
En Telde se ha normalizado una liturgia que ya no sorprende a nadie: un día sí y otro también, vecinos de distintos barrios denuncian fallos reiterados del alumbrado público. Hoy aquí, mañana allá. La ciudad como un interruptor caprichoso que decide cuándo hay vida en la calle y cuándo toca recogerse temprano.
La Concejalía de Alumbrado Público y la empresa concesionaria Elecnor parecen haber perfeccionado la reparación efímera: se arregla, se apaga; se vuelve a arreglar, se vuelve a apagar. Un ciclo perfecto para una sangría de quejas que no cesa y que, en los barrios de la periferia, va dejando un poso incómodo: la sensación de ser enclaves de segunda o tercera categoría.
La ironía alcanza su mejor versión en Navidad. Mientras un sector muy concreto del centro luce adornos y brillos de postal, el resto del municipio aprende a convivir con la penumbra. Decoración focalizada con precisión quirúrgica; oscuridad distribuida con generosidad. Eficiencia selectiva, podría llamarse.
En medio de este panorama, las explicaciones del concejal Juan Francisco Artiles ya no convencen. No por escasas —hay muchas— sino por previsibles. Y, además, porque cada vez que los fallos de su gestión salen a relucir públicamente en TELDEACTUALIDAD, único medio que lo hace (los otros están en modo a-Pagado), el edil se amula un poco más. El gesto se repite: silencio incómodo, excusas recicladas, promesas que se diluyen. Como si la crítica apagara aún más las farolas.
Los vecinos no piden un tratado técnico ni un parte de averías infinito. Piden soluciones. Y las piden ya. Porque la falta de luz no es solo una molestia: es un problema de inseguridad. Calles oscuras, parques infantiles inutilizados desde las 18.30 horas, pasillos que invitan a desaparecer de la vida pública. La ciudad encogida por una bombilla que no llega.
Quizá haya llegado el momento de asumir que el alumbrado no puede funcionar por turnos ni por códigos postales. Que una ciudad no se gobierna con luces largas en el centro y cortas en los barrios. Y que la ironía, por fina que sea, no alumbra. Alumbra la luz. La de verdad. Y esa, hoy por hoy, sigue faltando.
















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