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Calle de Magarza (Foto Luis A. López Sosa) Calle de Magarza (Foto Luis A. López Sosa)

La magarza crece en el callejero de La Garita

La nominación de la vía con el nombre del arbusto data de 2000

cojeda Domingo, 16 de Noviembre de 2014 Tiempo de lectura:

En nuestro paseo de hoy nos hemos ido al barrio de La Garita y al llegar a la Rotonda de los Emigrantes, cuando finaliza la Avenida del Cabildo Insular, nos dirigimos a la Urbanización Los Alisios, donde vamos en busca de la calle Magarza, cuyo recorrido nos ocupa hoy.
 
La calle Magarza, se inicia en la calle Culantrillo y finaliza en un fondo de saco, sin salida alguna, tras recorrer unos 180 metros, aproximadamente. Tiene paralela al Poniente el futuro vial de la Circunvalación Costera y al Naciente la calle El Junco.
 
Esta nominación fue aprobada por el Ayuntamiento Pleno en sesión celebrada el día 28 de enero de 2000 y la misma guarda analogía con las del resto de los viales existente en la Urbanización, así como las del sector en general, dado que todas ellas se refieren a plantas y flores.
 
Desde esa fecha ha pasado a formar parte del Callejero Municipal del Distrito V, Sección VII del Censo de Habitantes y Edificios.
 
Es esta urbanización relativamente nueva, de tan sólo algo más de una década de antigüedad y, en la misma, podemos encontrarnos algunos locales comerciales (un restaurante, oficinas municipales de Desarrollo Local o la nueva Jefatura de la Policía Local) y mayoritariamente edificios destinados a viviendas, del tipo chalets con zonas de retranqueo en todos sus linderos. Existen hermosas edificaciones que denotan un alto coste en su construcción, con diseños arquitectónicos modernos, prácticos y de gran belleza.
 
En una de sus amplias zonas comunes destinadas a jardines, tomamos asiento en un banco y desde allí, recordamos los datos sinópticos de esta nominación.
 
Sinopsis de la nominación
La magarza o cornabaza, es un arbusto localizado en muchos lugares, entre los cuales figuran nuestras islas. Pertenece a la especie del “Crysanthemun”, aunque en algunos sitios se la clasifica también dentro de la especie de las “Anacyclus”. Fue clasificada por el botánico Martín Sarmiento (1732-1770): en su “Epistolario do P. Sarmiento”, edición de Xosé Filgueira Valverde e Mª Xesús Fortes Alén, promovido por el Consello da Cultura Galega, Santiago, 1995.
 
Aquella hierba con vareta de media vara que en el remate tiene un sombrerillo o tornasol blanco con muchos clavelitos no tiene nombre en esa villa, siendo así que es muy común en los prados y en los muros, viñas, bardas, etc.
 
En Salnés la llamaron magazza y no lo es, sino la té. En Juvia la llamaron cornabaza. Este es el verdadero nombre gallego, y derivado del carnabadio o carnabadia, que es voz griega, de la media edad, pero que únicamente se halla en Simón Setbi, autor griego del siglo XI, significa lo mismísimo. Tengo al dicho Setbi y le cita Dodoneo y le citará Bauhino, autor posterior a los dos. Pasa a casa del señor Arredondo, registra en Bauhino, verbo cornabadium y hallarás pintada la misma carnabaza, y que es la alcaravea silvestre, y acaso traerá propiedades, que yo no tengo a Bauhino, y llámese ahí ya desde ahora carnabaza y aprended la lengua gallega, que tiene tan bellos orígenes. [*Mala transcr. por magarza]. Carta 4 1747, marzo, .
 
 
El padre y botánico Martín Sarmiento, refiere que es muy parecida a la manzanilla, botón amarillo y flores blancas pero grandes. Viaje 1745, catalogando su nombre como “magarza”, en su “Catálogo de voces y frases de la lengua gallega”, ed. de J. L. Pensado Tomé (U. de Salamanca en 1973)
 
Muy parecida a la manzanilla, botón amarillo y flores blancas pero grandes. [Do Apéndice "Nombres de Plantas y Comunes recogidos y explicados en el Viaje a Galicia de 1745"]. CatálogoVF 1745-1755
Anacyclus clavatus es una especie del género Anacyclus, familia de las asteráceas.
 
