Tenía aún camino profesional por delante. Murió con 73 años. Hace un tiempo se debatía públicamente, porque él mismo lo promovió en las redes sociales, si era la hora de retirarse de los escenarios. Dura decisión que solo uno mismo puede saber, siendo honesto. El humor tiene mucho de contexto. Sobre todo, si, como en el caso de Manolo Vieira, era costumbrista. Y ese contexto había cambiado. Canarias era otra.
Las islas que magníficamente supo retratar el de La Isleta fue la que vino a más. La que conoció las estrecheces de la posguerra, la entrada en la democracia y la bonanza económica. Es decir, la de antes de 2008. Los otros humoristas isleños que han irrumpido (como Kike Pérez) se deben a otra Canarias: la que ha ido a menos en la última década al calor de la austeridad, los salarios bajos y una juventud en eterna precariedad. Este archipiélago ya no es el de las narraciones de Manolo Vieira. Estaba el humorista fuera de contexto.
A Manolo Vieira se le compraba sus casetes en las gasolineras, en esa parada para el buche de café cuando íbamos el fin de semana camino del sur de Gran Canaria. Manolo Vieira supo descifrar lo que era estar esperando en la sala del ambulatorio cuando el Servicio Canario de la Salud no existía o estaba empezando amén de la descentralización autonómica.
Supo hacernos reír con soltura. Congregaba a la familia entera en Navidad alrededor de la televisión. Tuvo la suerte vital de desplegar su experiencia ya madura con una Televisión Canaria en nacimiento que, como es natural, supo aprovecharlo año a año cosechando audiencias significativas. Y pintó con humor a Canarias entera. La desgranó ante los peninsulares. Distinguió nuestro acento social. Hizo país canario. Y deja una gran cantidad de amigos y admiradores; el mejor legado que se puede dejar al irte de este mundo. Sus chistes, cuentos humorísticos y gracias sueltas quedan ahí gracias a internet y, en especial, a YouTube.
Aquel al que le comprábamos sus casetes en las gasolineras tendrá que ser recordado, paradójicamente, por YouTube. Allí podrán encontrarlo, mayormente, las próximas generaciones en las islas que, desde luego, no conocieron aquella Canarias y ni siquiera, como en mi caso, se la contaron otros que ya no están entre nosotros. La vida sigue igual, como diría la canción de Julio Iglesias. Unos vienen y otros se van. Él lo hizo con humor. Y ayer nos asaltó a todos algún recuerdo suyo con el que nos reímos a carcajada limpia, sonriendo de oreja a oreja. Contó la Canarias cotidiana. Eso sí, una Canarias que ya ha dejado paso a otra distinta. Y se nota.
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