El giro de Pedro Sánchez es, sin duda, una noticia de alcance y, por tanto, con efectos a desplegar por un largo tiempo. Si 1975 fue un año clave, otro tanto lo será 2022 por acción u omisión, ahora iremos a ello. En función de cómo encarase Canarias (y Madrid) el conflicto saharaui su posición geopolítica para el siglo XXI era una u otra. Y Sánchez ha tomado una decisión, su decisión, en la que las islas quedan relegadas. ¿Los isleños aspiramos a un siglo XXI en el que las próxima generaciones tengan que enfrentarse a una costa cercana en posesión plena de Rabat? Por eso la transcendencia y polémica desatada. ¿Dejamos para los más jóvenes y los que le sucederán este escenario? Porque al igual que en 1975, donde Juan Carlos I cedió con Marruecos a cambio de consagrar la Transición y contar con la bendición de Estados Unidos, lo mismo acontece en la actualidad: ¿con estos hechos consumados dentro de cuarenta años (o antes) no habrá nuevos conflictos con el Estado vecino y su afán expansionista?
Sánchez le ha endosado un problemón a Ángel Víctor Torres. No era el deseo de La Moncloa pero, a efectos prácticos, le es indiferente. Torres no fue consultado. La opinión de Canarias ni se consideró. Y el ministro de Asuntos Exteriores, Unión Europea y Cooperación llamó al aruquense poco antes de que se diera a conocer el bandazo de Madrid. José Manuel Albares no le dio opción a Torres y si lo hizo de nada sirvió. Más bien tuvo que ser lo primero, Albares telefoneó para comunicar y listo. Hechos consumados. Los mismos que Marruecos practica con el archipiélago desde hace tiempo, el pueblo saharaui como moneda de cambio.
Ninguna noticia aguanta en primera plana un largo periodo, por impactante que sea. A esto jugará La Moncloa, a dejar que avance el calendario y se enfríe la indignación de Unidas Podemos, Nueva Canarias y las restantes siglas. Evidentemente, la comunidad saharaui afincada en las islas tiene criterio y exigirá a los partidos que vayan más allá de las declaraciones al uso que a Sánchez, en términos coloquiales, le entran por un oído y le sale por el otro. Sánchez ha hecho esto siendo consciente perfectamente de lo que implicaba, de ahí las formas y la estocada a las puertas del fin de semana. No ha sido un tropiezo diplomático. Es, a todas luces, una apuesta. Y para el jefe de los socialistas es un paso irreversible. Una carta a Mohamed VI no se envía todas las semanas.
La guerra de Ucrania como telón de fondo permite este tipo de maniobras. Un conflicto bélico en el Viejo Continente distrae otros focos. Se está realineando los frentes y Estados Unidos aprieta. Era la ocasión perfecta para Rabat después de que la Administración Trump reconociera a los territorios ocupados como parte de Marruecos. Sánchez se sumó al carro. Y los reyes, entre ellos, se consultan sus cosas… Como en 1975, como en 2022. ¿Y los derechos humanos de los saharauis? ¿Y la represión perpetrada en El Aaiún? Nada de nada. Ni se lo nombren a La Moncloa que incomoda. Que esto pase rapidito, que se olvide pronto. Que Binter siga volando al Sáhara Occidental. Y que los saharauis no incordien más. Un par de manifestaciones y para casa, valgan para desahogarse y ondear las banderas de la nostalgia romántica. Unidas Podemos, Nueva Canarias y las demás formaciones no adoptarán medidas mayores; esto masculla Sánchez que duerme tranquilo en su estancia presidencial. Hechos consumados, domesticar a la izquierda. Y aquí no ha pasado nada, sostiene Sánchez.






















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