Es una planta anual de entre 20 a 50 cm de altura, de tallos erectos y ramificados algo vellosos. Las hojas basales de Anacyclus clavatus se disponen en roseta, son elongadas, muy divididas y pinnadas, terminadas en pequeños mucrones. Las inflorescencias, en forma de margarita, forman capítulos con lígulas blancas y flósculos centrales amarillos.Su hábitat lo conforman los terrenos secos y los bordes de los caminos.
 
Existen unas quince denominaciones sinónimas, aunque el nombre común en castellano, tiene todas estas acepciones: amagarza, amagazón, amajostro, amargadera, amargaza, amargazón, botoncillo, chapetes, chirivitas, coronilla, flores de amor, gamarza, garmaza, gormaza, hinojo hato, hinojo morisco, magarza, magarzón, magaza, mampostre, manzanilla, manzanilla amarga, manzanilla borde, manzanilla borrico, manzanilla borriquera, manzanilla del campo, manzanilla de los campos, manzanilla gorda, manzanilla loca, manzanilla silvestre, manzanillón, manzanillones, manzanillote, margarita, margarzas, margaza, mayos, mohino fino, mohinos, mojigato, mojino, mojino blanco, mojino fino, pajitos, pampostre, pancochas, panicostres, pluma rizá, riglandera, rosaza, yerba manzanillera.
 
En nuestras islas existen muchas subespecies conocidas popularmente como: magarza angosta, magarza bastarda, magarza hedionda, magarza pegajosa, magarza de costa, magarza de cumbre, magarza de Jandía, magarza de monte, magarza de risco, magarza de Tasartico y magarza del Andén.
 
Es conocida también comúnmente como “las flores de los muertos”, no dan mucho olor, pero tienen gran variedad de colores y duran bastante tiempo una vez cortadas.
 
Toponimia de la zona
Emprendemos un concienzudo paseo y mientras tanto pensamos en la toponimia del barrio en el que nos encontramos. La Garita, según extraemos del libro “Telde” del Dr. Hernández Benítez, esta toponimia se describe como: “La Garita.- Nombre de una playa llamada antiguamente “puerto de la madera”; este topónimo nos recuerda el lugar o garita en el que se hallaba el cobrador de los impuestos sobre las mercancías que entraban por aquel puerto.”
 
Desde los últimos años del siglo XV y hasta el último tercio del siglo XVI, en nuestra ciudad y en las islas en general se vivió el ciclo del cultivo e industrialización de la caña de azúcar, así como la exportación de sus productos. Pero esta actividad llegó a su fin por diversos motivos: no poder competir con la producción americana de las Antillas al ser de mayor calidad y menor coste su producción con una mano de obra casi esclava, la falta de madera para la combustión en el proceso industrial y la falta de agua, tanto para el riego como para la motricidad de los ingenios. Todo el proceso de comercialización al extranjero, se realizaba a través de los puertos de Gando, Melenara o de La Garita.
 
Fue también por este Puerto de la Madera, por donde se embarcaba la madera que habría de alimentar las calderas de los barcos de vapor que se dirigían desde Europa a América o a África, en pleno siglo XIX, con gran incidencia en nuestros bosques, nuestra climatología y en definitiva sobre nuestro patrimonio medioambiental, sin que las autoridades nacionales o insulares lo impidieran.
 
En este puerto se encontraba una caseta o garita, al parecer similar a la de los fielatos, de planta hexagonal y realizada en madera, donde se ubicaba el funcionario de impuestos, quien cobraba los aranceles propios por la entrada de mercancías a la isla, amparados por la Ley de Puertos Francos, y cuya estancia duró hasta bien entrado el siglo XIX, cuando se inicia la centralización de estos servicios aduaneros en el Muelle de La Luz (Las Palmas de GC).
 
