(A la memoria de Don Salvador Fábregas Gil, Dr. En Arquitectura).
Restaurar o rehabilitar ha sido la eterna pregunta a la que se han enfrentado los profesionales de la Ingeniería y la Arquitectura. Nunca se ha tenido meridianamente claro entre los técnicos, supuestamente entendidos en la cuestión, qué se debe hacer con un edificio de más que notables valores arquitectónicos. Unos pocos que además de ingenieros y arquitectos son auténticos defensores del Arte de la Ingeniería/Arquitectura, abogan por llevar a cabo, previa a cualquier actuación posterior, un verdadero y exhaustivo estudio arqueológico sobre todos los pormenores constructivos presentados para actuar sobre ellos.
He sido testigo de cómo verdaderos genios de la escuadra y el cartabón, del lápiz y el compás, así como de las ciencias del cálculo (como lo hizo más de una vez el doctor don Salvador Fábregas (Granada, 1931- Las Palmas de Gran Canaria, 2020), restaurador/rehabilitador de la Santa Iglesia Basílica Catedral de Santa Ana, en Las Palmas de Gran Canaria. Y de la Iglesia Hospitalaria de San Pedro Mártir de Verona en Telde), evalúan desde un elemento nimio ferretero (llaves, cerraduras, tachas y tachones, bornes, bisagras, etc.), hasta las tejas más recónditas de la techumbre, pasando por labores de carpintería, mampostería y cantería. Después de mucho tiempo invertido en ello y, con una notable cantidad de datos extraídos con paciencia y perseverancia, se afrontaba la rehabilitación/restauración.
El anteriormente mentado doctor en Arquitectura se enfrentó con valentía a los que lo tachaban de excesivamente escrupuloso, quejándose del “tiempo que perdía” en esos estudios, en vez de acometer rápidamente el trabajo por el que “supuestamente” se le había contratado. Don Salvador prefería la callada por respuesta, consciente de que, según las leyes de caballería, un caballero no debe descender jamás de su equino para combatir con simples escuderos. No era desprecio social, sino sano ejercicio intelectual.
Recuerdo ahora cómo este profesional se aplicó sobremanera en el estudio de los restos de los antiguos artesonados que cubrían la iglesia hospitalaria teldense. Para ello observó una y mil veces los anclajes que, en lo alto de los paramentos circundantes, como huellas del pasado habían dejado aquellos. Para después acercarse hasta la actual sede del Casino La Unión, sito en la Alameda de San Juan y ahí observar una puerta que antaño había pertenecido a la sacristía de aquel santo lugar. Mas, al tener conocimiento de que un artesonado completo había sido trasladado a una casa particular de El Monte-Santa Brígida, hasta allí encaminó sus pasos, reclamando de sus actuales propietarios que le dejasen ver in situ dicha obra de ebanistería (a veces, también denominada carpintería de lo blanco). Así tras una concienzuda observación, llegó a la conclusión definitiva para sus soluciones reconstructivas.
Hoy, como ayer, y tal vez como mañana, estamos/estaremos orgullosos de haber perdido “el tiempo”, porque el doctor Fábregas hizo con él un verdadero estudio teórico-práctico sobre el Arte de la Restauración/Rehabilitación de un edificio histórico (BIC, Bien de Interés Cultural, desde el 26 de febrero de 1981). Su talento como profesional de la Arquitectura nadie lo pone, ni lo pondrá, en duda jamás y a diario aplauden su forma de actuar, poniéndolo de ejemplo de cómo se deben hacer las cosas cuando se actúa sobre bienes patrimoniales arquitectónicos.
Otros, sin preocuparse de invertir algo de su tiempo en estudios previos algunos, optan por buscar soluciones constructivas de nuevo cuño, desdeñando, cuando no conservando mínimamente, el objeto de la rehabilitación/restauración. Ejemplo de ello lo tenemos en el Centro Atlántico de Arte Moderno, en el mismo centro neurálgico del histórico barrio capitalino de Vegueta. En ese noble edificio, como resultado de violar de forma “marrullonera” las leyes de Patrimonio Histórico y por ende las propias normas para la defensa del Conjunto Histórico Artístico de Vegueta/Triana, se lanzó abajo el 95% del edificio, dejando como único testigo de lo que fue la fachada del mismo que da a la calle de los Balcones. Es más, con permiso de las autoridades locales, tanto del ayuntamiento capitalino como del Cabildo Insular se permitió el aumento de volumen constructivo añadiéndole un tercer piso o ático, con la disculpa de hacer una estancia-mirador, así como elevar una fachada atemporal, por llamarle de alguna manera, en la calle Espíritu Santo trasera del edificio en cuestión. Todo ello avalado por la prestigiosa firma del Arquitecto Francisco Javier Sáenz de Oiza (Navarra, 1918-Madrid, 2000).
