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Caminando hacia la desmemoria (XXXIII)

Las chicas de La Laguna

Reflexión del cronista oficial de Telde, Antonio María González Padrón, licenciado en Geografía e Historia

ANTONIO MARÍA GONZÁLEZ PADRÓN 3 Miércoles, 03 de Mayo de 2023 Tiempo de lectura: Actualizada Miércoles, 03 de Mayo de 2023 a las 20:03:28 horas

En el segundo cuarto del siglo XIX, un grupo de jóvenes grancanarios capitaneados por Antonio López Botas concluyeron sus estudios de Derecho en la lagunera Universidad de San Fernando. De regreso a Gran Canaria, pronto se incorporaron a la vida laboral y recibieron el sobrenombre de los Niños o Chicos de La Laguna. Tal calificativo tenía una doble lectura, pues si bien hacía referencia a los títulos adquiridos allí, con cierta sorna se les tildaba de algo pedantes y excesivamente crecidos en una enfermedad muy común, tanto entonces como ahora, la titulitis.  

 

[Img #969156]El señor López Botas don Antonio, experto abogado, se unió a otros tantos intelectuales para crear el Colegio de San Agustín que, a pesar de su nombre, era un centro de enseñanzas libres y en muchos casos filo masónicas. Consideraba el preclaro político grancanario que nada mejor que una buena educación para allanar el presente y ganar el futuro. El lema Todo por Gran Canaria, tan unido a la figura de los hermanos Juan y Fernando León y Castillo, así como a sus múltiples seguidores, nació de aquella generación anterior, que se aplicó como ninguna otra en ganar la capitalidad provincial para Las Palmas de Gran Canaria y La Provincia para las Islas Orientales.

 

Dando un salto de poco más de un siglo, la alta burguesía teldense vio como algunas de sus hijas decidían ganar la universidad, aunque ello costara duras críticas y no pocos caudales económicos. Así, entrado los años veinte y treinta del pasado siglo XX, doña Josefina Mayor, doña Adela Báez Mayor, y las hermanas Suárez López, doña María del Pino y doña Mireya, alcanzaron en diferentes centros universitarios peninsulares, licenciaturas en Farmacia y Filosofía y en Letras, llegándose en el caso particular de doña Adela a obtener el grado de Doctora con la muy honrosa calificación de Cum Laude, convirtiéndose así en la primera mujer doctora farmacéutica de Canarias.

 

Después de pasar la horrenda Contienda Fratricida de 1936-39, la sociedad fue encaminando sus pasos hacia un nuevo orden social, que no ponía nada fácil la emancipación de las féminas. Los nuevos rectores de la vida pública no concebían otro futuro laboral para las jóvenes que convertirse en ejemplares amas de casa y a lo sumo reservar para ellas oficios tales como: bordadoras, costureras-modistas, empleadas de hogar y así un largo etcétera de los llamados trabajos propios de su género. Para las más despiertas, el Régimen tenía previsto asimilarlas a cuerpos de funcionarias, enfermeras o maestras. El resto de los trabajos eran si no prohibidos, sí obstaculizados. Y he aquí que de nuevo se impuso la voluntad de los progenitores, sobre todo de las madres y la no menos fortaleza anímica de las hijas.

 

Éste fue el caso de las llamadas Niñas de La Laguna,,. como pronto se les denominó en Telde a aquellas, que osaron romper las barreras sociales injustamente impuestas para adquirir un mayor grado de desarrollo intelectual y académico. Ejemplo de ello lo tenemos en tres jóvenes de clase media acomodada. Una del Barrio de Los Llanos de San Gregorio: María del Pino (Maruca) Herrera Medina. Otra del Barrio de San Juan: María del Pino (Pimpín) Santana Suárez y una tercera del Barrio de San Francisco: Ana Rosa (Anita Rosa) Fleitas Padrón. Todas ellas habían estudiado sus primeros años en colegios locales, academias que algún intelectual teldense había creado al efecto, tal fue el caso del famoso centro escolar de los hermanos Cruz, en la hoy calle Licenciado Calderín de la Zona Fundacional de nuestra ciudad. Después, obligatoriamente, tenían que marchar a Las Palmas de Gran Canaria para realizar los estudios pertinentes de bachillerato, aunque para ello tuvieran que quedar internas en algún colegio religioso o en el mejor de los casos acomodarse a vivir acogidas en casas de algún que otro pariente.

 

Terminados los estudios secundarios, debían elegir qué hacer con sus vidas y en el caso de estas jóvenes teldenses, las tres decidieron lo mismo, estudiar la bellísima carrera de Filosofía y Letras, que al tiempo que les permitiría desarrollar una vida laboral plena, les daba un nada desdeñable nivel cultural. Así, marcharon a la cercana isla de Tenerife, para matricularse en la Facultad elegida e ingresar como alumnas de un Colegio Mayor de gran prestigio y solvencia regentado por las Reverendas Madres Dominicas de La Sagrada Familia. Esta residencia estudiantil se encontraba en plena Plaza del Adelantado, a un costado de las Casas Consistoriales. Su fachada neogótica marcaba el carácter religioso de las Hijas de Santo Domingo de Guzmán, aquella congregación que el Padre Cueto, Obispo de Canarias, había creado varias décadas atrás en el Barrio de Triana de la capital grancanaria.

