Después que la luz del nuevo día ha pintado el paisaje de las calles que forman el barrio de San Juan, iniciamos nuestro paseo caminando hacia la Plaza de San Juan, donde nos encontramos el inicio de la calle Licenciado Calderín, en plena Plaza de Marín y Cubas, desde donde con un trazado de Poniente-Naciente y, tras recorrer unos 330 metros, finaliza en la calle La Zarza.
Tiene al Norte la calle Conde de la Vega Grande y al Sur linda con la calle Profesor Lucas Arencibia Gil.
La nominación este vial la encontramos por primera vez en documentos censales correspondientes al 31 de diciembre de 1955 y desde entonces pasa a formar parte del Callejero Municipal del distrito 1º, sección 1º, del Censo Municipal de Habitantes y Edificios.
No obstante, no podemos precisar la fecha de su aprobación al carecer de la preceptiva documentación al respecto, si bien se estima lo fuera de finales del siglo XIX.
Antes este vial se nominaba “calle de la Cruz”, debido a una gran cruz que existía frente a las cantoneras de La Placetilla, erigida en conmemoración de la fortaleza o torrecilla que construyera el portugués Diego da Silva, antes de finalizar la conquista de la isla, mediante tratado con el guanarteme de Telde.
Estos hechos al parecer suceden aproximadamente en torno al año 1462, fecha en la que el obispo de Rubicón, Diego López de Illescas, consagra la nueva edificación.
La defensa de la torre y de los religiosos que allí oficiaban, fue encomendada a una guarnición dirigida por el alcalde Francisco Mayorga.
Sinopsis de la nominación
Licenciado Calderín es una nominación alusiva a la persona del médico teldense Don Antonio Calderín Calderín, quien debió nacer en la primera mitad del siglo XIX y al que le precedió una gran fama por el celo y desprendimiento en el ejercicio de su profesión a favor de la clase social más pobre.
Falleció este hijo ilustre de la ciudad el día 5 de noviembre de 1892, como consecuencia de una inoculación séptica al atender a una parturienta.
La inoculación de medios de cultivo y la manipulación de cultivos microbianos, son procedimientos fundamentales e importantes y deben realizarse tomando una serie de precauciones para evitar la contaminación tanto del ambiente o el operador.
Por aquel entonces, las técnicas y medios en el ejercicio de la medicina se encontraban muy atrasados, el estudio de la microbiología empezaba su andadura de la mano del Dr. Louis Pasteur y la actualización de las nuevas técnicas no habían llegado a nuestras islas.
No había centros aparentes para atender a los enfermos ni medios sanitarios para ello, todo se fundamentaba en la limpieza de las heridas y el aseo de los enfermos y los doctores con agua caliente, alcohol o yodo y vendajes.
Fue posteriormente, en aquella “calle de la Cruz”, hoy la calle de nuestro nominado, en el inmueble con el nº 4, donde se crea el Hospital de San Pedro Mártir y Santa Rosalía, cuya dirección la ejercen también los famosos hijos de la ciudad los doctores Don Juan Castro Ojeda, Don José Melián Rodríguez y Don Gregorio León Suárez, en diferentes y sucesivos períodos.
Este Hospital ubicado en la hoy calle Licenciado Calderón, nº 4, fue destinado a centro sanitario, por voluntad testamentaria del Doctor Don Gregorio Chil y Naranjo (Telde 1831 – Las Palmas de Gran Canaria 1901) y como tal funcionó con quirófano y salas de recuperación postoperatoria, siendo durante mucho tiempo el único centro de esta categoría en el municipio de Telde. Paulatinamente fue siendo destinado a asilo de ancianos hasta que llegó a desaparecer totalmente por detrimento de su estructura. Posteriormente fue magistralmente reconstruido por el Excmo. Cabildo Insular y ha sido destinado hasta el día de hoy como Centro de Acogida de Menores.