En esos vaciados de edificios que tanto abundaron en nuestras ciudades en los años 70-80-90 del pasado siglo y primeros años de la presente centuria, hay ejemplos para dar y tomar en cantidades más que notables. Sin pudor alguno, los técnicos redactores de esos proyectos optaron por lo que el doctor Martínez de la Peña y González, profesor de la Universidad de San Fernando de La Laguna no dudó en calificar Arquitectura del Far West, ya que solo se irían conservando las fachadas y el resto de edificio, solo indultado en sus frontis, caían bajo la piqueta asesina. Claro ¿Dónde iba a parar? siempre fue más fácil hacer nuevo que emplear talento, si se tuviera, en rehabilitar-restaurar antiguos edificios, por muy nobles que éstos fueran. A estos iluminados había que enseñarles que la obra arquitectónica es un todo, y que si importante es en sí la fachada o fachadas, no lo es menos su distribución interior (zaguanes, cajas de escaleras. Así como los demás espacios habitacionales de la vivienda o viviendas, en cuestión).
Caso similar al CAAM fue lo ocurrido con las antiguas Casas Consistoriales teldenses, vulgarmente llamadas el Ayuntamiento Viejo. A principios de la democracia, en un afán renovador, que ciertamente el edificio antes mentado lo pedía a gritos, se realiza un exhaustivo estudio arquitectónico que da como juicio sentenciador su estado altamente peligroso por ser una ruina constructiva más que evidente. Sólo se podía salvar la primera crujía, aquella que corre a lo largo de su fachada sur, la misma que colindaba con la Alameda de San Juan. Era ésta la parte más noble del edificio, pues estaba dotada de una escalera imperial de un solo y central arranque, dividiéndose tras amplio descansillo en dos ramales a diestra y siniestra para terminar en un amplio hall de descanso y entrada al despacho de Alcaldía y al Salón de Plenos, dos estancias igualmente nobles y notorias. Allí, desde el zaguán, pasando por las escaleras y hasta las dos dependencias ya reseñadas, el granito, el mármol y la caoba cubana, formaban un conjunto de muy apreciable belleza, completándose todo ello con labores de escayola que dibujaban en paredes y techos trazas decorativas de indudable filiación historicista.
Debemos recordar que el edificio era el resultado de una reedificación tras el pavoroso incendio sufrido por su homólogo anterior en 1823. Después de una década, se inauguró y estuvo en servicio hasta entrado los primeros años de los ochenta del pasado siglo XX.
Pues bien, se lanza abajo todo el edificio excepto sus tres paredes perimetrales, cara sur, oeste y norte. Así como la norte y la sur no sufrieron remodelación casi alguna; la oeste fue transformada caprichosa e innecesariamente. Todo el interior fue levantado de nueva factura, dándole un aspecto neocanario en absoluta discordia con su exterior neoclásico. Cuarenta años más tarde, las manchas de humedad en la techumbre de sus múltiples habitaciones son apreciables sin tener que esmerarnos en su observación. Los techos a los que aludimos están cubiertos con falsos artesonados de madera de exquisita y notable factura. Lo que supone que éstos se están deteriorando rápidamente y en grado sumo. El caso más evidente lo tenemos en la techumbre de la escalera noble de acceso al piso superior, en donde por cierto hay una obra del pintor grancanario Santiago Santana colgando de una de sus paredes. Pero sorpresivamente, el otro día un asesor municipal nos hizo apreciar como los xilófagos o carcoma se estaban dando un verdadero festín en la madera que conforma la barandilla y elementos sustentantes del patio central. Todos sabemos que, de no actuar rápidamente sobre dichos bichejos, en poco tiempo acabarán siendo los verdaderos dueños de las Casas Consistoriales teldenses.
En Telde y su comarca, léase los actuales territorios municipales de Valsequillo-Telde posee numerosos edificios de indudable valor patrimonial, no solo por el tiempo trascurrido desde su construcción, sino por sus más que evidentes méritos artísticos con claras filiaciones a las corrientes arquitectónicas de los últimos quinientos años (Arquitectura religiosa, arquitectura doméstica, arquitectura para utilización agrícola-ganadera y, como no, también, arquitectura industrial).
Llegados a este punto, podríamos convenir que si a un licenciado o doctor en las diferentes ramas de las Ciencias Sociales, especialmente a los Arqueólogos, Historiadores e Historiadores del Arte (todos ellos, ya suficientemente avalados por sus carreras universitarias) se les exige un máster y a veces dos o tres sobre Patrimonio para ejercer su profesión. Tanto a nivel de empresas privadas como en las Instituciones Públicas, no estaría de más que a los técnicos de diferentes grados que intentan intervenir en nuestro Patrimonio, igualmente se les exija esos másteres. Así al menos, podremos tener la certeza de que entienden que no es lo mismo que comprendan, el verdadero valor de nuestra Arquitectura en todas sus variantes.
