
Cuando la razón de peso es la calidad de las aguas oceánicas
Dedicado a todas las personas que defienden con pasión el océano, las playas y los riscos porque saben que la salud de sus aguas es la salud de los seres que las habitan y la nuestra.
Melenara, Salinetas, Ojos de Garza, Aguadulce, Tufia, Gando están alarmados. Una alarma social que corrió como la pólvora por todo el litoral del este y sur de Gran Canaria cuando vieron como, progresivamente, aquello que comenzó siendo un fenómeno puntual de contaminación que afectaba a dos playas concretas: Melenara y Salinetas, iba extendiéndose y contaminando todas y cada una de las playas del Este y Sur grancanario, hasta llegar a las playas del municipio de Mogán, poniendo en riesgo no sólo la imagen de la isla sino una realidad económica incontestable, el turismo, motor económico que aporta cerca del cuarenta por ciento del producto interior bruto de las islas, y que mueve en todo el archipiélago veinte mil millones de euros al año. Con episodios tan preocupantes como éste al que se ha respondido tarde y mal, cerrando algunas playas pero acompañando a tal prohibición el mutismo más absoluto por parte de las autoridades pertinentes sobre los resultados de las analíticas llevadas a cabo, no iniciando con carácter de urgencia, plan alguno de contención de los contaminantes, tipo barreras flotantes u otros específicos, y poniendo en riesgo, como ha sucedido, la excelencia de nuestra isla como destino turístico, mal vamos.
Pero no es el turismo el factor esencial que deseo analizar, a la hora de abordar este serio problema de contaminación costera, preocupante episodio que no es nuevo, pues se produce año tras año cuando el otoño llega, el viento del norte se calma, el tiempo del sur impera y las calmas hacen de esta maravillosa costa, una balsa de aceite. Parece el momento ideal, tras el verano, de disfrutar la ciudadanía de la playa, los vecinos, los canarios en general, de su litoral, pero no. La situación idílica de aguas limpias que existía hace una veintena de años, pasó a la historia. Desapareció. Y las causas hay que buscarlas en los vertidos costeros no controlados y en quienes generan residuos orgánicos y químicos que terminan en el océano sin un mayor control.
El enfrentamiento de toda la sociedad canaria con la ubicación de las jaulas de cultivos marinos de peces es porque le han robado sus aguas limpias, le han usurpado el derecho a disfrutarlas, le han arruinado sus hábitos, sus costumbres y la calidad de sus fondos marinos costeros.
La manifestación del próximo domingo, día dieciséis de noviembre, no es para decidir si Jaulas sí o Jaulas no, es para expresar el enfado mayúsculo de toda la población que reside, visita y disfruta de nuestras playas, pues sienten que les han engañado y se las han usurpado.
Y no sólo eso, la manifestación de este domingo es para mostrar la insatisfacción de tanta gente ante unas autoridades indignas, que no saben cumplir con sus obligaciones.
Y son indignas porque ningún informe técnico serio, validaría jamás la ubicación de unas jaulas marinas dedicadas a la acuicultura a quinientos metros de una costa habitada y de playas limpias de masivo uso popular.
Son indignas porque jamás deberían otorgar autorización a una empresa privada si no existen específicos y concretos planes de contingencia capaces de articularse en un período breve de tiempo (muy pocas horas, acaso un día) y se ha demostrado que no ha sido así y que las playas han pasado semanas enteras contaminadas y aún siguen, porque a día de hoy, lunes diez de noviembre, Melenara, Vargas, San Agustín, Las Burras, Salinetas, Aguadulce, Taurito, Anfi de Mar, playa de Mogán, Tauro, Las Marañuelas y Puerto Rico siguen cerradas al baño.
¡Increíble pero cierto! Nuestro activo natural más importante puesto en jaque por unas instituciones que no han sabido velar por los intereses de sus ciudadanos y la preservación del medioambiente.
Estos gestores, políticos o técnicos, son indignos porque tienen la concepción de que la población es ignorante y desconocen que unos análisis urgentes sobre contaminación de las aguas pueden hacerse exigiendo inmediatez ante la gravedad del problema y realizándose en tiempo récord. En pleno siglo veintiuno y con los avances tecnológicos y científicos existentes, ni siquiera son necesarias analíticas sofisticadas para tener informes precisos, pero lo importante es dejar dormir el problema y engañar a la población no sólo retardando dichos informes cerca de un mes, sino lo que es mucho más sangrante, no dándolos a conocer, no presentándolos públicamente, no permitiendo que expertos no sujetos a coacción alguna, puedan valorarlos, desde la objetividad de los colectivos vecinales perjudicados, grupos ambientalistas, asociaciones ecologistas etc.
