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Adolfo Santan (Foto Canarias7) Adolfo Santan (Foto Canarias7)

Retazos de zafras (III)

TA ofrece un relato del periodista teldense Adolfo Santana

Dojeda Sábado, 19 de Julio de 2014 Tiempo de lectura:

ADOLFO SANTANA
Tenía que haberlo imaginado. Conociendo a la doña y a los dos que crió, detrás del “escribe papi, que tú sabes y no duele”, vendrá la recopilación y el “dile a Enrique que te publique estos relatos, que peores los estamos leyendo”. Por eso, dejando como están los títulos de las dos primeras entregas, sigo en mis remembranzas de las zafras con este nuevo relato, seriado, porque este tema, tan vívido por uno y tan cercano en el tiempo, es casi inagotable y, lo más asombroso es que, no sólo las nuevas generaciones, sino gente de cuarenta años y más, no conocieron estas miserias que sus padres y abuelos padecieron en los surcos y que hoy nos sorprenden como noticias fechadas en países despojados de África o la India.
 
Hoy mismo leía que una marca deportiva había roto con una empresa india porque empleaba mano de obra infantil. Igual que los exportadores de nuestra zafra hace menos de cinco décadas, o sea que la Isla está llena de gente sesentona que fue niño-a esclavo-a y si no que se lo pregunten a los que venían a trabajar a la Intercasa de Vicente Calderón, a apartar tomates entre la mierda y había que amontonar tres cajas para que pudieran alcanzar los atestados tableros. A una cincuenta le pagaban a sus padres cada caja apta para fábrica, o sea, con los tomates desfloriados uno a uno y apartados de los podridos, eso si el cabrón del listero no decidía descontársela alegando que los habían sorprendido guirreando con tomates con los demás niños. No era raro que en el desayuno, almuerzo y merienda de esos críos, casi todos de Las Puntillas, Los Moriscos, El Sequero y Los Molinillos, en Ingenio, de donde los traían en una guagua tan vieja que no tenía ni papeles, figurasen los bocadillos de la conserva hecha con los tomates que ellos apartaban de entre los gusanos en los apestosos tableros expuestos al sol.
 
Estos son sólo dos botones de muestra y cuando digo que este es un tema inagotable es que ha bastado el recordatorio de uno de los amigos, Antonio, que han comentado los anteriores escritos para que un servidor conejase lo denunciado hace poco en Colombia con lo que nos estuvimos tragando en esos sures durante años con la total aquiescencia de nuestras autoridades y la impunidad de una clase empresarial que, no solo utilizaba mano de obra esclava, sino que pasaba olímpicamente de su seguridad y la del medio donde laboraban para hacerles más ricos a ellos, aunque casi todos terminaron, merecidamente, como peripatéticas por rastrojo.
 
Con el fin de economizar gastos, se supone, estos mal nacidos se dedicaron a fumigar las enormes extensiones de tomateros que existían desde Cruce de Arinaga hasta Tasarte con avionetas. Hay que imaginarse lo que significó para personas, animales y plantas este bombardeo asesino de DDT, Detano, o lo que coño fuera que echaban estos asesinos sobre toda la isla, dado que el viento se encargaba de generalizar el cernido, hubiese o no tomateros plantados. La causa más inmediata se observó en la fauna: una tierra, la del Sur-Sureste, que era un paraíso para especies como el calandro, la zanqueta, la chirringa, el pájaro moro, el linasero o el apupú (abubilla), fue totalmente arrasada y todavía hoy, para encontrar un nido de estos animales hay que venir a zonas de Medianías, como El Llano de Madrid, Silva a Lomo Catela, donde últimamente hemos sabido que quedan algunos.
 
Otras causas se conocieron mucho más tarde, cuando muchos de los responsables ya estaban bien muertos o alejados de esas actividades. Un estudio nada secreto, al punto que un servidor lo publicó hace una década, más o menos, en el periódico donde trabajaba entonces, subrayaba que el Sur-Sureste, zona de tomateros y lugares profusamente fumigados por estas avionetas asesinas, presentaba un alto índice, nada común, de tumores malignos en sus poblaciones. Igualito que lo que denuncia ahora, y que tanto indigna y asombra a nuestra gente joven y menos joven, Don Winslow, que ha dejado escrito que en Colombia, y gracias a un trabajo conjunto entre el ejército de ese país y asesores de la DEA norteamericana, se fumigaba desde avionetas, en cantidades suicidas, las plantaciones de cocaína y todo lo que hubiera vivo debajo, fueran lechugas o campesinos, con Cosmo Flux y Roundup Ultra, un glifosato defoliante que acababa con las plantas y condenaba a la enfermedad y hasta a una muerte lenta a los que vivieran en sus alrededores. Esto lo novela Winslow (‘El poder del perro’) y es un éxito editorial, como lo de los niños esclavos. Nosotros lo vivimos, lo padecimos y nuestros hijos y nietos abren la boca asombrados y se creen que son los típicos cuentos de puretas. Habrá que contarles lo que nos pasaba a mi amigo Elías y a un servidor cuando empezamos a gallear. Nos bañábamos en la acequia de la Heredad con jabón Samba, Lagarto o polvos de Tú-Tú, nos afeitábamos a la luz de una vela o del carburo a las ocho de la tarde y, a las doce de la noche, si había suerte, estábamos bailando bajo los rayos láser en la discoteca La Bamba, en el Sur, donde su hermano Juan, jefe de casi todo allí, nos dejaba entrar gratis y nos pagaba la primera copa. De la cueva al láser. Con un par. ¿Cómo demonios van a creerse nuestros nietos esto? Y si encima vas y le cuentas que, a veces, hasta te ligabas a una sueca, el pibe o la piba apaga su tablet y te deja con el relato en la boca. Normal.
 
Adolfo Santana es periodista y vecino de Telde.
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