FRANCISCO SANCHO
La lectura del artículo La danza de los salmones, de Ana María Florido, publicado en TELDEACTUALIDAD este 15 de marzo de 2015, ha despertado en mí recuerdos de juventud, cuando pretendí alcanzar el doctorado, trabajando en una tesis doctoral que nunca llegué a presentar, sobre la obra de Enrique Jardiel Poncela.
Tras un año de intenso trabajo durante el curso 1986-87, allá en Los Llanos de Aridane, apenas progresé en mi intentona, de modo que descarté tal meta y me matriculé en Ciencias Matemáticas en la Universidad Nacional de Educación a Distancia (tardaría 19 años en obtener la Licenciatura...)
Pero el escrito de Ana María Florido me hizo recordar unos versos que había leído ya por entonces varias veces, y que, por poco conocidos, me ha parecido oportuno transcribirlos literalmente, incluyendo el término Föhen (que me parece una errata, ya que tras una breve búsqueda he encontrado los términos alemanes Föhn y Foehn, pero no el que indico).
El texto que sigue responde a la cita bibliográfica: Jardiel Poncela, Enrique: Obra Inédita de Enrique Jardiel Poncela. Editorial AHR. Barcelona, 1967, págs. 361-364.
Sean estas líneas una pequeña aportación al gran esfuerzo demostrado por una Maestra de las que se escriben con M mayúscula.
Epístola clásica a una dama romántica
Mercedes Salisachs de Juncadella,
consonante feliz de la voz ella
igual que no es de bella y lo es de estrella
por ser estos sinónimos de aquélla:
He aquí la larga carta que sabía
que en plazo, breve aún, le escribiría:
por más que hasta hoy no supe, amiga mía,
que lo iba a hacer por la «Cuaderna vía»...
Y aunque esta vía no es la vía férrea
ni la supermoderna vía aérea
que une a ambas urbes, sí es la vía etérea
que le va bien a su belleza cérea;
por lo cual, como medio de expresión,
merece mi total aprobación:
y es la que voy a usar sin discusión.
Usted no ignora cuánto se la debo
y de volver a oírlo la relevo;
pero como el motivo, en cambio, es nuevo
para el lector, a discutir me atrevo
que esta clásica Epístola le escribo
en reconocimiento admirativo
por su Föhen, el libro en el que vivo
por la bondad de usted, de usted cautivo.
Y si usted no me corta el día aquel
en que, a solas, quería hablarle de él,
hoy me ahorraría yo tinta y papel;
pero usted exclamó: «¡No, no Jardiel!
¡No hablemos de mi libro! ¡Qué ocurrencia!»
Y yo callé... Pero... ¿y la consecuencia?
Pues; que hoy tiene que armarse de paciencia.
Y oírlo ante bastante concurrencia.
Y es que es usted como una criatura,
y se piensa, se cree o se figura
que va a poder hacer literatura
sin sufrir la pena menos dura
que es el elogio... Feas o bonitas,
las páginas de este libro están escritas
y ¡ahí quedan, inmutables e infinitas!
Así es que... ¡Aguante mecha, Merceditas!
Aguante usted, que el arte a ello le obliga
el que ahora de su libro yo le diga
que él denuncia, que usted querida amiga,
aún persigue – ¡y que siempre lo persiga! –
un ideal romántico imposible,
imposible porque es inasequible;
el ideal del bien.
Por ello siento
que todo en Föhen es como un lamento
de quien no quiere que haya sufrimiento,
ni angustia ni injusticia. Y zumba el viento.
(Se llama Föhen en Suiza al infernal
viento del Sur: azote espiritual
cuya empolvada y cálida espiral
engendra el crimen, la pasión y el mal
y apaga y mata la divina «lumen»)
y en el zumbar del viento se resumen
25 episodios del volumen.
Pero esta vez del Föhen al vaivén
la que se ve cortada y a cercén
no es la amarra del mal: es la del bien
pues mientras dura el Föhen; que es también
lo que dura su libro; usted logró
un mundo superior al que dejó;
ese mundo de ensueño del que yo
gocé al leer, y del que igual gozó
cada lector, y del que usted igualmente
gozaba al escribir, seguramente
porque su Föhen es, principalmente,
la inhibición, la fuga de una mente.
¡Enhorabuena! Y siga, amiga mía.
No se detenga en Föhen, que sería
traicionarse a sí misma. Cada día
hay líneas que escribir. Es tontería
que intentemos rehuir nuestro destino,
y yo le digo que ese es su camino,
como lo dijo en el latín más fino,
ex abundantia cordis, el latino.
Ahora el verano viene: ¡qué gran cosa!
Y usted que se prepara presurosa,
al garbeo a París o a la preciosa
Italia, y los tres meses que reposa
en la flamante posesión de Tossa;
pero al regreso iré por Barcelona
que sólo es bona si la bolsa sona,
por lo cual para mí no es ahora bona,
y he de felicitarle yo en persona.
Hasta entonces, adiós. Él es testigo
de que es sincero cuanto aquí le digo:
tanto como el afecto con que sigo
siendo siempre su leal amigo.
1950.
Francisco Sancho Soriano es catedrático de Filosofía y profesor jubilado.
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