Paseamos hoy por el barrio de El Ejido, donde vamos en busca de la calle Luis Aguiar y Toledo, encontrando su inicio en la calle Juan Ismael, desde la cual con orientación Norte-Sur y, tras recorrer unos 280 metros, aproximadamente, va a finalizar a un lugar sin salida pasando la calle Diego Sopranis Suárez y Ponce de León.
Por su lado del Poniente linda con la calle Cristóbal García del Castillo, mientras que por el Naciente lo hace con la calle El Ejido.
Esta nominación aparece por primera vez en documentos censales referidos al 31 de diciembre de 1955, si bien, su adopción pudo ser con anterioridad, no pudiéndose determinar con exactitud la fecha de la misma al carecerse de documentos que así lo acrediten.
Es una zona ésta, que forma parte de la expansión del Casco Urbano de San Gregorio, la cual se da inicialmente a finales del siglo XIX, encontrando en la misma todo tipo de edificaciones, que por su tipología arquitectónica, define la evolución constructiva en el tiempo.
Sinopsis de la nominación
Luis Aguiar y Toledo, nació en la Villa de Agüimes, en el año 1631.
Desde muy joven se inicio en la carrera militar, demostrando en todo momento una caballerosa y total dedicación, ganándose así el aprecio de sus compañeros, de sus superiores y más tarde de sus subordinados.
Debido a su entrega y honestidad fue ascendiendo y ya con la categoría de general, participa en varias contiendas en Flandes.
Fue nombrado gobernador de Nieuwpoort, en la costa de Flandes, desde donde en el año 1697 envía un cargamento de ropas y tejidos a nuestra isla, los cuales una vez vendidos alcanzó el importe de 22.979.75 reales, con los cuales adquirió bienes para dotar una capellanía a su sobrino Don Luis, residente de la Villa de Agüimes.
También mandó de Nieuwpoort, un misal y un cuadro de San Nicolás de Bari, para dotar la futura capilla de Sardina, en la cual una vez acabada, se daría una misa cada domingo, cono limosna de tres reales de plata con cargo a la referida capellanía.
Luis Aguiar y Toledo muere en Nieuwpoort (Flandes) el día 23 de noviembre de 1701 y fue enterrado en la iglesia de Notra-Dame de Nieuwpoort, la cual más tarde sería destruida durante la Primera Guerra Mundial.
Hemos de hacer constar que si bien el Doctor Hernández Benítez, en su libro titulado “Telde”, publicado en mayo de 1958, hace constar que Luis Aguiar y Toledo nació en Telde en el año 1611, no es menos cierto que en el mes de septiembre de 1996, tuve una entrevista con el historiador y amigo Don Ángel V. González Rodríguez quien desmiente tales datos y sitúa el nacimiento de Aguiar y Toledo en la Villa de Agüimes, en el año 1631, según observó en la partida de defunción que pudo verificar en los archivos parroquiales de aquella.
En cualquier caso, la disparidad de criterios de ambos historiadores, no creo que importe mucho a Don Luis de Aguiar y Toledo, máxime si después de muerto y sepultado, otra contienda militar dos siglos después, destruye el templo donde supuestamente tendría que descansar en paz.
Toponimia del lugar
Ejido es una palabra que viene el latín exitum y que define la tierra no cautiva y de uso público, la cual generalmente era de propiedad del Estado.
En nuestro caso, se denomina El Ejido, a la zona del extrarradio del casco urbano de la población, remanente de los terrenos de cultivo, improductiva, la cual era usada por los vecinos en colectividad, generalmente para la tenencia de animales o depósito de enseres.
Era la zona que separaba precisamente las últimas edificaciones del Casco Urbano, del inicio de la zona del Valle de los Nueve, donde la frondosidad de los cultivos marcaba pautas y la tipificación era totalmente rural.
Durante varios siglos, el uso comunitario de las tierras de El Ejido, fue normal y corriente, pero a finales del siglo XIX surgen discordias entre los usuarios por pretensiones de la propiedad y el litigio hubo de ser resuelto por el Alcalde con la concesión de hijuelas de parcelas equitativas entre los diferentes usuarios, estableciéndose así el acceso a la propiedad privada que llega a nuestros días.
Esta zona de El Ejido, por su proximidad, fue tomando poco a poco el carácter de expansión del Casco Urbano en su lado del Poniente, hasta que llegada la década de los 50 del pasado siglo, nos encontramos ya con un barrio totalmente conformado y que en pocas décadas más tarde llega a contar con Plaza Pública e Iglesia bajo la advocación del San Pedro y la Virgen del Carmen, edificadas sobre terrenos donados por el benefactor Don José López Suárez.
Hoy El Ejido, es un barrio que aunque no tiene una identidad arquitectónica definida, sí que encuentra en la diversidad de estilos el reflejo de una cronología en el paso del tiempo. Es un barrio peculiar, con todos los servicios públicos necesarios y con la dotación de otros tantos de carácter social, constituyéndose en uno de las comunidades vecinales que conforman actualmente nuestra Ciudad, de las más cercanas al Casco Urbano de la población.
