Sin verdad no se puede cimentar la democracia. La vacuidad de las ideas y, por ende, del debate público solo carcome los potenciales políticos de las respectivas siglas. Los partidos se diluyen ideológicamente en aras de entrar en una espiral de competición (hasta cierto punto ficticia o impotente) que acaba por devorar a todos ellos. En la reciente campaña electoral en Andalucía todos hicieron gala del andalucismo. Y la misma noche del recuento el ganador del PP, Juan Manuel Moreno Bonilla, lució la bandera de Andalucía que refleja la apetencia de autogobierno al acceder por la vía denominada rápida del artículo 151 en su día. Algo que, desde luego, el poder constituyente del 78 no previó y que descolocó por completo a UCD. De hecho, finiquitó a la UCD.
Por su parte, la ciudadanía constata la confusión de la política y el periodismo. La crisis de la intermediación es inapelable. La horizontalidad ofrece enormes oportunidades. Sin embargo, ¿cómo se ordena el discurso justo en un reino digital aparentemente diverso e inabarcable? Da la impresión de que la democracia puede morir de éxito y no lo sabíamos. Y, de repente, algunos países como Estados Unidos que antaño eran modelo de protección de los derechos y libertades, activan derivadas internacionales de incierto desenlace al precio que sea. ¿De cara al futuro lo mejor para Europa es ir de la mano (acríticamente) de Estados Unidos?
Las noticias se suceden a tal velocidad que nada permanece. No hay noticia que aguante una semana, me refiero a la tensión informativa. En una misma jornada, incluso, varias noticias se solapan, se comen mutuamente. Y acaba el día con una liviandad desconocida antes de la pandemia. La agenda pública no se ordena. Impera el desorden. Y es precisamente en este desorden oceánico en el que debe desenvolverse los partidos políticos y los medios de comunicación.
Eso sí, siempre son las citas con las urnas las que colocan a cada partido en su sitio. El electorado premia o castiga. Este sí que es un clásico que resiste al paso del tiempo. Las organizaciones se vuelcan en las instituciones cuando gobiernan y relegan sus compromisos ideológicos y de proyecto colectivo. A la vuelta del verano los aparatos se pondrán a preparar los comicios. Natural. Pero pocos, por no decir ninguno, incluirán en su plan de acción el qué pasará si vienen mal dadas. Los partidos, como las empresas, tendrían que mascullar un cronograma por si el resultado es exitoso y otro diferente por si es negativo. Pero no lo hacen. E impera reaccionar al calor del momento sobre el consabido desorden del universo pospandémico. La crisis del modelo de los partidos tiene connotaciones estructurales y eso es lo que se antoja alarmante. La democracia, cuando menos, está cuestionada por la realidad material. El descrédito es absoluto fruto, entre otras claves, de la crisis de la intermediación referida. Y lo será antes y después de 2023. Salir de esta coyuntura sistémica no será fácil. Por ahora, no se otea solución. Pero conviene que los partidos no se pierdan a sí mismos, aunque sea por un mero instinto de supervivencia.
Normas de participación
Esta es la opinión de los lectores, no la de este medio.
Nos reservamos el derecho a eliminar los comentarios inapropiados.
La participación implica que ha leído y acepta las Normas de Participación y Política de Privacidad
Normas de Participación
Política de privacidad
Por seguridad guardamos tu IP
216.73.216.49