Hoy visitamos el barrio de La Viña, donde vamos en busca de la calle Licenciado Hernán García del Castillo, encontrando su inicio en la calle Poeta Rafael Bento y Travieso, desde donde con orientación Naciente Poniente y, tras recorrer unos 120 metros, aproximadamente, finaliza en un lugar sin salida.
Este vial tiene paralela por su lado del Sur con el Camino de La Viña y por el Norte lo hace con la calle Licenciado Diego Romero de Tello.
La nominación fue aprobada por el Ayuntamiento Pleno en sesión celebrada el día 29 de mayo de 1997 y desde entonces, ha pasado a integrar el Callejero Municipal del distrito 6º, sección 11ª del Censo de Habitantes y Edificios.
Esta zona está compuesta por varias calles de reciente creación en la que se han ubicado edificaciones modernas, algunas de Protección Oficial, como expansión hacia el Naciente de los barrios del Calero Bajo y La Viña.
Sinopsis de la nominación
Hernán García del Castillo, nace en la ciudad de Telde, el día 16 de agosto de 1506, en el seno de la noble familia del conquistador Don Cristóbal García del Castillo y su esposa Doña María Rodríguez Inglés, conocida como “la inglesa”.
Después de realizar los Estudios Primarios en nuestra Ciudad, se traslada a Salamanca, en cuya Universidad obtiene la licenciatura de Cánones.
Don Hernán fue el continuador de la obra ingente a favor de la economía de la Ciudad llevada a cabo por su padre, sobre todo en el ingenio de moler caña de azúcar ubicado en la hacienda de Las Longueras, adquirido a Don Alonso Rodríguez de Palencia o Palenzuela, con el cual alcanzó una gran producción y rentabilidad, llevando el azúcar y sucedáneos en sus propios galeones a Indias y a Europa desde el puerto de Gando.
Junto al ingenio de moler caña de azúcar de Las Longueras, construyó una ermita que puso bajo la advocación de San José, del cual era muy devoto, porque en su festividad se había concertado su matrimonio con Doña Catalina de Olivares Maldonado y Tafur, según relata en sus manifestaciones testamentarias.
Esta ermita fue erigida para hacer los oficios religiosos a la familia y prestar el mismo auxilio a los trabajadores de la hacienda, con el objeto de que ninguno se privara de esa obligación.
A Don Hernán, se debe la construcción de la capilla que dejara a medio construir Francisco de Carrión, en la Parroquia de San Juan, hoy dedicada a San José, pero que en aquel entonces se dedicó a Nuestra Señora de la Concepción, de la que era muy devota toda la familia.
En esta capilla se encuentra una lauda sepulcral traída de Flandes por su padre, bajo la cual reposan las cenizas de esta noble familia teldense.
Fue Regidor perpetuo de la isla y falleció en nuestra ciudad el día 13 de noviembre de 1553, habiendo dejado un interesantísimo testamento fechado el día 10 del mismo mes, en el cual se narran muchos sucesos del Telde de aquella época.
Toponimia del lugar
La Viña, es una toponimia que data de mediados del siglo XVIII, fecha en la que aproximadamente se prepararon los terrenos de cultivo existentes en las inmediaciones del Casco Urbano, para destinarlos inicialmente al cultivo de la vid y posteriormente al de plataneras o tomates.
En esta zona existieron hasta mediados del siglo XIX, importantes cultivos de viñedos, resto de aquellas cepas que con sus caldos dieron un siglo antes, gran fama a las islas, desde las cuales se exportaban a muchos lugares de Europa los excelentes vinos cosechados en nuestra tierra.
Desde el último tercio del siglo XVI, tras el fracaso del ciclo agrícola del cultivo de la caña de azúcar, se inicia el cultivo de la vid que un siglo más tarde entra en crisis, por culpa de cédulas dictadas en la Casa de Contratación de Sevilla, en la cual se prohíbe embarcar desde las islas los vinos hacia las colonias de América.
Posteriormente las guerras y conflictos con Inglaterra afectan directamente al mercado del vino con el Reino Unido y sus colonias, lo cual se ve agravado además por la independencia de Portugal, que arruina la exportación a Brasil, al continente africano y al asiático.
A todas estas controversias, se suman en los años 1659 y 1680, sendas plagas de langostas africanas, que diezma los cultivos de vid, hundiendo la frágil economía y dejando las secuelas de una grave hambruna que incide mortalmente sobre la población.
Todas estas circunstancias y las diferentes epidemias que sobre la población se ciernen, provocan la dispersión de la población hacia los lugares diseminados en las afuera del Casco Urbano, donde se encontraban literalmente aglomeradas. Este es el germen inicial de los barrios como el que ahora nos ocupa, donde la población de los asentamientos iniciales se dedica al cultivo de cereales, papas o frutales y hortalizas. Nos llamó mucho la atención que nos contaran los mayores del lugar que en esta zona, a la que habían venido como braceros, se cultivaba inicialmente grandes extensiones de viñedos y una importante plantación de algodón.