Efemérides
Hoy precisamente se cumplen 434 años, de aquel 14 de septiembre de 1580, fecha en la que nace en Madrid el escritor Francisco Gómez de Quevedo Villegas y Santibáñez conocido como Francisco de Quevedo, fue una gran figura de las letras españolas del Siglo de Oro. Se trata de uno de los autores más destacados de la historia de la literatura española y es especialmente conocido por su obra poética, aunque también escribió obras narrativas y obras dramáticas. Ostentó los títulos de señor de La Torre de Juan Abad y caballero de la Orden de Santiago. Durante la estancia de la Corte en Valladolid parece ser que circularon los primeros poemas de Quevedo, que imitaban o parodiaban los de Luis de Góngora bajo seudónimo (Miguel de Musa) y ese fue el comienzo de una enemistad que no terminó hasta la muerte del cisne cordobés.
Destacó sobremanera con sus manifestaciones literarias críticas contra la nobleza española del entonces y contra el propio rey, lo que le acarreó numerosos problemas, encarcelamientos y destierros. Redimido en varias ocasiones, su impetuoso carácter y satírica pluma le volvieron a llevar por los mismos derroteros. Finalmente sale ya del encierro, en 1643, achacoso y muy enfermo, y renuncia a la Corte para retirarse definitivamente en la Torre de Juan Abad. Es en sus cercanías, y tras escribir en su última carta que «hay cosas que sólo son un nombre y una figura», fallece en el convento de los padres dominicos de Villanueva de los Infantes, el 8 de septiembre de 1645. Se cuenta que su tumba fue profanada días después por un caballero que deseaba tener las espuelas de oro con que había sido enterrado y que dicho caballero murió al poco en justo castigo por tal atrevimiento.
Un día tal como hoy, hace ahora mismo 202 años, es decir el 14 de septiembre de 1812, las tropas francesas de Napoleón llegan a las puertas de Moscú. Las columnas rusas en retirada desde el oeste comenzaron a llegar a Moscú, siendo recibidas con expectación por la población, que contempla desolada como sus soldados atraviesan las avenidas en silencio, con la cabeza baja, para después salir por el otro lado de la ciudad en dirección a Bronnitsy. El grueso del ejército ruso se acantona en las cercanías de Panky, a unos 15 km al sureste de Moscú. Los moscovitas recogen sus enseres, y siguen la retirada de su ejército en largas caravanas que abarrotan las puertas y puentes: de los 250.000 ciudadanos, sólo unos 15.000 se quedarán en la capital, casi todos enfermos y soldados heridos. La reducida colonia de franceses y sus aliados decide permanecer en la ciudad por motivos obvios.
A las 17:00 horas, un Consejo de Guerra ruso se celebra en Phili, para deliberar la conveniencia de abandonar Moscú, situación que detestan generales como Barclay, Osterman-Tolstoy y Raevsky. Tras escucharles, Kutuzov finalmente decide conservar su ejército, ordenando sacrificar la capital para salvar el resto de Rusia. Esta decisión desagrada a muchos, Barclay dimitirá del ejército; el Zar pedirá su vuelta en diciembre. La mañana del 15 de septiembre, cuando la retaguardia rusa se retira de Moscú por el puente del río Yauza, la vanguardia del ejército francés, una unidad de caballería al mando de Murat, llega a la capital por la puerta de Dorogomilov. Los soldados rusos ofrecen una desesperada resistencia. El general Miloradovich mantiene aún en la ciudad dos Cuerpos de caballería, diez regimientos de Cosacos y 12 cañones de campaña.
Para la Corona española, la independencia de las Provincias Unidas representó una gran pérdida de prestigio. El mantenimiento económico de la guerra durante un periodo tan prolongado que contribuyó en gran parte a provocar las sucesivas bancarrotas de la Corona española a lo largo de los siglos XVI y XVII, y al hundimiento de la economía de España.
Lo que nació como una tenue revuelta contra la rigidez religiosa terminó, muchos envites después, por transformarse en una visceral resistencia contra los “demonios” del sur. Las fuerzas españolas, a base de acumular estériles victorias y afanosas conquistas, demostraron la complejidad de apaciguar la zona con tácticas convencionales; la falta de fondos, los motines, la agresiva propaganda holandesa y la inflexibilidad religiosa de los reyes castellanos evidenciaron la imposibilidad también de hacerlo por medios no militares.
Tras 80 años de guerra –en las que tanto el duque de Alba, Alejandro Farnesio y Ambrosio Spinola acariciaron en algún momento la victoria completa–, el sobrepasado Imperio Español reconocía definitivamente, en 1648, la independencia de las Provincias Unidas, soterrando con ello las ingentes cantidades de dinero y honra allí volcadas.