Pretenden engañarnos con análisis realizados a última hora, actuales, justo cuando han cambiado las condiciones de los vientos y las corrientes marinas, justo cuando el agua desvía los contaminantes hacia el interior, fuera de la costa y por consiguiente el litoral se encuentra un poco más limpio, aunque el océano, sus fondos y corrientes se encuentren un poco más sucios. Pero no ha sucedido así, las costas siguen grasosas en superficie y las arenas sucias con residuos, aún con vientos del nordeste, y no hubo más remedio que mantener cerradas no sólo las playas ya mencionadas sino, desde el pasado viernes, día siete de noviembre: playa de Mogán, Taurito, Palya del Cura, Puerterico, Patalavaca, Playa de las Marañuelas y Anfi de Mar, todas en el municipio de Mogán.
Todos sabemos que el agua estuvo sucia, la playa estuvo sucia y los riscos estuvieron sucios. Es tan innegable que esto sucedió, como lo es el hecho de que se cerraran todas estas playas. Y lo más grave es que todo sigue igual, sin barreras de protección para las grasas alrededor de las jaulas, sin medidas específicas y la ciudadanía enrabietada por la inutilidad de sus dirigentes que no están a la altura de las circunstancias y no pueden disfrutar de un litoral limpio al que tienen derecho como ciudadanos, pero sobre todo como canarios.
Todos sabemos de la presencia de capas de grasa, unas de color amarillento, otras blanquecino, que cubrieron playas y riscos. Todos sabemos de la pestilencia que provocó la cantidad ingente de pescado muerto. Todos sabemos de la insensatez del Cabildo Insular al no permitir que en sus vertederos no se efectuara una recogida masiva de esa materia orgánica desde un primer momento, materia que podía estar enferma, con riesgo para la ciudadanía, en putrefacción, pues sólo se limitaron a aceptar la cuota diaria permitida, demostrando no existir plan alguno de contingencia, plan para situaciones extraordinarias, planes para episodios excepcionales como el que sucedió a mediados del pasado mes de octubre y que persiste aún, sin haberse solucionado nada, avanzado el mes de noviembre.
Todos sabemos que la podredumbre permaneció en las jaulas, las imágenes aéreas de drones y aviones así lo confirmaron y siguen confirmándolo en las últimas imágenes realizadas, y que esas manchas de color aceitoso que se extendían por todo el litoral del Este grancanario, contaminaron las playas del Ámbar, la de Gando, las pequeñas playas de Arinaga, El Cuervito, Las Burras, San Agustín y progresivamente todas y cada una de las playas más turísticas, alcanzando la costa de Mogán que tuvo que cerrar la mayoría al público.
Preocupante situación, pues todos tenemos la sensación de que ante cualquier emergencia grave o catástrofe natural, estamos indefensos, pues los representantes públicos no ejercen sus responsabilidades, tienen pavor al riesgo que supone actuar con acciones bien definidas contra intereses manifiestos, pues se plantean, como si se tratase de una balanza, los pros y los contras de tales decisiones a la hora de valorar las consecuencias que esas medidas tendrán en un futuro encuentro electoral. Ante tal tesitura optan, ¡qué infortunio!, por no hacer nada y esperar que el problema se solucione sólo, o la ciudadanía lo olvide.
Es esta política de inacción la que trae consigo la imposibilidad de bañarse en playas limpias, la de caminar por ellas sin salir con la suciedad en la piel, con manchas en los pies que recuerdan las de pichi pues no se quitan fácilmente, la de soportar olores pestilentes a pescado corrompido, muerto, a sufrir picores en la piel, infecciones oculares, infecciones en los oídos o diarreas en aquellas personas habituadas a nadar en el que, creían seguro, canal de aguas abiertas Salinetas-Taliarte.
