
Sin habernos aún desembarazado del “viernes negro”, un reclamo tramposo creado para incentivar compras compulsivas de gangas y baratijas, entramos en diciembre y sin solución de continuidad vamos de cabeza a las fiestas navideñas, cada vez más ajenos a cualquier proporcionalidad en el consumo, responsabilidad ante la contaminación y sobriedad ética en el uso de electricidad, la compra de artículos de adorno y regalo y nuestras prácticas culinarias.
Y es que en Occidente la Navidad se ha terminado celebrando una festividad que teóricamente simboliza la paz, la esperanza y el renacimiento de la vida, con unas maneras que agreden masivamente los soportes vitales del planeta y cualquier principio de ponderación y mesura. Mientras los mensajes culturales hablan de reflexión y bondad, el culto nada inocente al consumismo impone un ritmo de extracción, producción y desecho frenético que genera una enorme deuda ecológica y que pagarán las futuras generaciones.
La tradición de alumbrar la oscuridad del invierno se ha transformado en una desaforada competición de hiper-iluminación estética. Ciudades enteras, con sus Ayuntamientos al frente, compiten con las demás por tener más millones de luces LED encendidas justo durante unas semanas en las que la demanda energética para la calefacción ya tensa las redes y aumenta la quema de combustibles fósiles.
El punto más crítico medioambientalmente es la compra sin tino de fruslerías, adornos y juguetes de plástico -casi siempre fabricados, además, en el sur global en condiciones laborales precarias- que horas o semanas después se desecharán sin la menor previsión ni condiciones de reciclaje. Particularmente, en el rito navideño de intercambiar dádivas, el "abrir" los regalos generará montañas de residuos inmediatos solo en envoltorios y los trastos de plástico que regalamos a las y los pequeños tardarán muchas décadas en degradarse.
También nuestras mesas navideñas se han convertido en ágapes de desproporción extraños a toda ética de la suficiencia. Consumimos productos alimenticios exóticos y de fuera de temporada, que requieren una logística de frío y transporte aéreo que produce una huella de carbono inmensa, y se cocina muy por encima de la capacidad de ingesta. Lo que trae como resultado, que en Occidente durante las fechas navideñas el desperdicio de comida se dispare hasta un 20-30% más. Toda una falta de respeto hacia los recursos finitos y hacia la multitud de semejantes que sufren desnutrición y hambre.
Y no es que no haya alternativas. Sobre todo quienes vivimos en el hemisferio norte, podríamos resignificar estas festividades en una celebración, que viene de la noche de los tiempos, despojada de presiones consumistas y reactualizada, que se basa en el solsticio de Invierno, los ciclos naturales, el retorno de la luz solar y la conexión comunitaria.
En cuanto a la iluminación, en los momentos de reunión hogareña sustituir la mayoría de la eléctrica por la calidez de velas biodegradables. Y en el exterior recuperar la oscuridad para apreciar las estrellas. En lugar de espumillón, bolas y remedos de árboles de plástico, utilizar elementos que la naturaleza presta y luego recicla: ramas secas, piñas, hojas y elaboraciones artesanas con materiales naturales. Y al hacer regalos, eliminar el papel de usar y tirar, buscar el bajo impacto y alto significado, priorizar las experiencias sobre objetos y priorizar la segunda mano y la artesanía frente a las mercaderías industriales.
Así mismo, como los más maduros recordamos que se hacía en nuestra infancia ¿qué tal volver a menús basados exclusivamente en productos locales y de temporada recuperando recetas tradicionales de invierno que honran el ritmo de la tierra? Y, como entonces, planificando las elaboraciones y las cantidades para lograr el pleno consumo y el “desperdicio cero”.
En fin, volver a encontrarnos con lo que la Navidad prometía originalmente, pero el mercado pervirtió: la conexión genuina con los demás y el respeto reverencial por la vida y el planeta que nos sostiene.
Xavier Aparici Gisbert es filósofo y experto en Gobernanza y Participación.
























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