La imposibilidad de sostener dos grandes frentes a la vez (la guerra contra el Turco y la Guerra de Flandes). Si algo caracterizaba al Imperio Español era su afán por enfrascarse en más lances de los que podía soportar a nivel económico y demográfico –quizás una excesiva interpretación del famoso lema español: Plus Ultra, ir más allá–. Tanto Carlos V como Felipe II acogieron con devoción su rol de guardianes de la cristiandad, haciendo de la religión el epicentro de sus costosas políticas internacionales.
Subestimar el sentimiento nacional y con ello el valor de la propaganda, que por entonces brotaba con el nacimiento de la Edad Moderna. En general Felipe II no calculó en su justa medida casi ningún aspecto del bando rebelde, empezando por el talento de su líder, Guillermo Orange –fatídico militar, pero venenoso propagandista–.
Lugar penoso donde luchar: el reino del barro, los canales y las fortificaciones. La historia ha dado peligrosa cuenta de lo terrible de batallar en el centro de Europa. Tierra de inviernos húmedos y veranos inciertos: “Cuando Dios nuestro señor creó Flandes lo alumbró con un sol negro. Un sol hereje, que ni calienta ni seca, la lluvia que te moja los huesos para siempre. Es una tierra extraña, poblada por gente extraña que nos teme y nos odia y que jamás nos dará tregua” (frase del guion de la película “Alatriste”)
Como era característico en el centro de Europa, la población se concentraba en grandes núcleos urbanos de cuidadas defensas, dispuestas para frenar las acometidas extranjeras. Las repetidas derrotas en campo abierto forzaron a los holandeses a abrazar una estrategia defensiva, amparada en las rocosas fortificaciones de traza italiana.
Los Tercios de Flandes se vieron obligados a protagonizar los principales asedios de los siglos XVI y XVII –toma de Harlem, Amberes, Ostende, Breda–. Costosas exhibiciones de ingeniería y de paciencia, cuya financiación resultaba insostenible. Para mayor ventaja holandesa, éstos solían controlar los canales de agua colindantes, desde donde suministraban víveres y munición a los sitios; y que, cuando todo fallaba, les disponía el recurso último de anegar las tierras antes que perderlas.
Vemos como este cúmulo de circunstancias derivaron en la derrota de las fuerzas españolas al final y la potencia militar más grande de entonces, no pudo vencer a unas fuerzas de mucha menor importancia. No es lo mismo luchar por conquistar o subyugar a una población, que hacerlo por defender el suelo patrio, pero si a ello añades el ambiente en el que se luchaba, en medio de un constante barrizal y lluvia continua que enfermaba de pulmonía a las tropas y el retraso en el pago de la soldada o la carencia de pertrechos, te encuentras en el ambiente propicio de la derrota moral y física, que agudiza la falta de motivación en la victoria.
Esta ambientación fue muy bien lograda en la película “Alatriste”, dirigida por Agustín Díaz Yanes, protagonizada por Viggo Mortensen y basada en el personaje protagonista de “Las aventuras del capitán Alatriste”, de Arturo Pérez-Reverte y en la que además aparece la figura de Don Francisco de Quevedo, aconsejado por el propio capitán Alatriste.
En nuestra visita a Bélgica en el mes de mayo de 2013, fuimos buscando estas huellas y al llegar a Amberes, pudimos admirar el Castillo de Steen que data del siglo XIII, junto al cual está la residencia del rey español Carlos V, la cual es del siglo XVI. Recuerdo que tuve una rara sensación, en parte de amargura por las tantas muertes que en dicho país se dieron con motivo de esos 80 años de guerra y por otra parte, de admiración hacia aquellos que supieron y pudieron quitarse de encima el yugo español, de un imperio quijotesco que se hacia añicos cada segundo. Aquí estuvo nuestro nominado de hoy ejerciendo militar y civilmente.
Aquí también viajó el ilustre escritor Francisco de Quevedo acompañando a su amigo el Duque de Osuna, de quien fue administrador, publicando una recopilación de varias de sus obras en 1726, pero una vez más sus críticas a la Inquisición, le llevaron por mal camino, si bien no guardó mucho silencio al referir públicamente, “no quiero que después de mi muerte pongan mi nombre a una calle, como pasa con los nobles y los reyes, así evitaré ver como los perros vienen a mearse a la esquina”, ello le supuso la negativa de perdón a una de sus condenas.
Dejamos las conclusiones prendidas del aíre marino, guardamos en nuestra gena lo positivo de todo lo tratado y nos dirigimos por nuevos senderos hacia otro lugar, nos vamos hacia el Naciente, concretamente al barro de Melenara, donde visitaremos la calle Luis Antúnez, con el fin de conocer algo más del sector y sobre la vida y obra de este personaje, pero bueno…eso será en la próxima ocasión, si Dios quiere, allí nos vemos. Cuídense mientras tanto.
Sansofé.
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