido laborista desde los 202 escaños hasta superar los 400. Es histórico. Es un
gran dique de contención para la amenaza neofascista que asola al Viejo Continente. No lo tendrá fácil. Sobre todo, si Donald Trump gana en Estados Unidos dentro de unos meses. Pero Starmer está llamado a ser lucero de las libertades de la vieja Europa, de la mejor Europa.
El laborismo, este laborismo, no tendrá que pasar por el tamiz de las incongruencias ideológicas. No debería. Esa faena la hizo Blair al alejar a la organización de la estirpe minera e industrial del norte de Inglaterra. Aquel laborismo impregnado por los cuatro costados de sindicalismo y esquemas fordistas en la producción.
Por otro lado, esa pujanza sindical resurge. A pesar del intento neoliberal de desacreditar al sindicalismo tras la Gran Recesión de 2008, vuelve la ola de las trabajadoras y trabajadores que son concienciados, lentamente, en la idea de que sin defender los derechos, no se consigue nada. Al contrario, otros te los arrebatan. Por eso la legitimidad de las urnas arrojadas a los laboristas supone un chutazo de optimismo en la bancada de la izquierda.
Blair logró combinar el voto obrero del norte con el de las clases medias del sur de Inglaterra. Lo hizo amén de ese enorme carisma que fue roto por su intervención en la guerra de Irak junto a la Administración Bush y José María Aznar, cuando este soñaba con las misiones internacionales que pusieran a España en primera línea. Si no hubiese sido por eso, por esa maldita guerra, cuando no había armas de destrucción masiva, Blair sería aún hoy un líder reverenciado dentro de la socialdemocracia. Eso sí, el Nuevo Laborismo no resistió la crisis financiera de 2008; más bien esta puso en evidencia que hay premisas y dogmas de la izquierda que nunca deben obviarse, por mucho que trates de encandilar a los votantes de tus adversarios.
























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