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Domingo, 07 de Diciembre de 2025

Actualizada Domingo, 07 de Diciembre de 2025 a las 20:42:29 horas

Hoy se cumplen 246 años

Juan Martín, el turronero que plantó cara al alcalde de Telde en las fiestas de Jinámar

Se negó a contribuir con la ronda y denunció al primer edil del Ayuntamiento de Telde

SONIA VEGA/TELDE Domingo, 07 de Diciembre de 2025 Tiempo de lectura: Actualizada Domingo, 07 de Diciembre de 2025 a las 18:02:23 horas

La noche del 7 de diciembre de 1779, Juan Martín acababa de cerrar su caja del turrón y se disponía a emprender marcha hacia su casa, tras una jornada de venta en las fiestas de Jinámar cuando, de pronto, se aproximaron Thomás de Oramas, escribano público de Telde, y varios ministros del lugar.

 

Los señores le indicaron que debía volver a abrir la caja, corresponder “con lo que era costumbre de ronda” y seguir vendiendo, algo a lo que Martín se negó de manera tajante. Sabía que “en lo antiguo” era obligatorio hacer ese tipo de retribución al Ayuntamiento, es decir, aportar parte del género que se estaba vendiendo, pero también conocía que la Real Audiencia de Canarias había sentenciado el fin de tales gratificaciones. Por lo tanto, no estaba dispuesto a ceder lo más mínimo.

 

El alcalde teldense, Pedro Navarro Medina, acudió de inmediato a la plaza de Jinámar, donde se estaba formando el revuelo y, lejos de calmar los ánimos, comenzó a vociferar insultos y amenazas, según queda recogido en el expediente 11.924 de la RAC que puede consultarse en el Archivo Histórico Provincial de Las Palmas.

 

“¡Pícaro, ladrón, procedes de las brumas!” fueron, según la versión del turronero, las palabras proferidas por Navarro quien, además, amenazó al vendedor ambulante con cogerlo y meterlo en un cepo. Como Martín seguía en sus trece de no contribuir con la ronda, el Alcalde optó por embargarle la caja del turrón y pedir que entregara su llave. Juan Martín obedeció a estas órdenes. Con su sombrero en la mano, respondió “haga usted lo que quiera”, le dio la llave al escribano y se fue a la Ciudad, pero no iba a dejar así las cosas. Ese turrón era el sustento de su familia. Estaba plenamente convencido de que se había cometido un abuso por parte de la autoridad local y, en cuanto pudo, requirió los servicios de Domingo Josef Pastrana para interponer una denuncia por lo acontecido.

 

La versión del alcalde de Telde

En todo juicio debe escucharse a ambas partes y en éste no iba a ser menos. Navarro Medina comenzó su argumento recordando que “es del cargo y obligación de los alcaldes el celar y rondar, conforme a derecho, las noches de feria y otras semejantes por la razón de impedir cualesquiera lances que, por título de rifas de turrón, juegos de tablillas y naipes, funestamente suelen ocasionarse cuando se hallan sin el respeto Judicial”. Agregó que, lo que más les apetecía a los trajinantes era encontrarse bajo el amparo y abrigo del “Patrocinio Judicial” para poder vender y, por ello, “desde tiempo inmemorial, por vía de pasaporte y gratificación, contribuyen a los ministros de dicha ronda con aquello que más apropensión consideraban, como era el de dar una libra de turrón y de la mejor calidad, cada turronero, por este desvelo y trabajo”.

 

Sobre lo que pasó esa noche, detalla que estuvo sobre las 9 examinando la plaza de la ermita de Jinámar, luego pasó a las Casas del Conde de Vega Grande, “a donde también es costumbre concurrir a hacer mención en ella, así la noche como el día de la festividad de dicha Señora” y que sobre las 11 regresó a la plaza, donde había turroneros que se lamentaban de los asaltos que les hacían varias personas, una de ellas, Francisco Cabrera, alias “bicho”. Después de los desórdenes y de tener que realizar las correspondientes averiguaciones sobre quiénes eran los responsables de los hurtos, el alcalde dio consentimiento al escribano para que practicara “aquel estilo antiguo de Ronda de Cajas de turrón”.

 

Según la declaración de Pedro Navarro, se hallaba en la Iglesia cuando lo requirieron ante la negativa de Juan Martín a contribuir con el aro de turrón, “lo que viene a ser un importe de 4 ó 6 cuartos corrientes”, dijo. “Acudí a ver qué ocurría y por qué no aportaba esa poquedad”. Añadió que la caja quedó en depósito del santanero de la ermita, mientras que la llave la custodió el escribano público.

 

El as bajo la manga del turronero

Unos años antes de este suceso, en 1773, Luis Pastrana, Soldado del Presidio de esta Isla, tuvo un litigio con Marcos de Ojeda, Escribano Público de Telde y con Antonio Esteves, Ministro Alguacil de dicho lugar. De él se dictó una sentencia según la cual el Corregidor debía escribir cartas a los Alcaldes de los lugares para que, por bando, se publicara que no llevaran, pidieran ni recibieran, aunque se les diera de manera voluntaria o por razón de ronda, “ni por tuna ni por cualquier otro pretexto”, la libra de turrón que percibía antes, ni cosa alguna.

 

El turronero era conocedor de esta sentencia y la aportó en el juicio. La interposición de esta denuncia no era un tema meramente personal pues, en su escrito ante la Real Audiencia, además de que le devolvieran el valor de lo contenido en la caja del turrón que le embargaron, Juan Martín solicitaba que requirieran a los alcaldes a que dejaran de percibir y pedir gratificación alguna por las rondas, pues eran perjudiciales tanto para él como para los demás con los que compartía oficio.

 

Turronero, no ponga turrón

Analizadas las versiones y con la presentación de la sentencia por parte de Juan Martín, la Audiencia se pronunció rápidamente. El 1 de febrero de 1780 falló que lo establecido en la Providencia aportada por el turronero debía guardarse y cumplirse, “sin que se contravenga en cosa alguna” y que la caja debía ser entregada de manera inmediata al demandante. En cuanto al alcalde, se le solicitó que cumpliera con las sentencias del Tribunal y que continuara haciendo las rondas, con el mismo celo que hasta el momento.

 

Martín, quien se dedicaba a vender de fiesta en fiesta para “socorrer y mantener a su familia”, demostró que, con la tranquilidad de saber que la ley y la verdad estaban de su lado, se podía hacer frente a quien le exigía, sin derecho alguno: “¡turronero, pon turrón!”

 

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