El anteriormente mentado Dr. Martínez de la Peña y González (Icod de 1931) nos explicaba, para nuestro asombro y posterior convicción, cómo algunos arquitectos suelen intervenir en arquitecturas anteriores con la facilidad que el repostero coloca la última guinda encima de la tarta. La arquitectura es una de las Artes más nobles y notorias, pues no en vano forma parte de nuestro propio vivir cotidiano. A pesar de la homogenización sufrida por ésta en los últimos cien años, muchas de las lecturas históricas de los pueblos, las hacemos en función de ella. Ejemplo claro lo tenemos en la variedad de modelos de arquitectura doméstica en España. Cada región con sus peculiaridades climáticas y socioeconómicas han dado lugar a un tipo de arquitectura.
No existe arquitectura de primera, de segunda ni de tercera. Todas poseen un idéntico valor, desde el punto de vista testimonial. Ahora bien, hay muchas dignas de la máxima protección y otras de menor o nula.
Así las cosas, todo ayuntamiento, que como el nuestro tenga un amplio catálogo de Bienes de Interés Cultural ya declarados y más de un centenar por declarar, no sólo debería tener la consabida Comisión de Patrimonio Cultural, sino un departamento-servicio para el estudio, protección, defensa y divulgación de aquél. Es menester contar con un equipo bien formado y con los correspondientes avales académicos. Aquí no vale “La Universidad de la calle” o “la de la de la vida”, titulaciones ambas muy socorridas por los que no tienen refrendo universitario. Un Arquitecto, un Arquitecto Técnico, un Arqueólogo, un Historiador y a ser posible Historiador del Arte, un Técnico en actividades de Marketing o Publicidad, así como un grupo más o menos numeroso de vigilantes y de guías, deberían formar parte de tal departamento o Servicio Municipal. Lo demás son cantos al viento, ventas de humo…
Hace años fuimos ejemplo para varias localidades insulares, que entonces copiaron nuestro departamento, hoy inexistente, de Patrimonio Histórico-Artístico. Una de ellas, la Ciudad de San Cristóbal de La Laguna, se puso a la cabeza de todas y hoy no solamente tiene un servicio de Patrimonio digno de todo elogio, sino además haber sido declarada, en 1999, Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO…
Nosotros, no es que estemos igual que entonces, sino que estamos evidentemente mucho peor. ¿Hasta cuándo? ¿No es suficiente que Telde sea la ciudad más antigua del Archipiélago canario y que tenga un riquísimo Patrimonio Arqueológico, Histórico-Artístico, Etnográfico, Archivístico…? ¿etc.…? ¿De qué nos vale presumir en los diferentes foros locales, insulares y nacionales (FITUR incluido), si la realidad dista mucho de ser ejemplar? De nada nos vale lamernos las heridas cuan perro sarnoso. Apliquemos las medidas “quirúrgico-sanitarias” de manera tal que superado el mal que nos acongoja, podamos ganar un futuro en el que brillemos con luz propia. Mientras tanto, sólo nos queda denunciar a aquellos que se erigen en salvadores de nuestro Patrimonio, en general y, por lo tanto, en el Arquitectónico.
Ruego, suplico a los que tienen el poder para exigir que sean escrupulosos a la hora de encargar futuros proyectos de restauración o rehabilitación, tanto a nivel del ingeniero o arquitecto diseñador, así como con la empresa o empresas, ya que éstas últimas deben contar con la debida cualificación para optar a la obra en cuestión. Y también, no estaría de más que, el o los técnicos municipales que vayan a aprobar las diferentes propuestas, además de su título de Arquitecto Superior tengan en su curriculum vitae uno o varios másteres en Patrimonio Histórico.
Todo lo dicho no debería caer en balde, ni mucho menos ser calificado de pura demagogia. Créanme, mis estudios encaminados al conocimiento del Patrimonio Histórico, no sólo teldense, me han llevado a las ideas más arriba expuestas, con el único ánimo de servir a nuestra comunidad. La experiencia teórico-práctica de algo más de cuarenta y cinco años de vida laboral como enseñante y museólogo me permiten hablar de este asunto con cierta validez en mis exposiciones.
Antonio María González Padrón es licenciado en Historia del Arte, cronista oficial de Telde, Hijo Predilecto de esta ciudad y académico correspondiente de la Real Academia de la Historia.























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