
En el marco del Día Mundial de la Infancia que celebramos esta semana, es fundamental recordar que la educación de los niños no debe ser vista como una responsabilidad exclusiva de la escuela, ni de otros agentes externos llámese abuelos, entrenadores o cuidadores. Si bien estas figuras juegan un papel importante en el desarrollo de los pequeños, los cimientos más sólidos de la educación se construyen en casa, desde los primeros años de vida.
Vivimos en un mundo cada vez más acelerado, donde los padres a menudo nos vemos atrapados entre el trabajo, las responsabilidades y las demandas cotidianas. Sin embargo, es esencial no perder de vista que la educación de los niños comienza en casa. No se trata solo de enseñar a nuestros hijos a leer o escribir, sino de formar personas íntegramente desarrolladas, con valores, habilidades sociales y emocionales, y una visión crítica del mundo que los rodea. Estos aspectos no pueden ser delegados exclusivamente a las instituciones educativas, pues son los padres quienes conocemos mejor a nuestros hijos y quienes tenemos la mayor influencia en su vida. Aunque desgraciadamente esto no es siempre así.
Es cierto que la escuela es un espacio de aprendizaje, donde los niños adquieren conocimientos académicos, pero la verdadera educación, esa que forma el carácter, la empatía, la responsabilidad y el respeto, comienza en la familia. Los niños observan a sus padres y cuidadores, aprenden de sus actitudes, de la manera en que resuelven los conflictos, de cómo manejan sus emociones y de cómo interactúan con los demás. Cada conversación, cada acción y cada ejemplo de los padres se reflejan en la vida de los niños. Y al final nos encontramos con pequeños que son fieles reflejos de cómo son sus padres. Afortunadamente, en algunos casos en los que el modelo no es tan positivo, los niños encuentran en la escuela ese modelo que les hace formarse como seres responsables.
El rol de los padres no es solo guiar en las materias escolares, sino también ser los primeros en enseñarles el significado de valores como la honestidad, la solidaridad, el respeto, el esfuerzo y la perseverancia. Los niños no solo necesitan saber qué aprender, sino también cómo vivir en sociedad y cómo ser buenas personas. Y este aprendizaje se da, normalmente, en casa.
De igual forma, debemos recordar que la vida de un niño no está limitada a la escuela. Los momentos en familia, las experiencias cotidianas, los juegos y las interacciones sociales son también espacios de aprendizaje profundo. Los padres tenemos el poder de influir en las pasiones y vocaciones de nuestros hijos, de inspirar confianza en ellos mismos y de fomentar su curiosidad por el mundo.
La Convención de los Derechos del Niño, la más universal de los tratados internacionales, establece una serie de derechos para los niños y las niñas, incluidos los relativos a la vida, la salud y la educación, el derecho a jugar, a la vida familiar, a la protección frente a la violencia y la discriminación, y a que se escuchen sus opiniones. Por ello todos desempeñamos un papel clave en el bienestar de la infancia.
Aprovechando el Día Mundial de la Infancia, reflexionemos sobre el papel central que como padres, abuelos, educadores y cuidadores tenemos en la formación de los más pequeños. No perdamos la comunicación con nuestros hijos y para ello tenemos que ser empáticos, porque ni las edades son las mismas ni la sociedad es la misma a la nuestra. No deleguemos nuestra responsabilidad de ser sus primeros y mejores maestros. Porque, al final, son los valores, el ejemplo y el amor que les brindamos en casa los que les acompañarán toda la vida.
Esteban Gabriel Santana Cabrera es maestro de Primaria.









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