Toponimia del barrio
En las fechas inmediatamente posteriores al 29 de Abril de 1483, cuando finalizada la conquista de la isla tras los episodios de Ansite, el Gobernador Pedro de Vera envía al cantón de Telde tropas al mando de los capitanes Pedro de Santi Esteban y Ordoño Bermudez, con la orden de levantar edificaciones de carácter defensivo, a fin de evitar posibles levantamientos por parte de los aborígenes, dando así origen al inicio de asentamiento de la ciudad.
En torno a estas primeras edificaciones realizadas en el margen Sur del caudaloso Barranco Real, se realizan otras tantas construcciones donde se van afincando militares de graduación y posteriormente colonos beneficiarios en los repartos de tierras y aguas. Al propio tiempo se levanta una Casa de Oración junto al torreón defensivo y ambas consolidan posteriormente la ubicación definitiva de la Iglesia que se pondría bajo la advocación de San Juan Bautista.
Cerca de este primigenio núcleo de población que da origen y vida a la Fundación de la Ciudad de Telde y en el que se ubican las familias acomodadas y de poder económico; se encuentra el barrio de Santa María de la Antigua donde residen los artesanos, alfareros, etc., de más modesta condición social y económica.
En el margen Norte del Barranco Real, se localizaban dos poblaciones aborígenes muy importantes como son Tara y Cendro, donde residen en viviendas trogloditas o casas-cuevas, los aborígenes bautizados y libertos fieles a la corona de Castilla.
En el barrio de arriba, en Los Llanos se produce también un importante asentamiento poblacional de canarios libertos y los esclavos africanos traídos para trabajar la industria derivada del ciclo agrícola de la caña de azúcar, que tanto auge económico da a la ciudad, consolidando su hegemonía e importancia a nivel insular.
Posteriormente en el devenir de los años y en la medida que se consolidan los asentamientos, encontramos que en el barrio de San Juan, debida a la capacidad económica de los propietarios, las edificaciones son generalmente de dos plantas, reforzadas y ennoblecidas por cantería en los huecos y las esquinas, disponiendo de amplios patios, caballerizas, alpendres, bodegas y amplia huerta protegida por gruesos tapiales de piedra y barro, almenados en su parte superior.
En este barrio se edifican tres de las cinco construcciones de tipo religioso del municipio, la Iglesia de San Juan Bautista, la Ermita de San Pedro Mártir y la Ermita de San Sebastián (hoy desaparecida). Posteriormente, se inician otras construcciones de este tipo en otros sectores del municipio.
La vida política y administrativa de la Ciudad estuvo siempre ligada al barrio de San Juan, pero en el devenir de los tiempos se ha tenido que ir expandiendo a otros lugares del Casco Urbano, concretamente al siempre rival barrio de Los Llanos, donde la pujanza comercial reguló durante muchos años la vida económica de la Ciudad.
En la Plaza de San Juan y en las calles principales del barrio, se pueden apreciar edificaciones nobles que se sujetan a la línea fría de la arquitectura clásica o neoclásica, como también encontramos la evolución de mediados del siglo XIX hacia el modernismo francés, con adornos profusos y alicatados de azulejos en colores vivos.
Hoy San Juan es emblemático por la disparidad de edificaciones que encuentras en las vías principales que se proyectan desde la Plaza de San Juan hacia el exterior, en contraposición con las edificaciones modernas actuales, que rompen de una forma deplorable la conservación de un estilo urbanístico respecto a una época determinada. La variedad lo ha vuelto frío, desagradecido con la historia, impersonal y una clara victima de la especulación nacida a mediados del siglo XX y que hoy en día sigue masacrando lo que pudiera haber sido unas señas de identidad basada en el estilo arquitectónico predominante.
Nunca más lejos, la pretensión o el propósito de algunas autoridades del momento, de construir un edificio sobre los aparcamientos subterráneos, donde fue proyectada inicialmente un plaza pública y que en todo momento no dejaría de suponer una agresión a la vista de la trasera de la Basílica Menor de San Juan Bautista, edificación que junto a su entorno goza de una especial protección del Patrimonio Histórico Municipal, pero… ¿y eso a quién le importa?... ¿al parecer es a muy pocos?
