
Tras meses de impotencia creciente fruto de la inacción de las potencias mundiales ante el genocidio que Israel perpetra sobre el pueblo palestino, irrumpe el clamor juvenil. Las protestas y acampadas en Madrid y otros puntos del Estado, ungidas previamente por la movilización en los campus universitarios estadounidenses, suponen un halo de esperanza a son de que aún prevalece la bondad en detrimento de la crueldad, que no todos son iguales ni es indiferente lo que le ocurra al prójimo. Y no prima, por tanto, el estupor o la indolencia de algunas capas adultas. Aquello que diría Antonio Gramsci: “pesimismo de la razón, optimismo de la voluntad”. Y el estudiantado está dando un chutazo de optimismo, son un ejemplo de óptimas vibraciones democratizadoras.
A la espera de que el Gobierno de España, de una vez, reconozca al Estado de Palestina, la juventud presiona para que ocurra cuanto antes e incluso se vaya más allá. De nada vale la paz pretendida si luego se vende armas a Israel. ¿Cuántas muertes más deben producirse para interrumpir las relaciones comerciales, retirar al embajador o romper relaciones diplomáticas por un tiempo?
No es un Mayo del 68, por nos lo recuerda. Entonces los estudiantes fueron a la búsqueda redentora de los obreros a las fábricas, y estos observaban las barbas y chaquetas de panas bisoñas como idealistas pequeñoburgueses que no estaban para dar lecciones. En realidad, esa misma clase obrera llamada a la revolución ‘sesentayochista’ ya estaba disfrutando de la nevera y el automóvil comprado a plazos. El invento de la clase media por el capitalismo fue su mejor antídoto ante el socialismo real al otro lado del telón de acero.
¿Son los estudiantes una clase social? Eterno dilema en los debates de la izquierda… Si no lo son, cuestión abierta, no pacífica, al menos sí son hijos de una clase social y, a la vez, proyección inmediata de la misma que proceden o, supuestamente, una superior. Es el añorado ascensor social; roto desde la Gran Recesión de 2008.
La fuerza juvenil ostenta un nivel de presión política sobre los gobernantes más que importante. La Administración Biden puede perder a final de año si abandona a Palestina por completo. Y en España tanto Pedro Sánchez como Yolanda Díaz necesitan a la juventud y sus votos tanto en los próximos comicios europeos como en el futuro. Aún la gallega no ha realizado el viaje previsto a Cisjordania para interesarse de cerca, le guste o no al ministro de Asuntos Exteriores. Que Díaz no espere más, que coja el avión cuanto antes. Es vicepresidenta y se trata de un genocidio.
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