SANTIAGO GIL
Este sábado tuvimos como escritor invitado en el Taller de Escritura de la Casa Museo León y Castillo de Telde al poeta Noel Olivares. De él escribí hace tiempo que se siente renglón, adjetivo o metáfora cuando camina desgarbado por la calle. Siempre sonríe cuando habla; pero su sonrisa parece que viene de otro tiempo, lo mismo que sus palabras, que terminan siendo una especie de ecos necesarios en medio de tantas frases hueras y de tantos silencios extraños.
Ayer contó que la poesía era un infinito o un instante, leyó poemas incluidos en su libro, Trance, y nos adelantó la maravilla poética que le ha dedicado a su compañera, Teca Barreiro, otra gran poeta, una mujer admirable de la que aprendes escuchando y leyendo porque también es poesía, alguien que vive solo para buscar la armonía y la belleza.
Olivares, como también escribí en su día, puede ser Noel o Pepe, o simplemente puedes confundirlo con una frase que camina por las calles de Las Palmas de Gran Canaria. Lleva muchos años escribiéndose, tanto esa frase como el personaje que se asoma desde esas palabras.
Si lo buscas en librerías o bibliotecas tendrás que preguntar por Noel Olivares; pero seguro que te lo habrás tropezado mil veces por las calles que frecuentas a diario. Yo a veces lo veo y no me acerco. Lo observo desde lejos. Va casi siempre con la mirada perdida, un hombre alto y flaco de sesenta (ahora sesenta y cuatro) años que aparenta muchos menos y que parece que está todo el rato asomándose a un espejo imaginario. Cualquier mirada la convierte en un reflejo de su propia alma, cualquier objeto, y también esas sombras que los demás no vemos cuando caminamos presurosos por las aceras.
Cuando me paro a hablar con él me siento como si estuviera deteniendo a alguien en su proceso creativo. Tengo la sensación de que Pepe (los amigos le llamamos Pepe) me saluda entre dos frases o que acaba de poner un punto y aparte en su nuevo pensamiento.
Siempre me recomienda libros que me cuesta una barbaridad encontrar en los rastreos de Internet o en las librerías de viejo. Nunca decepciona con esas recomendaciones y me ha descubierto a muchos de esos escritores que, como Cansinos Assens, han vivido el divino fracaso de la escritura sabiendo que el tiempo no es más que una conjetura de sueños.
Santiago Gil es periodista y escritor. Imparte un taller de Escritura en la Casa-Museo León y Castillo.
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