Este régimen económico data desde la época de los Reyes Católicos, quienes inteligentemente establecen los Puertos Francos para las islas que componen el Archipiélago Canario, a fin de favorecer o equilibrar la economía en las mismas ante el fenómeno del insularismo. Hoy el fenómeno insularista lo provocan los mismos hijos de las islas, no deja de ser una enfermedad endémica, recibe varios nombres según el proceso de desarrollo: insularismo, regionalismo, nacionalismo, independentismo,… aunque todas terminan por mostrar las mismas afecciones en un proceso degenerativo teledirigido desde fuera, a conveniencia de otros, conocido como “pleito insular”.
 
Caminando por los pasillos del tiempo y remontándonos a finales de la década de 1950, este lugar estaba formado por cultivos de tomateros que llegaban hasta el propio límite marítimo-terrestre. Recordamos pasar por las polvorientas carreteras en medio de las empalizadas de cañas para irnos a la Punta de La Mareta a pescar, la expectación que nos suponía a la chiquillería el desconocimiento de zonas relativamente privadas y poco frecuentadas por lo difícil de su acceso.
 
El respeto que nos infundía lo accidentado del acantilado y la fuerza que el mar expresaba en la zona al chocar el reflujo marino con los roquedales sumergidos, propios de las erupciones volcánicas del cuaternario. Todo era hermoso, enigmático y atrayente. Años más tarde, todo esto cambió y las sensaciones aumentaron, cuando más expertos en el tema nos atrevimos a practicar el submarinismo en la zona, no exenta de una importante peligrosidad, pero la verdad es que eran también cosas propias de la juventud de aquel entonces, con una gran carga de arrojo y una no menor de irresponsabilidad.
 
Vino luego la evolución de la construcción y el fomento turístico, tras el declive de los cultivos del plátano y el tomate, produciendo el abandono de la agricultura y todo se urbanizó, todo se construyó, todo... absolutamente todo cambió.
 
Algo parecido vino a suceder con la industria de la Salina, que existía en la Punta de la Mareta, que presentaba un entramado de embalses, simétricos y escalonados, ofreciendo a la vista un paisaje muy peculiar de geométrica confección, cuyos testimonios se pueden apreciar aún en el lugar, mediante unas paredes de ladrillos cuasi derrumbadas. Aquella industria artesanal fue desplazada a finales de la década de 1950, por otros procesos más industrializados más avanzados, de mayor producción y bajo coste, que la hicieron poco rentable, abogándola a la desaparición.
 
Efemérides
Ocurrió un día tal como hoy, hace ahora mismo 150 años, es decir el 16 de octubre de 1864, que en Las Palmas de Gran Canaria, nace el que fuera eminente doctor, Ventura Ramírez Doreste. Nace en el seno de una de las familias de más historial en ciudad capitalina, lugar en el que realiza sus Estudios Primarios y Secundarios, en el viejo Colegio de San Agustín, centro que tantos hombres famosos de la isla llegaron a producir. Posteriormente se marcha a Madrid y en la Universidad Central sigue con gran brillantez las carreras de Ciencias Físico-Químicas y Naturales, en la que se doctoró, y de Medicina.
 
Su amor constante al estudio y al trabajo profesional hicieron de él al médico más destacado de su tiempo, considerado y apreciado por sus mismos compañeros en el ejercicio profesional por la certeza de sus diagnósticos, fruto de un detenido estudio de la sintomatología, facultad que poseía en grado sumo, no solo como producto de una feliz intuición sino de un trabajo denodado en el que lo ayudaba su inteligencia.
 
Ingresó en la plantilla de doctores del Hospital de San Martín y en la visita y consulta, y por su benemérita actuación en aquel centro benéfico, una de las salas del actual Hospital está dedicada a su nombre. Ocupó el cargo de director de este Centro Sanitario hasta su muerte. Era un doctor reacio a recetar a la ligera medicación alguna, en el convencimiento de que la enfermedad era vencida por la propia naturaleza. También llegó a figurar en la política local, unas veces por ser hombre decidido y amante del bien de su ciudad y otras por el obligado carácter de su manera de sentirse amigo, dispuesto a secundar las iniciativas que creía acertadas. Pero fue político por corta temporada, ya que pronto se apartó de ello v vivió consagrado a la Medicina y al bien de sus conciudadanos. Falleció en el año 1927.
 
