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Primera Plana

Desahogo futbolero

Columna de Rafael Álvarez Gil

RAFAEL ÁLVAREZ GIL Sábado, 30 de Marzo de 2024 Tiempo de lectura: Actualizada Sábado, 30 de Marzo de 2024 a las 07:21:57 horas

Lo que siempre me ha gustado al ir a los encuentros de la Unión Deportiva Las Palmas, ha sido el ambiente previo que rodea a la disputa en el campo de juego. La pasión de la afición, el colorido, los bares llenos, el sonido de tambores y demás instrumentos, la multitud rumbo a pasar por taquilla… Los que vivieron lo que fue asistir al Estadio Insular y recorrer las calles Mas de Gaminde, paseo de Chil y Pío XII, lo recordarán con emoción. Aquella mítica cafetería que hacía esquina entre las gradas Tribuna y Naciente. El espectáculo en sí gana a lo deportivo. Sobresale el evento social. Por eso el balompié tiene mucho de política. El problema es que esto último ha descollado hasta tal punto que hay empresarios que se han erigido en césares de los clubs y, por otro lado, el deporte ha sucumbido a la orgía del negocio.

 

Pertenezco a la generación en la que todavía ir al futbol era hacerlo [Img #1017475]como un ritual de tarde o comenzada la noche. Cuando imperaba aún el minuto y resultado radiofónico que saltaba de campo en campo en búsqueda de la actualidad. La que nos deleitábamos con los reportajes los domingos a última hora en el programa Estudio Estadio, con piezas periodísticas sobrias y un manejo del vocabulario ejemplar que nos contaban cómo había sido cada encuentro de la jornada correspondiente.

 

No entiendo qué hago en el recinto de Siete Palmas viendo un partido justo a la hora de la sobremesa o la siesta, con el buche en la boca, resistiendo al sueño. Eso no es fútbol. Eso es negocio. Es ajustar los horarios al pontificado de los derechos de las cadenas de televisión. Y la afición, de este modo, se convierte en actores secundarios como aquellos que se sientan detrás de los llamados programas de debate entre presuntos expertos para quedar mejor la imagen que entra por el televisor en casa. Y en vez de pagarnos por ejercer de atrezo, tenemos que desembolsar los euros. El mundo al revés.

 

Los que aludían a la necesidad de abandonar el Estadio Insular, eran pocos la verdad, por no decir ninguno, esgrimían la congestión de gentío alrededor de la infraestructura de Ciudad Jardín. Hoy veo lo mismo en Siete Palmas. Atascos y largas colas que te obligan a ir con varias horas de antelación si quieres respirar tranquilo. Y aparcando donde sea, no lo culpo, porque la zona no da más de sí. No es un estadio de centro urbano, como el que teníamos, o el que ostenta el Club Deportivo Tenerife, o el San Mamés en Bilbao donde la mayoría acude caminando, es un recinto de periferia urbana limítrofe a la circunvalación. Son cómodas las butacas, pero alejado del césped. Y friolero: entra el viento norte de La Isleta por la Naciente, inconclusa. Y estos tienen que utilizar un prismático para atisbar la portería.

 

Este no es el fútbol que conocí. Ha vencido el negocio. La especulación. Y es una victoria arrolladora que irá a más, imparable. Puro neoliberalismo. Es todo tan galáctico, con unas cifras tan elevadas, que lo distancia del sentir popular. Cuesta conectar.

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