Y todo esto sucedía por la indecisión, la apatía política y la falta de análisis urgentes desde un primer momento y la recepción y comunicación al público de los resultados. No podrán jamás alegar que faltaron las denuncias ciudadanas, nunca dirán que sucedió porque no se alertó de lo que pasaba a tiempo, nunca podrán decir que hubo falta de información a los medios de comunicación pues éstos alertaron siempre, desde el primer momento, sobre el día a día del desastre acaecido.
Y esto sucedía al comienzo, con riesgo para la población usuaria de las playas, ante la cobardía de cerrar las playas contaminadas. ¿Cómo puede ser que la arena de una playa y sus aguas amanezcan llenas de pátinas grasientas, de bolitas extrañas de diverso tamaño sobre la arena, de restos varios de origen desconocido, de olores nauseabundos que se detectan antes de llegar a la misma y no se cierre de inmediato, aunque sólo sea por precaución, por garantizar la salud de sus usuarios?
Así lo hizo la corporación de San Bartolomé de Tirajana sobre la marcha. Yo fui testigo. Una denuncia sobre residuos avistados desde la costa por una bañista cursada a la policía municipal -es curioso como un vehículo de la policía local se mantiene de vigilancia fija en las arenas de las playas del Sur y jamás ven los vecinos un coche o un par de policías en ninguna de las playas de Telde-, y ésta lo transmite al ayuntamiento y sobre la marcha, ellos mismos alertan al personal de la Cruz Roja de que inviten a los bañistas a bandonar el agua mientras los agentes municipales colocaban las vallas y un letrero prohibiendo el baño. Tiempo utilizado en realizar este servicio, menos de treinta minutos.
En Telde, en la playa de Salinetas donde el problema fue mayor pues se encontraba la ubicación de las jaulas afectadas por la masiva mortandad de peces, donde las jaulas se encuentran a la vista no superando su distancia los quinientos metros, no se cerró y fue de las últimas en desaconsejarse el baño.
Las redes sociales ardieron y arden con esta problemática, no sólo las insulares sino redes españolas de más amplia difusión, y a mí me llega un artículo de una de estas empresas dedicadas a la acuicultura -desconozco si es o no la misma que ostenta la concesión de las jaulas de engorde del sector Melenara, Salinetas, Tufia-, donde se presentan las jaulas de engorde de lubinas como una panacea. Lo que es negro lo visten de blanco y la tinta y el papel lo aguantan todo. El artículo en cuestión fue publicado en El País en fecha 22 de enero de 2023 y el periodista que firma su autoría, Nacho Sánchez .
En él, bajo el título: “La lubina canaria conquista los restaurantes”, el responsable de Aquanaria nos habla de la cantidad de toneladas que dicha empresa produce y gestiona en aguas canarias, en aquel entonces tres mil toneladas, es decir tres millones de kilos de lubinas que no sólo engordan sino que producen detritus (heces y orinas). Si tenemos en cuenta que los desechos generados formados por las heces de los peces, el pienso y la comida no ingerida y los residuos químicos y farmacológicos necesarios como biocidas y para el mantenimiento de la salud de los peces, forman parte de los fangos que se acumulan bajo las jaulas, causantes de los altos niveles de contaminantes sobre el lecho marino y causa esencial de la conocida como desertificación océanica provocada por la masiva presencia de detritus, la vida marina en estos lugares, simplemente, no existe.
De la lectura de este artículo sólo deseo extraer un par de declaraciones, el resto se me antoja puro marketing comercial:
La primera se encuentra justo al comenzar el primer párrafo y dice así:
“A la lubina le gustan las aguas claras, oxigenadas y limpias”.
Pues bien esas aguas eran las que existían aquí, en nuestras playas, hace veinticinco años, justo antes de que se instalaran los hacinamientos de pescados en nuestras costas, a la distancia a que se encuentran, frente a las playas. Es decir, desde ese preciso instante teníamos frente a nosotros millones de peces enjaulados produciendo carne, es cierto, pero también heces y residuos.
Y fue justo desde ese momento, cuando comenzaron las aguas a perder su claridad y transparencia.
Una universidad alemana lleva años realizando controles sobre la turbidez de nuestras aguas en la zona de Taliarte y otros puntos de la costa teldense mediante análisis periódicos. Han constatado que su turbidez ha aumentado continuamente. Algo que, sin estudio alguno, constatan año tras año los bañistas de sus playas cercanas: Melenara, Salinetas, Tufia y Ojos de Garza.
