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Caminando hacia la desmemoria (XL)

Lloran de nuevo las letras españolas con la muerte de José Montero Padilla

Reflexión del cronista oficial de Telde, Antonio María González Padrón, licenciado en Geografía e Historia

ANTONIO MARÍA GONZÁLEZ PADRÓN Jueves, 22 de Junio de 2023 Tiempo de lectura: Actualizada Jueves, 22 de Junio de 2023 a las 19:36:02 horas

La noticia corrió de boca en boca por las más notables tertulias y cátedras literarias madrileñas y de media España. Aquí nos llegó unos días más tarde, como casi siempre, cuando se trata de noticias realmente culturales. Había fallecido el maestro de maestros, el escritor de escritores, hacedor del madridismo más castizo. Amante de la España Inmortal, de Irún a Figueras, de Cádiz al Ferrol, desde la Isla de El Hierro (Canarias) a la de Menorca (Baleares), de Ceuta a Melilla y de éstas a Gijón, cuando no hasta Segorbe y Cartagena. Todo en él fue corazón y razón.

 

En muchos momentos hemos oído decir y otras tantas hemos leído la calificación de Último humanista para referirnos a grandes estudiosos de las Ciencias Sociales. Y cada vez más comprobamos que tal expresión no es del todo cierta, pues para gloria del género humano el Humanismo sigue brotando en mentes tan privilegiadas como la de Montero Padilla. Orador excelso, daba a su verbo la gravedad y precisión que sólo el talento bien cimentado por el estudio continuado permite.

El Cronista que ésto escribe lo conoció en la Casa de Cantabria en [Img #979636]Madrid. Asistíamos para presentar la candidatura de La Casa Museo León y Castillo a participar como socio de pleno derecho en la Asociación de Casas-Museos y Fundaciones de Escritores de España y Portugal (A.C.A.M.F.E.). La suerte nos permitió ocupar asiento junto a él. Después de un breve y protocolario saludo, no exento de cordialidad, asistimos a una extraordinaria conferencia del también escritor y crítico literario Andrés Trapiello y, tras ella, departimos largo rato con nuestras mutuas amigas: Rosa María Quintana Domínguez y María Luisa Alonso Gens. La primera directora de la Casa-Museo Pérez Galdós de Las Palmas de Gran Canaria y la segunda de la Casa-Museo Tomás Morales de Moya (Gran Canaria). Así como con el también fallecido Juan de Loxa, Alma Pater de la Casa-Museo García Lorca de Fuente Vaqueros (Granada). Éste ultimo nos presentó, nada más y nada menos, que a la gran actriz Aurora Bautista, su amiga del alma y a la que después me uniría un cariño recíproco. En esa ocasión Montero Padilla sacó a la luz todo su señorío y como si de un galán de cine se tratara, besó la mano de aquella que había interpretado como nadie a doña Juana la Loca, al tiempo que la piropeaba con respeto y sincera admiración: Nunca he tenido en mis manos flor tan bella como su mano. Y ella, con cierta coquetería no perdida en la cumbre de sus años, respondió: No he tenido que sentarme en mesa alguna para conocer a este caballero. En clara alusión al refrán que dice: En la mesa y en el juego conocerás al caballero.

 

Montero Padilla siempre estaba dispuesto a echar una mano para ayudar a los compañeros, sin distinción alguna de origen e ideología. Un ser tan especial como él sólo tenía reparos ante la ignorancia, por ello se convirtió en profesor, en maestro de maestros y así fue despejando las sombras que aturden a la humanidad, haciendo de su persona faro y guía de muchos más.

 

En sus numerosas visitas a la Isla de Gran Canaria, siempre disfrutó acercándose tanto a playas como a profundos barrancos, cuando no a las moles pétreas unamunianas de nuestras cumbres. Eso sí, siempre perfectamente vestido. De esta guisa lo recuerda, entre otros, Dolça Tormos Ballester, por entonces directora del Arxiu de Joan Maragall de Barcelona: Recuerdo con cariño a Montero Padilla de nuestros encuentros acamfianos. Sus atuendos de trajes de tres piezas, chaqueta cruzada, camiseta, camisa de botones, corbata, pañuelo, perfumes y relamido peinado de gran señor, aguantando impávido a 50 grados a la sombra, siempre me sorprendió. Deja obra y nietos para ser recordado.

 

A los cincuenta grados a los que se refiere nuestra buena amiga catalana, son hijos de las marismas moguereñas, allí junto a Doñana, en tierras del litoral onubense, también en la Meseta Castellana y durante unas jornadas, barcelonesas. Con socarronería nos decía el viejo profesor: ¡Nunca podrán decir que la Literatura no nos ha hecho sudar! Con donaire tomaba el pañuelo del bolsillo superior izquierdo de su chaqueta y se lo llevaba una y otra vez a la frente, mientras Antonio Ramírez Almanza, director de la Casa-Museo y Fundación Cenobia Camprubí y Juan Ramón Jiménez (Moguer, Huelva), le comentaba a manera de chanza: ¡Jozú, ésto sí es caló y no el que hay en el infierno! Gracejo andalucista, extremadamente exagerado, pues quien lo dijo habla un perfecto castellano-español seseante del sur del España.

 

Era Montero Padilla un experto conocedor de la Literatura Española en general y, particularmente, la escrita en español (nos confesó cómo leía a poetas en gallego y catalán, a veces asistido por diccionarios de dichas lenguas. Sobre lo escrito en vasco se lamentaba, pues la dificultad de ese idioma se le hacía insuperable). Ni decir tiene que su gusto por ella lo hacía combativo ante la invasión de autores de otras culturas, aunque defendía que de todas había aprendido y de todas era defensor. Su bien nutrida biblioteca le permitía no salir de casa para tener el Mundo cerca, pues con sólo estirar el brazo tomaba de las estanterías paisajes y paisanajes de lo más variopinto.

