El desamparo saharaui

Sigue sin verse ningún aspecto positivo del volantazo de Pedro Sánchez con el Sáhara Occidental. Y digo aspecto si es que aceptamos el relato de ‘realpolitik’ que quiso imponerse mediáticamente mientras La Moncloa dejaba tirado a su suerte al pueblo saharaui y abandonaba el compromiso histórico de España con su excolonia, la última de África pendiente por esclarecer a tenor de la legislación internacional y el rol de la ONU. Estamos, por tanto, ante principios políticos esenciales, más cercanos a la ética de la responsabilidad que a la referida ‘realpolitik’.

En Madrid se jugó a los hechos consumados. Ciertamente, Sánchez ni su ministro de Asuntos Exteriores (sigue sin dilucidarse si conocía o no la misiva enviada a Mohamed VI) esperaban semejante reacción popular y controversia incluso en una parte del PSOE. Por supuesto, a su socio de Gobierno, Unidas Podemos, no le gustó nada el giro. Tampoco a NC. Pero Sánchez contaba con ello. Y es que los hechos consumados implica precisamente ignorar conscientemente los intereses e inquietudes del otro, de la otra parte. Esto vale tanto para la política como para la vida misma. El que protagoniza hechos consumados, en numerosas ocasiones, desdeña por completo (cuando no instrumentaliza o cosifica) al otro.

Dudo que la cumbre de la OTAN celebrada en Madrid otorgue votos a la izquierda. Sí tengo claro que el volantazo con el Sáhara Occidental resta votos a la izquierda. Pocos o muchos, pero los pierde. El conflicto saharaui es uno de los pocos en el contexto internacional donde se plasma nítidamente la causa justa que ansía ser resuelta. Este más el de Palestina. En otras latitudes imperan los grises, los enfoques complementarios. Mas en los campos de refugiados en Tinduf (Argelia), donde sobreviven como buenamente pueden, y en la violación persistente de los derechos humanos en la zona ocupada (lo que Marruecos llama sus provincias del sur), las injusticias (muy cercanas a Canarias) son pura rutina. La represión política a escasos kilómetros del archipiélago está a la orden del día.

Con todo, esto es un alegato propio del romanticismo. A Sánchez no le ha costado nada políticamente, hasta ahora, su volantazo. Y Unidas Podemos y NC siguen en sus tareas ejecutivas. Y, a buen seguro, deben seguir en ellas. Renunciar tan solo sería rendirle pleitesía a los que rebuscan una supuesta máxima ética para perpetrar sus intenciones que no tienen nada que ver con la defensa del pueblo saharaui sino con la competición política de pretender degradar a tus adversarios. No seamos ingenuos con el falso quijotismo. Eso sí, en los gobiernos de coalición la responsabilidades se difuminan y el votante, al final, no entra en especiales distinciones sobre qué socio hizo esto o lo otro. Será injusto pero es lo que hay. Por lo que, llegado el momento procesal oportuno, pueden encontrarse con una sorpresa. Salvo la población más politizada, hay una marea social que camino del colegio electoral no recuerda todos estos detalles. Y es natural que sea así. De ahí, lo complicado de la política. Lo que sí era (y es) evidente es que el pueblo saharaui sigue padeciendo una injusticia que los responsables no desean reparar sino descargarse cuanto antes. ¿A cambio de qué? Se desconoce. Marruecos seguirá con sus intenciones territoriales y utilizando la inmigración como mecanismo de presión. Nadie entiende el giro.