Hoy hacemos nuestro recorrido por el barrio de Callejón del Castillo y allí, vamos en busca de la calle La Fonda, encontrando su inicio en la calle Callejón del Castillo, desde donde con un trazado orientado de Norte a Sur y, tras recorrer unos 200 metros, aproximadamente, va a finalizar a un fondo de saco o lugar sin salida que forma parte de la finca matriz, denominada en su momento como Finca del Campillo.
Por su lado del Naciente tiene paralelo el trazado de la calle Pizarro, mientras que por el Poniente tiene el de la calle Alfonso de Armas Ayala (Profesor).
Esta nominación fue rescatada mediante acuerdo del Ayuntamiento Pleno adoptado en sesión celebrada el día 29 de mayo de 1997 y, desde entonces ha pasado a formar parte del callejero del distrito 6º, sección 9ª, del Censo Municipal de Habitantes y Edificios.
Sinopsis de la nominación
La Fonda, como su nombre indica, era un establecimiento de comidas y albergue, que existió en la intersección de las hoy calles Cánovas del Castillo y Callejón del Castillo.
En este establecimiento al parecer paraban los transportistas de mercancías, a lomos de camellos, mulos o con carretas, que se dirigían o procedían del Puerto de Melenara, lugar por donde se embarcaba los frutos del agro teldense camino de los mercados de exportación.
Era este establecimiento, al parecer de casi obligado visitar para reponer fuerzas, ya que, la travesía por la condición del camino principal llevaba gran parte de la jornada de trabajo.
Como forma de localización del lugar, popularmente se establece como toponimia y la misma es usual hasta la mitad del siglo XX, desapareciendo a finales de la década de los cincuenta.
Como esta toponimia existían otras tantas a lo largo de la carretera que iba al Puerto de Melenara, tales como Cantonera del Herrero, La Galería, en las cuales también existían establecimientos que a modo de Casa de Posta, atendían el ir y venir de los transportistas.
Toponimia del barrio
Callejón del Castillo, es una toponimia-antroponimia que data de mediados del siglo XVIII, fecha en la que aproximadamente se prepararon los terrenos de cultivo existentes en las inmediaciones del Casco Urbano, para destinarlos inicialmente al cultivo de la vid y posteriormente al de plataneras. Su razón la encontramos en que era un paso angosto o camino estrecho que a modo de “callejón” cruzaba desde la zona de Picachos hasta El Calero, atravesando las grandes fincas propiedad de los Sres. “del Castillo”.
Estos propietarios son descendientes de los Sres. García del Castillo, quienes resultaran beneficiarios en los repartos de tierras y agua que hiciera Pedro de Vera, una vez finalizada la conquista de la isla, aunque más tarde emparentaron con la familia de los Ruiz de Vergara y darían origen a la familia condal, los Condes de la Vega Grande y Guadalupe, que son propietarios de muchos terrenos en gran parte de la isla.
El vial principal, originariamente se denominó “Camino que va a Melenara” y tuvo una gran importancia como vía de transporte a lomo de bestias (mulos, burros, camellos,...) o en carretas tiradas por éstos, de las cosechas tanto de la caña de azúcar, como el vino, el plátano o el tomate hasta el Puerto de Melenara, por donde se embarcaba a los mercados europeos, durante los siglos XV al XIX. Aunque también se tomaba este vial para los embarques por los puertos de La Garita (Puerto de la Madera) o por el de Gando.
La zona de “Callejón del Castillo”, surge inicialmente como grupos aislados de viviendas en chozas, que se encontraban en interior de fincas y donde moran las familias de los labradores que en las mismas trabajan. Al acabarse el ciclo agrícola de caña de azúcar, por la zona se empieza a realizar dotaciones de infraestructura agrícola (riegos, estanques, alpendes y casonas) originándose una tímida dispersión de la población que hasta ahora se encontraba asentada fundamental y principalmente en las inmediaciones del Centro Urbano.
Esta dispersión a zonas de extrarradio se va consolidando poco a poco y a mediados del siglo XIX, se hacen notar pequeños núcleos ya consolidados que en el futuro formaran los diversos barrios del municipio.
Toma carta de naturaleza propia el fenómeno de consolidación de los barrios, a finales del siglo XIX, cuando el inicio de los ciclos agrícolas de la platanera y el tomatero, determinan nuevas dotaciones de infraestructuras agrícolas que facilitan el asentamiento de más población en las cercanías de los terrenos que trabajan inicialmente en medianería y que a la larga pasaran a ser propiedad de aquellos.
Conocimos el sector en la mitad de la década de 1.950, cuando siendo niño iba con mi abuelo caminando desde Los Llanos hasta Las Tapias, acompañándole en el trabajo de sus tierras.
También fue una zona de mucho trasiego de personas y vehículos, ya que, el Campo de Fútbol de “El Hornillo”, tenía su acceso por esta zona. Fue un recinto deportivo construido en los inicios de la década de 1960, era el único en el municipio después de más de cuarenta años sin contar con este tipo de instalaciones, despertando una gran afición por este deporte.
