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Centralismo informativo

TA ofrece la columna diaria de Rafael Álvarez Gil

direojed Sábado, 02 de Julio de 2022 Tiempo de lectura:

Si la política canaria, a dos mil kilómetros más o menos de la capital del Estado, está sujeta al centralismo informativo solo puede ocurrir dos cosas: o desde Madrid se impone las coordenadas de la agenda isleña o entramos en un vacío material que las terminales mediáticas en el archipiélago no acaban por cubrir. Salvo que aceptemos la tesis de que las redes sociales suplen por completo al resto, que tampoco es el caso. Con todo, creo que no estamos en uno u otro escenario sin más sino que se están produciendo distorsiones; una situación extraña que escapa día a día como buenamente puede mas deja patente la incertidumbre periodística que impera en Canarias.

 

Al enflaquecimiento galopante de las redacciones, en un ambiente de miedos y recelos mutuos fruto de los sucesivos recortes, nada óptimo para el trabajo en equipo, se une la insostenibilidad del modelo clásico. Obviamente, una cosa va unida a la otra. A menos ingresos o brote en pérdidas hay que tomar decisiones ingratas. ¿Pero cómo queda el periodismo?

 

Si históricamente en Canarias se hacía buena prensa, se editaban buenos periódicos al albur de los posibles del momento, precisamente era producto de la necesidad. La distancia, el alejamiento, el ser un territorio fragmentado, obligaba a un sobreesfuerzo editorial, a una mayor entrega periodística. Todo ello en el marco de los periódicos de papel. Lógicamente, el canon digital implica una nueva dimensión y ha abierto otros horizontes. Reina la confusión, la anarquía informativa. Sin embargo, este diagnóstico global tiene sus peculiaridades en las islas. Y, por tanto, comporta desbrozar una jungla que se ha ido creando desde la Gran Recesión de 2008, se ha acelerado con la pandemia y aún está por finalizar, si es que lo hace. Nos encontramos en un punto de inflexión y, por ende, conlleva, tanto en el periodismo como en la política, un proceso de encaje tras la regeneración impuesta por el principio de realidad.

 

A los abonados al romanticismo del periodismo, de la prensa de antaño que se repartía en furgonetas, el mundo pospandémico nos ha destapado una piscina sin agua que, como novedad, no se llenará este verano. Una árida estampa que rompe a cualquier nostálgico. Desde luego, el debate seguirá. Se hace camino al andar. Pero el confinamiento ha precipitado muchos ritmos sociales que ya se veían venir pero no tanto, no tan rápido. Y toca quedarse con el lado bueno: que al instante de publicar alguien te pueda leer desde la península o al otro lado del Atlántico y encima interactúas con el lector. Casi nada. O, ya puestos, que al mismo instante de publicar sepas que la noticia o la columna haya tomado velocidad de crucero amén de WhatsApp, dando brincos entre las islas. Disculpen la dosis de melancolía justo en sábado, pero uno se acuerda de películas como ‘El cuarto poder’ (1952), con Humphrey Bogart desempeñando el papel de director venido de vuelta en la vida, y las reflexiones afloran por sí solas. Si esto es así ahora como será en apenas unos cursos. Quedémonos, en suma, con las oportunidades presentes y que sobrevendrán. Y es que las funciones del periodismo, con libertad, siempre con libertad, siguen siendo enormes. Es el poder de la palabra, pero no de cualquier palabra.

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