Paulatinamente se van construyendo viviendas unifamiliares y llegada la década de 1960, nos encontramos con un pequeño barrio, con viviendas de cubierta plana, generalmente de una planta en un entramado de calles estrechas y sin alineación definida, en total anarquía urbanística, lo que les hace merecedores del sobrenombre cariñoso del “barrio sin ley”, durante más de una década.
Posteriormente por parte de los vecinos del lugar se alegó la existencia hasta hacía unas décadas de la “Casa de la Viña”, que era una vetusta edificación, que ya había desaparecido y, donde al parecer se concentraba la producción vitícola del lugar y en la cual existía un gran lagar. De ahí se tomó la decisión de dar el nombre al barrio como “La Viña”.
Efemérides
Nada más que 645 años y un día, hacen de aquel 2 de Julio de 1369, día en el que el Papa Urbano V expide la bula “Inter Caetera”, por la que nombra obispo de la diócesis de Telde, al fraile franciscano Bonnanato Tarí, quien sería el tercer obispo de Telde o de La Fortuna. Es la primera vez que en los textos romanos se especifica: diócesis de Telde, Cabildo eclesiástico de Telde, clero de la ciudad y diócesis de Telde y pueblo de la ciudad y diócesis de Telde. En anteriores bulas solamente se mentaba el Obispado de La Fortuna, sin que se nombrara nuestra ciudad para nada.
La primera expedición que se realiza durante la prelatura de Bonnanato Tarí, debió fecharse en torno al año 1370 y a ésta debieron seguirle otras tantas, con tintes marcadamente colonialista. El tercer obispo de Telde, era natural de Menorca y aunque residió generalmente en Mallorca, desde donde siguió el desarrollo de las misiones de su Diócesis, durante los veinte años que duró su episcopado, se piensa que se trasladara en varias ocasiones y por largas temporadas a nuestra isla. Fray Bonnanato Tarí, falleció en el año 1390, dejando vacante durante casi dos años el obispado, hasta que el 31 de enero de 1392, es nombrado sucesor fray Jaime de Olzina.
El Obispado de La Fortuna o de Telde, tuvo una existencia de escasamente medio siglo y sus obispos fueron sólo cuatro. La suerte del Obispado dependió en gran medida de la de los propios misioneros que venían en sucesivas expediciones evangelizadoras, de tal forma que al fracasar en sus propósitos respecto a los aborígenes y la idea de crear Iglesia, también desapareció el obispado, dado que su espíritu era eminentemente misionero. Después se suceden una serie de episodios derivados de la toma de esclavos por parte de los vascos y los mallorquines, que motivaron la sublevación de los aborígenes y la destrucción de la Casa de Oración y matanza de los misioneros.
Un día tal como ayer, hace ahora mismo 448 años y un día, es decir el 2 de Julio de 1566, muere en París, aquejado de un edema, Michel de Nôtre-Dame, latinizado como Nostradamus, quien fuera un médico y consultor astrológico provenzal de origen judío, considerado uno de los más renombrados autores de profecías. Hijo del comerciante Jaume de Nostredame, Michel de Nostredame nació el 14 de diciembre de 1503 en Saint-Rémy-de-Provence, al sur de Francia. Su familia se convirtió, al menos externamente, a la religión católica romana cuando las autoridades de Provenza forzaron a los ciudadanos judíos a convertirse a esta confesión. De niño, Nostradamus demostró grandes aptitudes para las matemáticas y la astrología. De hecho, sus maestros a menudo se ofendían por el apoyo que demostraba a las teorías presentadas por Copérnico dentro de la astronomía.
Desde la publicación del libro, su obra profética “Les Prophéties” por primera vez en 1555, muchas personas se han visto atraídas por sus misteriosos versos (comúnmente escritos en cuartetas). La mayoría de sus seguidores afirman categóricamente que Nostradamus predijo todas las catástrofes del mundo, desde su época hasta el futuro año 3797, fecha en que supuso que acontecerá el fin del mundo. También colaboró con la aristocracia francesa, elaborando horóscopos para la reina Catalina de Médici y, finalmente, siendo asignado como médico de la corte real por Carlos IX. En contraste, muchas de las fuentes científicas afirman que la relación que existe entre los eventos mundiales y Nostradamus es resultado de las traducciones e interpretaciones tendenciosas, con la finalidad de que coincidan plenamente con los acontecimientos que ocurren día a día.