Efemérides
Un día tal como hoy, hace ahora mismo 146 años, es decir el 22 de junio de 1865, muere en Madrid Ángel María de Saavedra y Ramírez de Baquedano, III duque de Rivas, grande de España, más conocido por su título nobiliario de duque de Rivas, quien había nacido en Córdoba, el día 10 de marzo de1791. Fue un escritor, dramaturgo, poeta, pintor y político español, conocido por su famoso drama romántico “Don Álvaro o la fuerza del sino” (1835). Fue presidente del gobierno español (Consejo de Ministros entonces) en 1854, durante sólo dos días. Contando sólo un año de edad, su padre, don Juan Martín de Saavedra fue condecorado con el título de Grande de España.
Abocado a la carrera militar por su condición de segundón (su hermano mayor, Juan Remigio heredaría el ducado a la muerte del padre de ambos), ingresó en 1802 en el Real Seminario de Nobles de Madrid permaneciendo en él hasta 1806. Con tan solo nueve años ya le correspondían por linaje la Cruz de Caballero de Malta, la banderola de la Guardia de Corps supernumerario, el hábito de Santiago, etc. En 1807 fue alférez de la Guardia Real. Luchó con valentía contra las tropas napoleónicas siendo herido en la Batalla de Ontígola (1809). El General Castaños le nombró capitán de la Caballería Ligera. Obtuvo también el nombramiento de primer ayudante de Estado Mayor.
En 1823, Rivas fue condenado a muerte por sus creencias liberales y haber participado en el golpe de estado de Riego en 1820. Además se le confiscaron sus bienes y huyó a Inglaterra. Luego pasó a Malta en 1825 donde permaneció cinco años. En 1830 se marchó a París. Después de la muerte de Fernando VII en 1833, regresó a España al recibir la amnistía y reclamó su herencia, y además en 1834 murió su hermano mayor, Juan Remigio, y recayó en él por ello el título de Duque de Rivas. Posteriormente tiene una movida vida política. En la literatura, Rivas fue protagonista del romanticismo español. Don Álvaro, fue estrenado en Madrid en 1835, y fue el primer éxito romántico del teatro español. Tuvo una producción literaria notable.
Ocurrió hace ahora mismo 102 años, es decir el 22 de junio de 1912, que se produce el fallecimiento en Las Palmas de Gran Canaria de Don Amaranto Martínez de Escobar y Luján, quien fuera nieto del artista imaginero y arquitecto José Luján Pérez, natural de Santa María de Guía. Amaranto en unión de sus dos hermanos Teófilo y Emiliano, al igual que su padre Bartolomé, contribuyeron poderosamente al impulso de la cultura en Gran Canaria durante la segunda mitad del siglo XIX, razón por la cual el ayuntamiento capitalino dedicó una calle a “Los Martínez de Escobar”, ubicada en el sector de la Playa de Las Canteras, situada paralelamente entre las calles José Franchy Roca e Isla de Cuba.
Amaranto nació en Las Palmas de Gran Canaria el día 25 de abril de 1835, estudiando desde muy joven en el Seminario Conciliar, que era regido por los jesuitas, siendo desde muy joven un claro aficionado a la pintura y la literatura. Dejó al menos 30 cuadros premiados en varias exposiciones, entre los cuales había un retrato del Dr. Gregorio Chil y Naranjo, que regaló al Museo Canario. Obtuvo su licenciatura en Derecho Civil y Canónico por la Universidad de La Laguna, profesión que ejerció durante algo más de 30 años, con notable brillantez. Fue secretario y socio de la Filarmónica, directiva del Gabinete Literario, Socio de Mérito y director de la Real Sociedad Económica de Amigos del País.
En la vida política ostentó diversos cargos, iniciándose como concejal del Ayuntamiento capitalino en el año 1868, secretario del Subgobierno en el año 1873. Milito en las filas del partido republicano, siendo nombrado presidente honorario en el año 1869. Esta en posesión de muchos galardones y condecoraciones como Caballero de la Orden de Carlos III y Placa de Honor de la Cruz Roja, a la cual perteneció desde sus orígenes en Gran Canaria. Fue en el despacho de Don Amaranto donde se celebró la reunión constituyente del Museo Canario en el año 1879. Fue propietario de la casa roja con el torreón, existente en el Paseo de Las Canteras, donde vivió sus últimos años.
