
Vivimos en una sociedad que confía a los niños dispositivos cada vez más potentes y que sustituyen a juguetes de generaciones anteriores. Teléfonos móviles que abren las puertas a un mundo libre de información, vídeos, juegos, contenidos y personas desconocidas. Y lo más fácil es echarle la culpa a la tecnología, aunque el problema es que nuestros niños navegan por los dispositivos sin control alguno, por falta de formación de los padres y de la escuela en segundo lugar, y esto que se me entienda bien, porque siempre recaen las culpas sobre la escuela y no somos capaces de ver lo que hacemos mal en casa.
En la Semana Mundial de la Alfabetización Mediática e Informacional, proclamada por la UNESCO, los centros educativos volvemos a alzar la voz para recordar algo evidente: no podemos seguir mirando hacia otro lado.
Cada vez llegan más alumnos a Primaria que ya muestran síntomas de dependencia del móvil. En mi centro, no resulta extraño que una familia nos llame desesperada porque su hijo de ocho o nueve años le insulta o le arrebata el teléfono de las manos. Algunos pasan horas pegados a la pantalla de madrugada, sin que nadie sepa qué ven, qué descargan o con quién hablan. Son niños vulnerables, expuestos, y no podemos permitir que la infancia se diluya entre videos, postureo e influencers, que en muchos casos influyen de manera negativa en los más pequeños.
La propia UNESCO insiste en que alfabetizar mediáticamente es capacitar a la ciudadanía del presente y del futuro para acceder, comprender y crear información de forma crítica, ética y responsable. Lo he dicho en múltiples ocasiones, no se trata de demonizar las pantallas ni de idealizar una infancia desconectada, se trata de educar, desde casa primero, para convivir con una realidad que ya es irreversible.
Muchos padres, y no con mala intención, entregan el móvil como solución rápida, para calmar la frustración, para entretener, para “tener un rato de paz”. Pero la pantalla no es solo un “entretenimeinto” es una puerta abierta que, sin acompañamiento, puede arrastrar a nuestros niños y niñas al aislamiento, sobreexposición, baja autoestima y adicción tecnológica.
Cuando un niño insulta para conseguir un dispositivo, ¿hablamos solo de mala conducta? ¿O estamos ante una ansiedad que aún no sabe gestionar y que la tecnología está alimentando?
Si la familia está desbordada, cada vez con más frecuencia, la escuela debe asumir su papel compensador. No basta con prohibir el móvil en clase: hay que enseñar a usarlo. Y eso empieza con una alfabetización mediática real, práctica, sistemática.
En nuestro colegio, hemos puesto en marcha un proyecto llamado “Detectives de la desinformación”. El alumnado aprende a distinguir fuentes fiables, a identificar bulos, a preguntarse quién crea un contenido y con qué intención. Se sorprenden al descubrir cómo les manipula un titular o cómo un algoritmo decide lo que ven.
De pronto, el móvil deja de ser una máquina mágica y se convierte en un objeto que pueden comprender y controlar, no que les controla a ellos.
Otra pieza indispensable es la formación a padres y madres. Ellos también necesitan orientación, fijar horarios de uso, sacar los móviles del dormitorio, hablar abiertamente de riesgos, acompañar, supervisar. Muchos agradecen tener un espacio donde no se les juzgue, donde se comparten límites y estrategias.
Porque la alfabetización mediática es responsabilidad compartida. Y si no la asumimos ahora, la factura la pagarán nuestros niños.
La digitalización no tiene marcha atrás. El acceso temprano tampoco. Por eso la pregunta no es si debemos alfabetizar mediáticamente, sino cómo de rápido vamos a hacerlo.
Educar en el uso crítico de la tecnología es educar para la libertad. Y como educadores, tenemos la obligación de ofrecer a los más pequeños una oportunidad de crecer en un entorno digital seguro y consciente. No hacerlo sería renunciar a protegerlos.
Esteban Gabriel Santana Cabrera es maestro de Primaria.

























javierbumo@hotmail.com | Sábado, 01 de Noviembre de 2025 a las 10:10:16 horas
Al maestro Esteban Gabriel Santana, darle mi enhorabuena por este sencillo pero profundo artículo. Abarcando un tema muy actual y lleno de 'incógnitas'. La utilización de la 'modernidad' (llámese móviles, ipads, tablets, calculadoras que 'tiran p' atrás' a cualquier lego en materias 'operacionales') no puede imperar en nuestra sociedad, dejando al ‘albur’ los valores éticos que rigen en el mundo. El principio de estos chiquillos es la familia, donde recogen las virtudes y la educación de unos padres que son los encargados de que más tarde emprendan otro camino como es el de la 'escuela'. Allí los maestros, como Esteban, dedican todo su esfuerzo en 'enseñar' las diferentes asignaturas a las que el chico/a debe enfrentarse a lo largo de esa etapa. Pero han aparecido unos 'bichitos' que no hacen mucha gracia: los aparatos electrónicos y 'capacitados' para doblegar la labor de los maestros. No me opongo a que utilicen los mismos pero sí a que se 'abuse' de ellos, de tal manera que la figura del 'maestro' deje de tener toda la importancia que ha tenido para pasar a ocupar un 'segundo plano', dicho de manera coloquial. Primero, la educación paternal y luego la 'enseñanza' en la escuela por parte de los 'docentes', de los maestros que son la segunda etapa en la vida de nuestros pequeños. ¡Seamos sensatos y déjense 'aconsejar' por todos cuantos adultos tienen 'cabida' en sus vidas! Javier Burón.
Accede para votar (0) (0) Accede para responder