Los cultivos de plataneras, los cafeteros, las higueras, los aguacateros, las acequias conduciendo el agua de riego y el canto de los pájaros, conformaban el paisaje y el ambiente de sosiego que se vivía por aquel entonces, era el medio donde se movía la chiquillería de aquella época, después... todo cambió, aunque en ocasiones no sabemos si para mejor o peor, para aquellos que amamos nuestras cosas y nuestra tierra.
Efemérides
Aproximadamente un día tal como hoy, hace ahora mismo 532 años, es decir el 2 de enero de 1481, se daban los últimos pasos en el proceso de la Inquisición en la diócesis de Sevilla, donde el inquisidor Alonso de Hojeda había detectado un foco de conversos judaizantes. El primer auto de fe se celebró en Sevilla el 6 de febrero de 1481: fueron quemadas vivas seis personas. El sermón lo pronunció el mismo Alonso de Hojeda de cuyos desvelos había nacido la Inquisición. Desde entonces, la presencia de la Inquisición en la Corona de Castilla se incrementó rápidamente; para 1492 existían tribunales en ocho ciudades castellanas.
Para descubrir y acabar con los falsos conversos, los Reyes Católicos decidieron que se introdujera la Inquisición en Castilla, y pidieron al Papa su consentimiento. El 1 de noviembre de 1478 el Papa Sixto IV promulgó la bula “Exigit sinceras devotionis affectus”, por la que quedaba constituida la Inquisición para la Corona de Castilla, y según la cual el nombramiento de los inquisidores era competencia exclusiva de los monarcas. Sin embargo, los primeros inquisidores, Miguel de Morillo y Juan de San Martín, no fueron nombrados hasta dos años después, el 27 de septiembre de 1480, en Medina del Campo.
Establecer la nueva Inquisición en los territorios de la Corona de Aragón resultó más problemático. En realidad, Fernando el Católico no recurrió a nuevos nombramientos, sino que resucitó la antigua Inquisición pontificia, pero sometiéndola a su control directo. La población de estos territorios se mostró reacia a las actuaciones de la Inquisición. Además, las diferencias de Fernando con Sixto IV hicieron que éste promulgase una nueva bula en la que prohibía categóricamente que la Inquisición se extendiese a Aragón. Sin embargo, el asesinato en Zaragoza del inquisidor Pedro Arbués, el 15 de septiembre de 1485, hizo que la opinión pública diese un vuelco en contra de los conversos y a favor de la Inquisición. En Aragón, los tribunales inquisitoriales se cebaron especialmente con miembros de la poderosa minoría conversa, acabando con su influencia en la administración aragonesa y más de 2000 personas fueron ejecutadas.
Hoy se cumplen 317 años, de aquel 2 de enero de 1697, fecha en la que los padres jesuitas inician las clases en su Colegio, impartiendo las asignaturas de Gramática y Primeras Letras. Por sus aulas pasaron muchos alumnos que posteriormente llegarían a ser personajes importantes en la vida político-social de nuestra isla. Este primigenio centro tendría una vida durante setenta años de plena dedicación a la enseñanza, hasta que la Compañía de Jesús es suprimida por Orden de Real Pecho de Carlos III. En nuestro municipio se da el mismo fenómeno con la presencia de la orden franciscana que se instalan en el barrio de Santa María la Antigua, entre los años 1610 y 1820.
En el siglo XVIII la Compañía de Jesús tenía sus grandes amigos y sus grandes detractores. Los motines contra Esquilache de 1766 sirvieron a Campomanes para convencer a Carlos III, instigado también por el napolitano Tanucci, para que siguiera el ejemplo de Portugal y Francia, y expulsara a los jesuitas de todos sus reinos. Dentro de la política de una monarquía absoluta, el rey, sin oír a los reos ni explicar siquiera “las causas graves”, que guardó en su real pecho, ordenó por vía de urgencia y sorpresa la expulsión de los jesuitas de sus territorios, así como la incautación de sus bienes. Mas tarde seguirían este mismo camino otras tantas órdenes religiosas con la desarmotización de Juan Álvarez de Mendizabal.
Los jesuitas volvieron a Las Palmas en 1852, pero no asumieron tareas educativas en un colegio sino que colaboraron en la formación del clero diocesano en el Seminario Conciliar, instalado en el edificio que había sido su colegio y hoy bellamente restaurado. Efectivamente, el actual colegio comenzó sus tareas en el año 1917, no en el edificio donde está ahora, sino en unas modestas instalaciones que hoy son el número 15 de la calle Doctor Chil, junto a la iglesia de San Francisco de Borja que sigue usufructuando la Compañía de Jesús (los jesuitas). Fue en 1917 cuando iniciaron clases en unas dependencias de la calle Doctor Chil, que pasarían al actual solar de la calle Juan E. Doreste en el año 1924 (tras tres años de obras). Pero la actividad docente iniciada en Doctor Chil ha tenido una continuidad que se ha visto solamente interrumpida, de forma temporal, durante siete años de 2ª Republica y la Guerra Civil Española.