Cuando menos, es encomiable la labor realizada en vida por nuestro nominado de hoy, el doctor Don Antonio Calderín Calderín, quien a riesgo de su vida, por la falta de medios sanitarios del entonces y la gran posibilidad de contraer enfermedades infectocontagiosas de sus propios pacientes, cual fue su caso, ejerció una medicina más vocacional que profesionalmente.
Era tal vez, la época en la que la gente se dedicaba al estudio de la medicina por pura vocación, sin pensar en ningún momento en los suntuosos dividendos que posteriormente ocuparon ese mundo profesional, en el que surgen una serie de personas, que carentes totalmente de escrúpulos y por el mero hecho de enriquecerse, estudian y ejercen una profesión por la que no sienten el menor apego, sin sensibilidad alguna, fríos y muy prácticos en el momento de ejercer.
He conocido sin embargo otros casos, de profesionales que gozaban de una holgada posición económica y a los que no les hacía tilín esos suntuosos honorarios y que tirando más de la vocación por los enfermos, derrocharon y derrochan grandes dotes de humanidad. Eran y son personas con los que el mero hecho de entablar una conversación normalita, denunciaban en la tonalidad de la voz y en sus expresiones la gran valía de la que estaban y están investidos.
Aquí, ahora, en este momento es tal vez cuando debiéramos romper una lanza por un gran profesional al que tuve la suerte de conocer y la dicha de tratar, primero como Médico de Cabecera, luego desde mi puesto de trabajo le conocí como Jefe Local de Sanidad y como Médico de la Beneficencia.
Esa gran persona fue el Doctor Don Antonio Monroy Pérez (q.e.p.d.), al que nuestra ciudad no ha hecho ningún tipo de reconocimiento por aquella altruista labor que desempeñó por más de cinco décadas, entregándose con un puro espíritu vocacional a muchos enfermos, por más de tres generaciones.
Seguramente, allí donde ahora esté, le ha de importar bien poco ese reconocimiento, porque seguramente ha de pensar que el mérito fue suyo, que nadie se lo puede minimizar, coaccionar o negociar, pero lo cierto es que la ciudad ha sido ingrata en esta hermosa parte de su historia.
Además de la entrega a sus enfermos, los más desfavorecidos, el doctor Monroy Pérez, era una persona que aunque entrada en años, se negaba a doblegar su espíritu jovial, alegre y dicharachero. Siempre tenía una anécdota que contar respecto a su vida profesional y el trato con sus pacientes o los familiares de aquellos.
Teniendo yo unos seis años, mi padre me llevó a su consulta por una amigdalitis, él me ofreció una baifa blanca que decía tenía en su casa, a cambio de que abriera la boca para observarme. Años después, en la relación profesional de funcionario a Jefe Local de Sanidad, me recordaba la baifa en medio de unas carcajadas, cuando las situaciones se nos volvían adversas.
Por su forma de ser y la gran labor que vocacional y altruistamente realizó por la Sanidad Local, le tomé siempre un gran aprecio y respeto, aunque nunca me diera la baifa. Su muerte me afectó tanto como la de mi propio padre.
Retomamos nuestra caminata, guardamos en la gena todo lo positivo que hayamos podido tratar hoy y, nos vamos hacia el barrio de El Calero Bajo (Pedro Pazo), con el fin de visitar allí la calle Licenciado Diego Romero Tello, al objeto saber algo sobre la vida de este nominado y todo cuanto podamos del lugar donde se ubica el vial en cuestión, pero bueno… eso será en la próxima ocasión, si Dios quiere, allí nos vemos, cuídense mientras tanto.
Sansofé.
Normas de participación
Esta es la opinión de los lectores, no la de este medio.
Nos reservamos el derecho a eliminar los comentarios inapropiados.
La participación implica que ha leído y acepta las Normas de Participación y Política de Privacidad
Normas de Participación
Política de privacidad
Por seguridad guardamos tu IP
216.73.216.48