 

Sus conferencias, meditadas y bellísimamente escritas deberían ser publicadas, pues mucho aprenderíamos de aquella ponderada manera de pensar y escribir.

 

Antonio Machado, su vida y su obra, fue su gran pasión, a ella dedicó horas de insomnio en búsqueda continua de la excelencia intelectual. Humilde, en lo más íntimo de su alma, guardaba el secreto de su gran amor por quien había sido durante años esposa y madre de sus hijos, a la que entregaba continuos tributos de emocionadas palabras, cada vez que tenía ocasión.

 

Castellano en el mejor sentido del término, era hombre de al pan, pan y al vino, vino. Su palabra era una y jamás la traicionaba. Era Montero Padilla hombre de honor y lealtades inquebrantables, por ello era tan fácil ser su amigo. Partías del convencimiento que jamás serías traicionado.

 

Lo escuché en muchas ocasiones en su Madrid, la vieja y noble Villa y Corte, a la que él dedicó con merecidos elogios, gran parte de su vida. también lo hice a través de los encuentros acamfianos, que nos llevaban por toda la geografía peninsular e insular española y portuguesa. Siempre contento de poder compartir unos días con aquellos, por entonces, jóvenes alocados, presos del candente e irrefrenable amor a la Literatura. A él le gustaba sobremanera que entre nosotros no diéramos cabida a nuestros propios nombres, pues éstos pronto fueron trocados por el de nuestros autores: ¡Ahí viene León y Castillo! ¡Me voy con García Lorca! ¿Ya vino Max Aub? ¡No he visto a Emilia Pardo Bazán! o ¡Qué guapa, dulce y amable es siempre Unamuno! (En este último caso nos referíamos a la irrepetible Ana Chaguaceda).

 

Fueron años de íntima amistad, de continuas llamadas telefónicas, en donde la complicidad fue norma general. A pesar de la diferencia de edades, nos supo ganar de tal forma y manera, que al enterarnos de su muerte el 25 de mayo pasado, todos pensamos lo mismo: Montero Padilla no ha muerto, como jamás morirán sus obras, escritas las unas y guardadas en nuestras mentes las que más.

 

En el plano íntimo y sentimental debo agradecerle, algún que otro botito de cristal, en cuyo interior tuvo la delicadeza de guardarme tierras de España y Portugal. Entre ellos, uno guarda algunos gramos del suelo de barbecho de la finca personal de Juan Ramón Jiménez, Fuentepiña. El profesor Montero Padilla, en aquel me dijo: ¡Antonio, tomé esa tierra de la tumba de nuestro inmortal Platero! Guárdala como un tesoro, pues en el corazón de Platero están depositadas todas nuestras ilusiones. Así era el gran y respetado profesor de vida.

 

En el mismo orden de cosas nunca podré pagarle el gran favor que le hizo a mi hijo Luis, por entonces poeta novel, al prologarle su libro Trazos Desnudos de la colección El árbol espiral dirigida por el prestigioso literato Luis Felipe Comendador. Sus palabras ruborizaron a mi vástago, pues entre otras cosas, afirmó: He aquí un poeta verdadero: Luis Antonio González Pérez… posee una vocación literaria auténtica, y a ella se entrega con entusiasmo inabatible, con dedicación asidua, con su mejor entusiasmo, con rica capacidad creadora.

 

En las Casas-Museos de Tomás Morales de Moya, Pérez Galdós de Las Palmas de Gran Canaria y León y Castillo de Telde, aún suenan las palabras del profesor José Montero Padilla, frutos de sus magistrales conferencias sobre Arte y Literatura.

 

Gran Canaria, la Isla toda, que tanto admiraba y sentía como propia, lo vio caminar por las calles angostas y tortuosas del Barrio de San Francisco, en tiempos pretéritos, Altozano de Santa María de La Antigua, en Telde. En ese espacio urbano inimitable, verdadero museo al aire libre de arquitectura doméstica, de rúas pavimentadas por humildes guijarros de barranco, el profesor leyó aquellos famosos versos de Antonio Machado en el que recuerda los frondosos limoneros del Palacio de Dueñas en Sevilla. Sus ojos se nublaron con sinceras lágrimas al sentirse más cerca de su autor preferido entre los paramentos albas que la cal renueva cada año como promesa al Santo Franciscano. Le tocó hablar en un espacio realmente emblemático: Bajo el laurel de indias, conocido como El Árbol Bonito, mentidero popular, en donde confluyen las calles: Trescasa, (Así escrito en el nomenclátor, sin S final), Altozano, San Francisco, Huerta y de la Fuente.

 

Ahora, al pasar por allí cada día, lo recordaré. Y cuando hagamos nuestros Recorridos Históricos-Artísticos y Literarios lo nombraré. Leeré en su honor y en el de su amada esposa, su bella prosa. Tributo póstumo de un amigo que se niega a no seguirlo teniendo entre nosotros.

 

En el Paraíso de Los Justos, en donde sin duda alguna estarás, sigue hablando en nuestro bello idioma y a ser posible háblale a los Ángeles, Santos y hasta al mismísimo Dios-Hombre de esta tierra de promisión anclada en el extremo Sur de Europa y en el Noreste de África que hizo más grande el Mundo con su Non Plus Ultra.

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