Tras el exitoso serial de publicaciones proféticas, muchas personas provenientes de alejadas regiones francesas comenzaron a contactar a Nostradamus con tal de conocer lo que les depararía en su vida futura a través de los horóscopos. Debido al creciente número de "clientes", decidió iniciar un proyecto, consistente en escribir un libro de 1000 redondillas, conocidas como “Centurias”, las cuales consistían en versos proféticos donde extendía la información contenida en sus anteriores almanaques. Sin embargo, con la intención de evitar una polémica que condujera a posibles enfrentamientos con la Inquisición, inventó un método para oscurecer las profecías del libro utilizando juegos de palabras y mezclando idiomas, tales como provenzal, griego, latín, italiano, hebreo y árabe.
Hoy, desde la óptica que nuestra sociedad nos ofrece, se nos hace chocante la forma de vivir y actuar de ciertos personajes del siglo XVI, máxime entre aquellos que conformaban la alta clase social, excesivamente distante del estatus en el que se movía el pueblo llano.
Era tanta la diferencia creada, a conveniencia de los conquistadores, entre el nivel social y los derechos de los señores venidos a la conquista sobre la población aborigen que quedó tan maltrecha, que tan siquiera se les permitía ser propietarios de terrenos en los cuales labrar los cultivos que les permitieran el sustento diario, tenían que verse forzados a mendigar una ocupación a los señores del entonces.
Pero más chocante se nos hace la manera de actuar de aquellos “nobles”, aquellos que realizaban a su costa obras en edificios religiosos, que tal vez asistían diariamente a la celebración de una misa y que recibían también a diario los sacramentos y que después trataban de mala manera al resto de la ciudadanía que estuviese a su alrededor, asesinando impunemente incluso a cualquiera que no fuera dócil.
De una parte parece que con aquellas obras pretendieran ganarse alguna prebenda que limpiase sus almas ante ese Dios, traído de allá de Castilla y bajo cuyo nombre colaboraban en la “evangelización” de los aborígenes, a quienes desposeyeron de todo tipo de valores, ya fueran físicos, espirituales o culturales.
Más aún, cuando se tiene conocimiento de que tanto Don Cristóbal García del Castillo, moguereño él, como su hijo Don Hernán García del Castillo, fueron unos tratantes de esclavos que en sus galeones, de regreso a la isla en sus viajes a Europa para comercializar el azúcar y los sucedáneos de la caña, se iban al continente africano, concretamente a Guinea, donde apresaban esclavos de raza negra que luego utilizaban en la industria azucarera o los cultivos de la caña de azúcar, si no los vendía como un negocio más a otros “afamados cristianos”. ¿Dónde estaba ese Dios?
Lo que sí que no sabemos dónde estaban, son aquellos que desde la Corporación Municipal, hace tan sólo una década, haciendo alusión a la “figura” de Don Cristóbal García del Castillo, deciden nominar una calle como “Ciudad de Moguer”, lugar de nacimiento del esclavista en cuestión, dar el nombre de “Juan Ramón Jiménez” a nuestro teatro, hasta entonces Casa de la Cultura, también natural de aquellos lares, como si no hubiesen escritores teldenses en la literatura teatral y, para rematar la jugada se celebran unas “Jornadas de Hermanamiento con la Ciudad de Moguer”, todo un cúmulo de despropósitos.
Con motivo de este “hermanamiento” se trasladaron varios componentes de la Corporación Municipal y un nutrido séquito hasta Huelva, para posteriormente devolver la visita los moguereños. Los gastos ocasionados con esta parafernalia, claro está, los pagó el municipio, es decir, entre todos los ciudadanos de entre los cuales una gran mayoría se oponía a tales acciones, pero fue aplastante la decisión de la Corporación, como lo fuera en otra cuestión nacional que nos metiera en una guerra que no nos iba ni nos venía en Irak, haciéndose gala del poder de la mayoría por la fuerza, cuestiones estas que nos trasladan en el tiempo a una época en la que se esgrimía en todos los edificios oficiales el yugo y las flechas.
Está claro, que la historia la escribe siempre los ganadores, los nobles que ostentan el poder o los lacayos que servilmente se prestan al juego, aunque con el paso del tiempo, podemos comprobar que no fueron nunca las cosas como se nos contó. Siempre aparecen detalles que desvirtúan las falsedades, las mentiras, las injusticias y las injurias vertidas. Terminamos por admitir que esa “historia”, es una mentira con patas cortas, que sirve durante un período de tiempo para engañar a quienes se ponga en su camino, pero que luego la realidad desvirtúa los hechos y a sus protagonistas, terminando en la consideración de unos perfectos ignorantes y embaucadores.
Nos vamos caminando en busca de otro lugar y, encaminamos nuestros pasos con rumbo al Norte, nos vamos al barrio de La Garita, en busca de la calle Lila, a fin de conocer algo más de la toponimia del lugar y este arbusto de la familia de las oleáceas, pero bueno… eso será en la próxima ocasión, si Dios quiere, allí nos vemos. Mientras tanto, cuídense.
Sansofé.
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