También, hace ahora mismo 92 años, es decir el 16 de noviembre de 1922, nace en Azinhaga (Santarém – Portugal), es escritor, novelista, poeta, periodista y dramaturgo José de Sousa Saramago, a quien en el año 1998 se le otorgó el Premio Nobel de Literatura. La Academia Sueca destacó su capacidad para «volver comprensible una realidad huidiza, con parábolas sostenidas por la imaginación, la compasión y la ironía». Su primera gran novela fue “Levantado do chão” (1980), un retrato fresco y vívido de las condiciones de vida de los trabajadores de Lavre, en la provincia de Alentejo. Con este libro Saramago consigue encontrar su voz propia, ese estilo inconfundible, límpido y casi poético que lo distingue. En los siguientes años, Saramago publica casi sin descanso “Memorial do convento”, que a pesar de su hermosa narrativa, es adaptado como texto de ópera por Azio Corghi.
 
Después de una fecunda producción literaria, cuando tenía 63 años de edad, conoce a quien sería su esposa hasta el final de sus días, la periodista española Pilar del Río, natural de Castril, Granada nacida en 1950, quien finalmente se convierte en su traductora oficial en castellano. La novela “El Evangelio según Jesucristo” (1991) lo catapulta a la fama a causa de una polémica sin precedentes en Portugal —que se considera una república laica—, cuando el gobierno veta su presentación al Premio Literario Europeo de ese año, alegando que «ofende a los católicos». Como acto de protesta, Saramago abandona Portugal y se instala en la isla de Lanzarote (Canarias, España). En 1995 publica una de sus novelas más conocidas, “Ensayo sobre la ceguera”. En 1997 publica su novela “Todos los nombres”, que gozó también de gran reconocimiento. Falleció a los 87 años, el día 18 de junio de 2010, en su residencia de la localidad de Tías (Lanzarote), a causa de una leucemia crónica que derivó en un fallo multiorgánico.
 
Ante este maravilloso amanecer, el sosiego y la tranquilidad, abren la mente a la observación como acción y efecto de examinar con atención, de mirar con recato y advertir esos pequeños detalles que en otros momentos, suelen pasar inadvertidos.
 
Es un momento especial en la existencia que llevamos a cabo todos los seres vivos, porque la puesta en práctica de la misma nos permite extraer y asimilar información valiosísima para el desarrollo, conocimiento y hasta la propia supervivencia del ser humano.
La observación, también hace referencia al registro de ciertos hechos mediante la utilización de instrumentos. La observación forma parte del método científico, ya que, junto a la experimentación, permite realizar la verificación empírica de los fenómenos. La astronomía suele ser tomada como ejemplo de las ciencias que se basan en la observación.
 
Si partimos de la primicia de que no son los ojos los que ven, sino que nosotros vemos por medio de los ojos, éstos solo asimilan lo que la mente está preparada para comprender, aunque en muchas circunstancias lo esencial es invisible a los ojos.
 
En ocasiones no todos los ojos cerrados duermen, ni todos los ojos abiertos ven, todo depende de la predisposición a la percepción de la propia mente del individuo.
 
Observar detenidamente abre la mente para poder ver lo esencial de las cosas, de los hechos históricos, de los personajes que han conformado la humanidad y podemos extraer de ellos un sinfín de conocimientos que nos pueden ser provechosos en nuestra vida.
 
La persona que no ejercita la observación y se guía exclusivamente por los conocimientos que ha asimilado de un cúmulo de teorías, por lo general emprende un camino que le conduce, tarde o temprano, al error, dado que la comprensión no fundamenta su conocimiento.
 
Por el contrario, quien observa su entorno y analiza las circunstancias que motivan cada detalle, con pocas teorías puede llegar a la verdad o a la esencia de aquellas por el sendero del conocimiento, ya que, es una visión que se sitúa más allá de la simple comprensión, si ésta es asimilada libremente por la mente del observador.
 
Nos echamos la gena a la espalda y emprendemos una nueva caminata con rumbo hacia el Norte, vamos en la zona de San Borondón, al encuentro de la calle de Magnolia, conocer algo más del lugar de su ubicación y sobre este árbol, pero bueno, eso... será en la próxima ocasión, si Dios quiere, allí nos vemos. Cuídense mientras tanto.
 
Sansofé.
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