Quien dice malestar y cabreo profundo dice también colas ante el cajero. Y no solo por parte de las personas mayores. La pandemia ha provocado una aceleración enorme de la digitalización. Pero también, no siendo menos, ha servido como pretexto para que los bancos prosigan en una senda de fusión de entidades que, en última instancia, provoca despidos colectivos y cierre de oficinas. Muchos rentistas han perdido ingresos significativos a cuenta de los locales que se han ido vaciando desde comienzos de 2020.
Los bancos, como la Administración, no pueden perder lo presencial, que es un valor formidable. No todo es digital. Por el contrario, ambas sendas deben convivir a favor tanto del cliente como del administrado. Y valer asimismo para personas de más edad como de los jóvenes. El ordenador o el móvil, la pantalla a fin de cuentas, no puede reemplazar el trato humano con todo lo que ello comporta de positivo. Las personas no podemos desaparecer en el océano de internet donde los rostros se desfiguran. Por eso es importante la denuncia de colectivos como los pensionistas, no solo por exigir una mejora de sus condiciones sino que no permiten que las entidades de crédito los instrumentalicen. Pero no debe quedar ahí el asunto: el resto de la sociedad debe entrar y salir de la oficina de turno (o del ayuntamiento o cabildo) con la normalidad de antaño, papeles en ristre. Que cada uno pueda optar con el mecanismo que se sienta más cómodo. Pero nunca esgrimir la digitalización como excusa para ahorrar costes o endosarle al ciudadano tareas informáticas.
Antes del confinamiento ya coexistía un rebumbio a son de los municipios rurales y alejados que estaban quedando en desamparo con respecto a los bancos. La desaparición de las cajas de ahorro, con la inestimable obra social que ejercían año a año, fue el punto de partida del retroceso. Es decir, empezó no con la pandemia sino con la Gran Recesión de 2008. La dichosa epidemia solo agudizó una problemática que ya asomaba; aunque no había llegado todavía a las ciudades ni se había generalizado.
Por supuesto, la banca siempre ha sido un negocio. Y no cabe duda que se trata de un sector que históricamente ha sido mal visto socialmente. Una idea que se resumía en aquella máxima de que el banco daba el paraguas cuando hacía sol pero no cuando llovía. Eso sí, otrora al director de la sucursal se le visitaba con traje de domingo y con cara sonriente y amable. Este tenía poder. Ahora la máquina lo decide todo por él (si concede o no el crédito) e incluso ese mismo director que antes daba cita, y con suerte,
posiblemente haya sido despedido a través de uno de los ERE que han sacudido al gremio. En definitiva, que si encima cobran cada vez más comisiones, qué menos que no perder el trato presencial. Algo que vale por igual a las diversas administraciones. No estamos obligados a vivir con móvil y con internet. Allá cada uno como desee hacerlo, faltaría más. Aunque no debe quebrarse el principio de igualdad. Y, sobre todo, salvaguardar que las personas somos personas y no una cadena de montaje al servicio de terceros que, por si fuera poco, son especialmente poderosos.























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