Acuérdate de Palestina

Hasta este viernes me pasé doce días subiendo y bajando de Telde al aeropuerto. Una vecina de Ojos de Garza, Margarita Alonso, protestaba en la terminal contra AENA y su resistencia a firmar el convenio que le comprometería a financiar el realojo de los vecinos que están afectados por la futura construcción de la tercera pista.

 

Harta de sus incumplimientos, optó por ponerse en huelga de hambre. Y uno de esos días, mientras le preguntaba a Margarita cómo estaba, una señora me tocó el hombro y me soltó: Acuérdate también de Palestina, por favor. Me quedé frío. No supe qué contestarle. Creo que balbuceé algo ininteligible que acababa en genocidio. Poco más.

 

Llevaba días viendo de pasada los bombardeos de Israel a Palestina en los informativos. De reojo atisbé en algún periódico la imagen de un niño palestino muerto en brazos de un adulto. Estaba absorto en la realidad que tenía más cercana y que, cierto es, me parecía dramática. Pero aquella frase de aquella señora de la que no sé siquiera su nombre me disparó en la conciencia.

 

Margarita estaba en huelga de hambre, sí, pero lo hacía en un Estado de Derecho. Era su elección. Y aquella mujer, con la desgracia de un pueblo a cuestas, tenía fuerzas para apoyar a Margarita en su pelea, acompañándola a ratos, pertrechada de un pañuelo palestino.

 

En cambio, la realidad que aquella señora me estampó en toda la cara tiñe de sangre el presente de esta humanidad hipócrita, de la que soy digno integrante, que mira para otro lado mientras un estado que se dice democrático, el de Israel, traiciona la memoria de sus muertos, víctimas de la más atroz de las barbaries, e incurre en prácticas genocidas contra un pueblo, el palestino, amordazado y enjaulado dentro de sus propias fronteras.

 

Y una humanidad que no hace nada, es una humanidad  cómplice de esa locura criminal.