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Miércoles, 15 de Octubre de 2025

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Francisco Sancho (Foto TA) Francisco Sancho (Foto TA)

Epístola clásica

TA publica un artículo de opinión de Francisco Sancho en relación al análisis literario del libro 'La danza de los salmones'

Cristina Lunes, 16 de Marzo de 2015 Tiempo de lectura:

FRANCISCO SANCHO

La lectura del artículo La danza de los salmones, de Ana María Florido, publicado en TELDEACTUALIDAD este 15 de marzo de 2015, ha despertado en mí recuerdos de juventud, cuando pretendí alcanzar el doctorado, trabajando en una tesis doctoral que nunca llegué a presentar, sobre la obra de Enrique Jardiel Poncela.

 

Tras un año de intenso trabajo durante el curso 1986-87, allá en Los Llanos de Aridane, apenas progresé en mi intentona, de modo que descarté tal meta y me matriculé en Ciencias Matemáticas en la Universidad Nacional de Educación a Distancia (tardaría 19 años en obtener la Licenciatura...)

 

Pero el escrito de Ana María Florido me hizo recordar unos versos que había leído ya por entonces varias veces, y que, por poco conocidos, me ha parecido oportuno transcribirlos literalmente, incluyendo el término Föhen (que me  parece una errata, ya que tras una breve búsqueda he encontrado los términos alemanes Föhn y Foehn, pero no el que indico).

 

El texto que sigue responde a la cita bibliográfica: Jardiel Poncela, Enrique: Obra Inédita de Enrique Jardiel Poncela. Editorial AHR. Barcelona, 1967, págs. 361-364.

  

Sean estas líneas una pequeña aportación al gran esfuerzo demostrado por una Maestra de las que se escriben con M mayúscula.

      

Epístola clásica a una dama romántica

Mercedes Salisachs de Juncadella,

consonante feliz de la voz ella

igual que no es de bella y lo es de estrella

por ser estos sinónimos de aquélla:

 

He aquí la larga carta que sabía

que en plazo, breve aún, le escribiría:

por más que hasta hoy no supe, amiga mía,

que lo iba a hacer por la «Cuaderna vía»...

 

Y aunque esta vía no es la vía férrea

ni la supermoderna vía aérea

que une a ambas urbes, sí es la vía etérea

que le va bien a su belleza cérea;

por lo cual, como medio de expresión,

merece mi total aprobación:

y es la que voy a usar sin discusión.

 

Usted no ignora cuánto se la debo

y de volver a oírlo la relevo;

pero como el motivo, en cambio, es nuevo

para el lector, a discutir me atrevo

que esta clásica Epístola le escribo

en reconocimiento admirativo

por su Föhen, el libro en el que vivo

por la bondad de usted, de usted cautivo.

 

Y si usted no me corta el día aquel

en que, a solas, quería hablarle de él,

hoy me ahorraría yo tinta y papel;

pero usted exclamó: «¡No, no Jardiel!

 

¡No hablemos de mi libro! ¡Qué ocurrencia!»

Y yo callé... Pero... ¿y la consecuencia?

 

Pues; que hoy tiene que armarse de paciencia.

Y oírlo ante bastante concurrencia.

Y es que es usted como una criatura,

y se piensa, se cree o se figura

que va a poder hacer literatura

sin sufrir la pena menos dura

que es el elogio... Feas o bonitas,

las páginas de este libro están escritas

y ¡ahí quedan, inmutables e infinitas!

 

Así es que... ¡Aguante mecha, Merceditas!

Aguante usted, que el arte a ello le obliga

el que ahora de su libro yo le diga

que él denuncia, que usted querida amiga,

aún persigue – ¡y que siempre lo persiga! –

un ideal romántico imposible,

imposible porque es inasequible;

el ideal del bien.

 

Por ello siento

que todo en Föhen es como un lamento

de quien no quiere que haya sufrimiento,

ni angustia ni injusticia. Y zumba el viento.

(Se llama Föhen en Suiza al infernal

viento del Sur: azote espiritual

cuya empolvada y cálida espiral

engendra el crimen, la pasión y el mal

y apaga y mata la divina «lumen»)

y en el zumbar del viento se resumen

25 episodios del volumen.

 

Pero esta vez del Föhen al vaivén

la que se ve cortada y a cercén

no es la amarra del mal: es la del bien

pues mientras dura el Föhen; que es también

lo que dura su libro; usted logró

un mundo superior al que dejó;

ese mundo de ensueño del que yo

gocé al leer, y del que igual gozó

cada lector, y del que usted igualmente

gozaba al escribir, seguramente

porque su Föhen es, principalmente,

la inhibición, la fuga de una mente.

 

¡Enhorabuena! Y siga, amiga mía.

No se detenga en Föhen, que sería

traicionarse a sí misma. Cada día

hay líneas que escribir. Es tontería

que intentemos rehuir nuestro destino,

y yo le digo que ese es su camino,

como lo dijo en el latín más fino,

ex abundantia cordis, el latino.

 

Ahora el verano viene: ¡qué gran cosa!

Y usted que se prepara presurosa,

al garbeo a París o a la preciosa

Italia, y los tres meses que reposa

en la flamante posesión de Tossa;

pero al regreso iré por Barcelona

que sólo es bona si la bolsa sona,

por lo cual para mí no es ahora bona,

y he de felicitarle yo en persona.

 

Hasta entonces, adiós. Él es testigo

de que es sincero cuanto aquí le digo:

tanto como el afecto con que sigo

siendo siempre su leal amigo.

1950.

 

Francisco Sancho Soriano es catedrático de Filosofía y profesor jubilado.

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