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Lunes, 03 de Noviembre de 2025

Actualizada Lunes, 03 de Noviembre de 2025 a las 17:58:19 horas

Opinión

Sin ideología no hay proyecto político

Reflexión de Antonio Morales, presidente del Cabildo de Gran Canaria

ANTONIO MORALES MÉNDEZ Lunes, 03 de Noviembre de 2025 Tiempo de lectura: Actualizada Lunes, 03 de Noviembre de 2025 a las 07:51:11 horas

El problema de América Latina es que la ideología no da de comer”, dijo el recientemente electo presidente de Bolivia, Rodrigo Paz. La frase, repetida ahora en distintos foros con un aire de sensatez práctica, encierra una trampa. Porque, en realidad, lo que perjudica a los pueblos no es la ideología, sino su ausencia. Lo que empobrece a las sociedades es la gestión sin alma, el cálculo sin principios, la política sin horizonte.

 

En los últimos tiempos se ha extendido también en España y en Canarias la idea de que la política debe desprenderse de las ideologías, de que lo importante es gestionar bien” y de que los proyectos nacionales deben construirse desde una supuesta neutralidad transversal que todo lo concilia. Se nos quiere convencer de que las diferencias ideológicas son un estorbo del pasado y que basta con la técnica o el pragmatismo para gobernar.

 

No es una novedad. De Gaulle o Perón ya defendieron la centralidad de la acción frente al dogma. Macron llegó a decir que le interesaba su economía, no las teorías. No las ideologías sino el progreso. Blair y Clinton propusieron una tercera vía” que pretendía superar la confrontación entre derecha e izquierda, le dio forma a finales de los noventa Anthony Giddens (Mas allá de la izquierda y la derecha”). Pero todas esas experiencias acabaron demostrando que la renuncia a la ideología no era un signo de madurez democrática, sino el inicio del conformismo. Las respuestas tecnocráticas de Draghi y Renzi en Italia, de Macron en Francia o de Ciudadanos en España, no solo han fracasado estrepitosamente, sino que han abierto la puerta a la extrema derecha.

 

Cuando la política renuncia a una visión transformadora y se reduce a mera gestión, la democracia se debilita. Se apagan los debates que hacen avanzar a las sociedades y la ciudadanía se refugia en el desencanto. Ese vacío lo llenan los populismos reaccionarios, que ofrecen certezas simples a problemas complejos. La supuesta neutralidad ideológica termina siendo una rendición ante el pensamiento dominante y ante los intereses de los poderosos.

 

Vivimos un proceso de derechización profunda del debate público y de los valores que sustentan la convivencia. Se normalizan discursos xenófobos, se cuestionan derechos conquistados, se criminaliza la diversidad y se blanquean los proyectos autoritarios. En este contexto, no dar la batalla ideológica, refugiarse en una gestión postpolítica o en un nacionalismo aséptico desligado de un modelo de sociedad hacia el que queremos avanzar, es una irresponsabilidad histórica.

 

Porque la ideología sí da de comer. Define el modelo económico y social, determina cómo se reparte la riqueza, qué papel tiene el Estado, qué derechos se garantizan y cuáles se dejan al mercado. La deriva ideológica de un país marca quién avanza y quién queda atrás. La economía nunca es neutra: siempre responde a valores e intereses que alguien decide defender o perpetuar.

 

Para Norberto Bobbio, las diferencias entre las derechas y las izquierdas perviven y giran fundamentalmente en torno a la igualdad. Este es el gran elemento diferenciador. Luchar contra las desigualdades sociales desde la justicia social y la equidad, desde el derecho al trabajo, a la salud y a la educación. También desde la búsqueda de la igualdad de oportunidades y la distribución de la riqueza, haciendo frente al capitalismo que  afirma que la libertad se sostiene en la desigualdad.

 

Algunos discursos que hoy emergen en Canarias, apelando a un nacionalismo de conciliación interclasista y sin ideologías, pueden sonar amables a primera vista. Bajo la apariencia de un proyecto común se esconde, muchas veces, la renuncia a enfrentarse a las desigualdades estructurales o a los privilegios de unos pocos. Un nacionalismo que rehúye definirse acaba siendo solo regionalismo, sin capacidad de transformar la realidad ni de defender a quienes más lo necesitan.

 

Canarias no puede permitirse ese vacío. Esta tierra ha sufrido durante siglos las consecuencias del centralismo y de las decisiones tomadas desde la distancia. Hoy, más que nunca, necesita una voz propia y valiente, arraigada en los valores de justicia social, sostenibilidad y defensa de los derechos colectivos. Un gobierno ultraderechista y españolista, sostenido por PP y Vox, sería nefasto para los derechos de los canarios y canarias y para el futuro de esta tierra. No solo por sus efectos económicos o competenciales, sino porque supondría un retroceso moral y democrático de décadas.

 

El nacionalismo progresista que ha representado a Canarias en las últimas décadas ha demostrado que la identidad y la justicia social no son conceptos opuestos, sino complementarios. Defender Canarias es defender a su gente, su cultura, su dignidad y su derecho a un futuro mejor. Es apostar por un modelo de desarrollo que ponga la vida en el centro, que impulse la transición ecológica, que defienda la igualdad y que entienda la economía como una herramienta al servicio de las personas, no al revés.

 

Frente a los cantos de sirena de la transversalidad” o de la política sin ideología, hay que reivindicar que el progreso siempre ha tenido una orientación clara. Las grandes conquistas sociales —el sufragio universal, la educación pública, la universalización de la sanidad, la igualdad de género, los derechos laborales— fueron fruto de luchas ideológicas. Nada importante se logró desde la neutralidad.

 

La neutralidad no transforma, solo perpetúa. Por eso, cuando se pide que los proyectos políticos gestionen sin dividir”, en realidad se está reclamando que aceptemos sin debate las reglas de los que mandan. Pero las instituciones democráticas no están para gestionar inercias, sino para marcar el rumbo hacia una sociedad más justa, solidaria y sostenible.

 

Canarias necesita seguir ese rumbo con claridad y coraje. Nuestra condición insular y periférica exige una mirada ideológica fuerte, consciente de nuestra historia y de nuestras singularidades. Un proyecto que no aspire a contentar a todos, sino a convocar a quienes creen que la justicia, la igualdad y la sostenibilidad deben guiar el futuro.

 

Sin ideología no hay proyecto. Sin principios, la política se convierte en trámite y el nacionalismo en decorado. Lo que esta tierra necesita no es neutralidad, sino compromiso. Convicciones firmes, manos limpias y una idea clara de hacia dónde queremos avanzar. Porque Canarias no puede ser un territorio sin alma política: su alma está hecha de lucha, mestizaje y esperanza. Y esa historia no se honra desde la asepsia, sino desde la convicción de que, incluso hoy, la ideología sigue siendo el alimento del pueblo.

 

Antonio Morales Méndez es presidente del Cabildo de Gran Canaria.

 
 
 
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