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Primera Plana

El valor de una foto

Columna de Rafael Álvarez Gil

RAFAEL ÁLVAREZ GIL 1 Sábado, 16 de Marzo de 2024 Tiempo de lectura: Actualizada Sábado, 16 de Marzo de 2024 a las 07:19:47 horas

Hace unos días moría Ramón Masats (1931-2024), uno de los grandes fotógrafos de la segunda mitad del siglo XX. Su obra, especialmente, tuvo la virtud de retratar el franquismo. Hay fotografías que son capaces de representar una época, de convertirse en iconos. En ocasiones, ni los protagonistas de la misma lo saben en el acto.

 

La foto tiene algo suyo, muy particular, que no dispone el vídeo. Com[Img #999251]o es el caso de los retratos; como, por ejemplo, de esa muchachada que hizo el servicio militar en la base aérea de Gando y que posan en incontables salones de las casas del sureste de Gran Canaria: Melenara, El Carrizal, Playa de Arinaga… Las abuelas y madres los tienen ahí, junto al televisor o la entrada al hogar, han pasado décadas ya, pero siguen presidiendo con sigilo la evocación de un momento que las familias de entonces conservan: el chico que se va a hacer la mili, seguramente como el estreno de una masculinidad malentendida, cuando no tóxica.

 

El trabajo de Ramón Masats, el que más sobresale, es aquel en blanco y negro que supo exponer la dictadura. Una España entendida como un cuartel para Franco. De sotanas, cines cerrados en Semana Santa y una retahíla de costumbres endomingadas que oprimían la libertad. El ocaso de la persona ante la tiranía autoritaria del general. Los que nacimos en democracia, y la disfrutamos, no podemos concebir lo que tuvo que ser vivir aquello para esas generaciones. El no sufrirlo te libra del no reconocerlo en todas sus dimensiones.

 

La generación que se hizo adulta con la Transición sí discierne porque su niñez es la del costumbrismo de las fotografías de Ramón Masats. Pero esa misma generación se ha ido replegando en sociedad en la última década, teniendo en la Gran Recesión de 2008 su punto de inflexión vital. Como si esa crisis financiera, tan abrupta, tan dolorosa, se antojara como una tarjeta roja futbolística que determina comienzos y finales tanto individuales como colectivos.

 

Ramón Masats no ingresó en la prestigiosa agencia Magnum porque su padre no le dio el dinero que este le pidió para preparar un reportaje fotográfico que operase como tarjeta de presentación. Si en vez de habérselo negado, se lo hubiese concedido, quizá hubiese dado ese salto a la fama mundial que encumbrase a esa estirpe de fotógrafos de aquella España gris, opaca y triste. Es asombroso cómo detalles así pueden cambiar la vida de una persona y, por descontado, dejar de revertir positivamente en la sociedad. En lo más nimio rezuma, a veces, los meandros de procelosas trayectorias vitales.

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