Ya no tenemos aguas claras ni aguas limpias y lo confirman una serie de especies biológicas que son bioindicadores de la contaminación de las mismas y que han dejado de existir. Son organismos filtradores. Los mejillones, ostriones, clacas, abanicos, orejas de mar han despararecido de nuestro litoral, organismos que hace treinta años eran abundantes a lo largo de nuestra costa.
El centollo, frecuente entre las algas que cubrían las bajas rocosas que desde Taliarte se extiendían por estas rasas no sólo hasta el muelle de Salinetas, sino más al sur hasta la punta de Tufia, en todas estas zonas rocosas del litoral teldense, el centollo, abundante otrora, ha desaparecido.
La segunda nota recogida de dicho artículo dice:
“Entre 40.000 y 50.000 lubinas viven en cada uno de los 48 viveros que la compañía dispone en aguas de Gran Canaria, a entre dos y tres millas de la costa”.
Yo, que soy de tierra adentro, voy al conversor de Google de millas náuticas en kilómetros terrestres y observo que las jaulas, según manifiesta el señor don Pedro Sánchez, director comercial de la compañía en cuestión, se encuentran en distancias comprendidas entre tres mil setecientos cuatro metros y cinco mil quinientos cincuenta y seis metros, o dicho de otra manera entre tres kilómetros y medio y cinco kilómetros y medio de la costa.
Perdónenme que me ría pero me gustaría me señalaran cuáles se encuentran a tales distancias, pues ninguna de las instaladas en Telde se encuentra en esa horquilla métrica, es más, las que hay fuera de ordenación porque están ubicadas en ZPA (zona de prohibición acuícola) se encuentran a menos de quinientos metros de la costa y las últimas legalizadas a poco más de un kilómetro.
Sorprende también la cantidad tan grande de lubinas -50.000 ejemplares-, en un cilindro enmallado tan reducido. Económicamente, será muy rentable, pero querría saber que dice sobre ello la Ley de Bienestar Animal. Yo, al menos, considero que un alto nivel de estrés, seguro que sufren los peces enjaulados.
Como podemos ver por las especies desaparecidas, al parecer sólo el ser humano es capaz de aceptar estos cambios en su entorno como normales y, acostumbrarse a las nuevas condiciones del agua y su turbidez y bañarse entre pequeños residuos que apenas ve la mayor parte del año.
La viñeta del humorista J. Morgan en Canarias 7, con fecha nueve de noviembre, no puede ser mas clarividente: Se ve un letrero en una playa de Gran Canaria con este texto: “Vertedero temporalmente fuera de servicio. Disculpen las molestias”.
Esta es la razón esencial que ha generado el movimiento ciudadano que grita: ¡Basta ya de residuos en el océano! ¡Stop vertidos! ¡Devuelvan nuestras playas limpias!
Este movimiento popular sólo espera que los políticos que los representan estén a la altura de esta demanda social y vecinal.
Yo, excúsenme mi incredulidad, pero no tengo confianza alguna en ellos pues han demostrado su inutilidad en la pequeña dana que inundó Salinetas y otras zonas teldenses en el pasado mes de marzo, olvidándose de dar solución alguna, como así ocurrió.
El movimiento ciudadano no demanda tanto. Pide que se cumpla la legislación vigente y que los grupos de jaulas marinas que se encuentran en zonas de prohibición acuícola (ZPA), sean desmantelados ya.
Se pide mayor control y multas ejemplares a los responsables de éste y de cualquier otro vertido detectado en el litoral canario. Se pide alejar las jaulas a zonas donde la incidencia en la costa habitada sea nula o mínima. Se piden planes de contingencia para situaciones excepcionales y se piden porque se ha visto que esta vez no existieron y si los había, ninguno se ha aplicado hasta hoy.
No puede ser que los derechos de los habitantes y usuarios a un litoral limpio sea cercenado por empresas privadas que, ante la desidia institucional, sólo mirarán sus intereses y su propio bolsillo, tanto las que desarrollan sus negocios sobre el océano como las que se encuentran en tierra firme pero sus vertidos terminan en él.
José Manuel Espiño Meilán, amante de los caminos y de la vida. Lector, escritor y educador ambiental.









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