Aún hoy, después de que haya pasado tanto tiempo de los terribles hechos que se dieron de la mano de los Tribunales del Santo Oficio, de la Inquisición o de los mismos inquisidores, como ustedes prefieran, quienes descaradamente hicieron uso de la capacidad de afectar al comportamiento de otras personas, con o sin su consentimiento, apoyados por el poder de la realeza y escudándose en la fuerza de las armas, sigo sin entender que algunos de aquellos bárbaros, ya fueran los inquisidores o los propios protectores de ellos, refirieran que los atropellos y crímenes que cometieron lo hicieron en nombre de Dios y su fe en el catolicismo.
Es un lastre histórico que tienen sus protagonistas, los inquisidores y la propia iglesia, quienes subieron al poder desde el favoritismo o la conveniencia de otros, puestos ahí para hacer lo que ellos no fueron capaces de hacer, subieron al poder concedido de rodillas, con lo cual nunca tuvieron derecho alguno a ese poder y menos aún a ejercerlo contra unos inocentes, cuyo peor delito pudo haber sido pensar diferente a ellos, o no seguían el mismo camino hacia Dios mediante esas injusticias. Víctimas que finalmente aceptaron de igual forma no ser parte de las ruedas del poder, sino una de las criaturas que fueron aplastadas por ellas. Fueron mártires en definitiva de la propia iglesia católica.
Muchos se confesaron herejes creyendo que así podrían salvarse del fuego purificador y fueron condenados a él por esa misma confesión, otros en cambio lo hicieron para evitar seguir siendo torturado, pero los hubieron quienes murieron con más dignidad al considerar que estaba en su poder hacer todo lo que también no podía hacer. A fin de cuentas iba a ser una víctima más de ese circo montado por las autoridades religiosas y civiles, desde sus pobres mentalidades, quienes se llegaron a creer que ese poder ilegítimo que ostentaban, se había legitimado con el reconocimiento de una gran mayoría, víctimas del terror.
Pero las mentes enanas instauradas en las autoridades civiles y religiosas, no eran capaces de llegar a comprender al propio tiempo, que ese temor estaba fundamentado en el poder que el propio pueblo desde su mansedumbre les había otorgado. Un poder que llegaba a podrir la sangre y oscurecer el pensamiento de cualquier ser humano, ya que, era impensable abolir el poder sobre las personas y establecer un poder automático sobre las cosas, con lo cual el reparto de las riquezas hubiese sido más equitativo y el ejercicio del poder más controlable.
Pero la humanidad crea situaciones y después renuncia al ejercicio del poder de libre decisión, limitándose a culpar a otros de sus frustraciones, como si pudieran existir personas, lugares o cosas que tengan algún poder sobre nosotros. Por los caminos y prados de nuestras mentes, sólo campamos nosotros, sólo hay que no permitir que nadie tenga más poder que cualquier otro, sino ser capaz de tener poder sobre sí mismo, ya que, el poder absoluto establecido de un individuo para con otros, es la iniciación de la decadencia social.
¡Qué poder es el amor! Es el más maravilloso, el más importante de todos los poderes vivientes. El amor confiere vida a los que no la tienen. El amor enciende una llama en el corazón helado. El amor concede esperanza a los desesperados y alegra las almas de los angustiados. Ciertamente, en el mundo de la existencia no existe un poder mayor que el poder del amor. Nunca he podido concebir cómo un ser racional podría perseguir el amor y la felicidad ejerciendo el poder de la fuerza sobre otros.
Hay quienes piensan desgraciadamente, que mayoritariamente hemos de tener algún convencimiento fuertemente arraigado, pero ello coarta la libertad del individuo, dado que la convicción es una idea religiosa, ética o política a las que uno está fuertemente adherido, pasando a ser dominado o víctima de ella, precisamente por no tener la convicción de sus propios principios y ejercer el poder sobre sí mismo. Muchos miran hacia arriba cuando ansían elevarse, el inteligente mira hacia abajo, pues seguramente ya está elevado.
Retener las propias convicciones no es incompatible con abandonar una actitud tradicional de rivalidad y hostilidad hacia las personas cuyas convicciones difieren de las nuestras, pretenderíamos coartar su libertad o condicionar su amor, con lo cual el ejercicio de nuestro poder sobre el de nuestro semejante pretendería ser coactivo, no sería justo y nos podriría la sangre.
En definitiva, la libertad de pensamiento y de actuación, para preservar tus derechos, podrán ser efectivas siempre y cuando tengas el arrojo de levantar la voz y decir. ¡Basta ya! e inicies la lucha por defender tus propias libertades y convicciones, encausándolos comunitariamente dentro del orden social que les define como “tus derechos”. Nadie está facultado a coartarte lícitamente esos derechos ni tu libertad de expresión, desde el respeto.
Dejamos aquí nuestra intervención de hoy, para dirigirnos a otro lugar, nos vamos con rumbo Norte al barrio de Jinámar, donde visitaremos la calle La Francia, con el fin de saber algo más del lugar de su emplazamiento y sobre esta peculiar nominación, pero bueno, eso... será en la próxima ocasión, si Dios quiere, allí nos vemos. Mientras tanto… cuídense y que tengan un venturoso y feliz Año Nuevo.
Sansofé.
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