 

En las aulas laguneras tuvieron la suerte de tener como profesores a un elenco de gran prestigio académico: Dr. Don Elías Serra Ráfols (Historia), Dr. Don Alberto Navarro González (Lengua y Literatura Española), Dr. Don Juan Álvarez Delgado (Lengua y Literatura Latina), Dr. Don Alejandro Cioranescu (Lengua y Literatura Francesas), Dra. Doña Manuela Marrero (Paleografía), Dr. Don Max Steffen (Lengua y Literatura Italiana), Dr. Doña Carmen García Montelongo (Lengua Portuguesa), Dr. Don Juan Régulo Pérez (Lingüística Románica) y Dr. Don Antero Simón González (Literatura Hispanoamericana). Todos ellos se esmeraron en transmitir sus muchos conocimientos a los diez alumnos que formaron aquella promoción que terminaría sus estudios en el año 1957.

 

Las jóvenes disfrutaban de cierta libertad de acción, aunque las horas de desayuno, almuerzo y cena eran inamovibles como también lo era la Misa diaria y las horas de estudio. El opcional rosario y los tiempos de recreo con salidas domingueras incluidas formaban una rutina de principios de octubre a finales de junio.

 

Maruca, Pimpín y Anita Rosa, al decir de sus compañeras y compañeros de aula, eran ejemplares en todo. Cada una con su carácter, en el caso de las dos primeras más abierto o extrovertido y en el caso de la última más tímido e introvertido. Esto no era óbice para que formaran un tándem inexpugnable. Las de Telde como pronto se les conocería, eran amigas entrañables, salían y entraban a todos los sitios al mismo tiempo, por eso no ha de extrañarnos que José Medina Bethencourt, teldense también, las apodara como Las tres mosqueteras; cuestión ésta que no se tomaron a mal, sino todo lo contrario y para demostrarlo, en una fiesta universitaria se llegaron a disfrazar de los personajes de Dumas, causando una muy grata impresión entre todos los asistentes, que elogiaban el buen humor que las adornaba.

 

He tenido la suerte de convivir con las tres, en diferentes momentos de nuestras vidas. Con Maruca Herrera fueron numerosos los encuentros y las charlas en el litoral de nuestro municipio y más concretamente en la Playa de Las Salinetas. Allí, comentamos no pocas anécdotas de su vida universitaria y de lo bien que aprovechó los años laguneros, pues además de una licenciatura en letras, obtenidas con excelentes notas, también se trajo novio y con posterioridad marido. La niña Herrera era un bombón, agraciada en lo físico y también en su ser interior. Amable, risueña, simpática cuanto más… En unas pocas palabras, la podríamos definir con una frase muy de nuestra ciudad: tenía un déjame entrar. Expresión ésta con la que se define a la persona altamente sociable, con facilidad para la conversación.

 

Pimpín poseía unas cualidades innatas con don de gentes. Tal vez era la mejor, desde el punto de vista intelectual, predispuesta siempre al estudio y no menos al intercambio de pareceres, toda ella un canto a la libertad. Su esbelta figura y el donaire con que se movía la hacían merecedora de todos los elogios, destacando por su gran humanidad y su bien aquilatada pedagogía.

 

Ana Rosa, más seria y circunspecta podía aparentar cierta frialdad y hasta distanciamiento, pero quienes intimaron con ella saben de sus altísimos valores humanísticos. Su férrea voluntad le hizo ser una gran profesional de la enseñanza, a la que dedicó como sus otras compañeras, toda su vida. Si bien su especialidad fue la de Lengua y Literatura Española, su tesina la dedicó a la vida y obra del poeta grancanario Alonso Quesada, los avatares del día a día laboral la llevo a dar clases de Geografía, Historia General e Historia del Arte, asignatura esta última que le apasionaba. Ana Rosa, formó parte del consistorio teldense en las etapas de las alcaldías de don Manuel Amador Rodríguez y de don Agustín Florido Suarez, convirtiéndose así en la primera mujer concejal del Ayuntamiento de Telde en toda su Historia.

 

Ella, al igual que su amiga Maruca, tras cinco años de estancia en La Laguna volvió con novio, Laureano de Armas Verdugo.

 

Cuando solo era un niño, que fresaba los cinco o seis años de edad, cambié de colegio y mis padres me matricularon en El Lábor dirigido por el prestigioso profesor don Alejandro Dávila León. Allí y en el Viera y Clavijo de Las Palmas de Gran Canaria impartía sus clases de Lengua y Literatura Española, María del Pino Santana Suárez, mi Pimpa, a la que yo acudía en cada recreo para que me diese la consabida peseta (moneda oficial por entonces), para en la puerta del colegio, comprarle a Nicolasito (el padre del cantante José Vélez) un sabrosísimo corte de helado de vainilla de aquellos que llevaba en su carro de la heladería Cazorla.

 

Cada verano nos rendíamos ante las habilidades culinarias, sobre todo la repostería, de Maruca Herrera que con extrema generosidad nos ofrecía a todos los niños de la playa.

 

Y qué decir de mi querida, recordada y siempre admirada Ana Rosa, ella fue la luz que guió mis pasos hacia la Historia en general y muy particularmente hacia la Historia del Arte. Si algo tuve claro a partir de los quince años es que quería ser Licenciado en Geografía e Historia y dedicarme de lleno a la Historia del Arte, pues el ejemplo de Ana Rosa llenaba mi espíritu de forma total y absoluta.  Pasado los años, tuve la suerte, la dicha, la satisfacción, de viajar con ella a Egipto y en un barco-hotel partir de El Cairo Nilo arriba descubriendo los mil y un lugares, que tanto habíamos visto en el Summa Artis o en la Historia del Arte de Salvat; así como en los cientos de diapositivas, que proyector en mano, hacíamos saltar una y otra vez.

 

Hasta aquí este pequeño homenaje a algunas de las mujeres universitarias de Telde que abrieron caminos a sus hermanas y primas, que en otras universidades y con otras carreras han llevado el nombre de nuestra ciudad e isla por tierras lejanas.

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