¿Existe el espíritu navideño?

Cada año hablamos de él.
Lo invocamos, lo celebramos, lo adornamos.
Pero conviene detenerse y preguntarnos con honestidad:
¿existe realmente el espíritu navideño o es solo una construcción cultural que aparece y desaparece según el calendario?

Si existe —y me gusta pensar que sí— no puede limitarse a unos días concretos ni a un estado emocional pasajero.
Si es bueno, si es verdadero, debería formar parte de nuestra conciencia individual y colectiva.
Y desde ahí, ayudarnos a trabajar desde la paz y para la paz,
desde la solidaridad y para la solidaridad,
desde el amor y para el amor.

Quizá el espíritu navideño no sea algo que “llega”, sino algo que recordamos.
Una oportunidad para volver a nacer,
para renacer,
para el encuentro.
Para mirar al otro como a uno mismo.
Pero antes —y esto es clave— para mirarnos de verdad.

Solo cuando nos vemos con honestidad podemos iniciar una limpieza interna:
reconocer las impurezas inconscientes que a veces habitan nuestro gesto,
nuestro corazón,
nuestra alma.
Esa depuración no es castigo, es conciencia.
Y desde ese reconocimiento de lo que somos, podemos afrontar la realidad con mayor verdad.

Todo lo que podemos ver en nosotros, lo veremos en el otro.
Todo lo que aún tenemos por mejorar,
nos invita a ser compasivos con quienes también están en su proceso.
Empatizar no es justificarlo todo;
es reconocernos en la fragilidad y en la fortaleza compartidas,
en la vulnerabilidad y en el poder que nos habita como seres humanos.

El espíritu navideño, si es auténtico, también cuestiona nuestros hábitos.
Nos invita a no derrochar alimentos,
a no dejarnos arrastrar por un consumo que se convierte en consumismo,
a comprar más de lo que necesitamos
y a gastar más de lo que podemos sostener.
Nos recuerda que cada decisión es una responsabilidad.

Elevar la mirada implica ver más allá de nuestro entorno inmediato.
Ser conscientes de otros pueblos,
de otras realidades,
de los procesos migratorios,
del dolor silencioso que atraviesa a millones de personas en el mundo.
No para culpabilizarnos, sino para despertar humanidad.

Tal vez ahí resida el verdadero espíritu navideño:
en encarnar la bondad,
en vivir desde la gratitud,
en comprender la magnitud del ser humano
y, al mismo tiempo, lo pequeños que somos en medio de este planeta compartido.

Consumir menos cosas
y más conciencia.
Menos exceso
y más solidaridad.
Menos ruido
y más amor.

Que este tiempo sea una oportunidad para el encuentro,
para la amistad,
para relaciones que respeten la dignidad humana.
Que celebremos la vida
con alegría,
con respeto,
con humildad
y con bondad.

Porque si existe el espíritu navideño,
no está fuera.
Está en lo que decidimos encarnar.

Esteban Rodríguez García es coach en Gestión Emocional y Mindfulness.