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Diego Talavera Alemán (Foto TA) Diego Talavera Alemán (Foto TA)

Impostores

TA ofrece un artículo de opinión del periodista Diego Talavera

Dojeda Lunes, 05 de Enero de 2015 Tiempo de lectura:

DIEGO TALAVERA
Hace dos días terminé de leer la última novela (¿sin ficción?) de Javier Cercas, El impostor, y no me resisto a escribir unas líneas tras su lectura porque hace tiempo que no disfrutaba tanto con un libro.
 
Cercas analiza de forma minuciosa la historia de Enric Marco, un nonagenario catalán que se hizo pasar por superviviente de un campo de deportación nazi y que fue desenmascarado en mayo de 2005 por el minucioso historiador Benito Bermejo, después de presidir durante años la asociación española de supervivientes, pronunciar conferencias, conceder entrevistas, recibir importantes distinciones y conmover (en algunos casos hasta las lágrimas, como le ocurrió a Carme Chacón, exministra de Defensa) a los parlamentarios españoles reunidos para rendir homenaje a los republicanos depurados por el III Reich alemán.
 
El asunto dio la vuelta al mundo y convirtió a Enric Marco en el gran impostor y el gran maldito, en un momento en que en España se reivindicaba la memoria histórica de miles de demócratas que acabaron fusilados y enterrados en las cunetas de las carreteras españolas; es decir, Marco reinventó su pasado en el momento en que el país quería devolver la dignidad a miles de luchadores que quedaron en el olvido. Pero lo que Javier Cercas viene a decir en su libro es que no solo fue Marcos, sino que muchos personajes hicieron lo mismo durante la transición de la dictadura a la democracia en España.
 
Muerto el Caudillo, por la gracia de Dios, casi todo el mundo que participó en política en los años oscuros de la dictadura empezó a construirse un pasado para encajar en el presente y prepararse el futuro. Lo hicieron, como dice el autor de Soldados de Salamina, políticos, intelectuales, profesores y periodistas de primera fila, de segunda fila y de tercera fila, pero también personas de todo tipo; lo hizo gente de derechas y de izquierdas, unos y otros deseosos de demostrar que eran demócratas de toda la vida y que durante el franquismo habían sido opositores en la sombra, resistentes silenciosos o antifranquistas durmiendo en la sombra, porque tampoco era plan recibir un mes sí y otro también algunos guantazos de los funcionarios policiales de la Brigada Política y Social del Régimen (no confundir con el Régimen al que se refiere los heroicos miembros de Podemos).
 
Pero no todo el mundo mintió con la misma pericia o descaro, por supuesto, y pocos llegaron a inventarse una nueva identidad, sino que se limitaron a maquillar o adornar su pasado de forma inteligente, o al menos eso pensaron ellos, sabiendo que a su alrededor todo el mundo estaba haciendo lo mismo. Cosas que pasan, como diría el cantautor argentino José Larralde. Esa fue la realidad, al menos durante los años del cambio de la dictadura a la democracia.
 
Uno, que lleva años en esto del periodismo, tuvo la oportunidad de conocer personalmente a varios impostores con el mismo perfil del personaje de Javier Cercas, o al menos eso creo. Solo me voy a referir a dos. Uno de esos impostores tuvo contacto en la prisión, donde cumplía condena por un delito común antes de que muriera el Caudillo, con un dirigente comunista con el que hizo amistad y cuando salió a la calle se reconvirtió en líder obrero y campesino. Participó en luchas sindicales, encierros reivindicativos y creó cooperativas agrícolas con dinero público. Algún teórico de salón hasta llegó a comparar la experiencia del impostor con los primeros socialismos agrarios de los soviets (¡ahí es nada!). Al final, cuando ya pasó la transición, los gobiernos de Felipe González, los de Aznar y hasta los de Zapatero, ese mismo dirigente volvió a la cárcel, pero por cometer otro delito común, como al principio de la historia. No escribo aquí su nombre por respeto a los centenares de camaradas que colaboraron con él de buena fe en aquellos difíciles momentos de la transición.
 
Al otro impostor lo conocí a principios de los años setenta cuando era consejero por la provincia de Las Palmas del Movimiento Nacional, que para los más jóvenes que lean estas líneas es obligado aclarar que se trataba del brazo político del franquismo. Aquel personaje vestía la camisa azul en los actos oficiales y cantaba el Cara al sol con mucho afinamiento. Al llegar la transición se incorporó, como tantos otros seguidores de José Antonio y Ledesma Ramos, a la Unión de Centro Democrático (UCD) de Adolfo Suárez, convirtiéndose de la noche a la mañana en demócrata convicto y confeso. Pero aquí no queda la cosa. Cuando la UCD se autodestruyó en aquel famoso congreso de Palma de Mallorca y el PSOE de Felipe González arrasó en las elecciones de 1982 consiguiendo 202 diputados en el Congreso, nuestro impostor se hizo socialista sin haber leído en su vida los textos de Carlos Kautsky y Pablo Iglesias (el auténtico). Y estoy convencido de que de haber vivido en la Rumanía de Nicolae Ceaucescu hubiera abrazado el comunismo con mucho entusiasmo y sentimiento. Tampoco voy a escribir aquí su nombre porque ya no se encuentra entre los vivos y no puede defenderse de tan estrafalaria trayectoria política.
 
Como dice inteligentemente Javier Cercas en su novela, la memoria es individual, parcial y subjetiva; en cambio, la historia es colectiva y aspira a ser total y objetiva. Nadie ha aprovechado mejor que esos dos impostores canarios esa antítesis insalvable.
 
Cosas que pasan.
 
Diego Talavera Alemán es natural de Telde, periodista y fue director del rotativo La Provincia.
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