
En el cuento de Hans Christian Andersen, “El Traje Nuevo del Emperador”, un monarca vanidoso es engañado por dos astutos tejedores que le prometen un traje invisible, visible únicamente para aquellos dignos de sus cargos. Nadie en la corte, incluido el propio emperador, se atreve a admitir su incapacidad para percibir el traje, hasta que un niño, libre de prejuicios y protocolos, proclama la verdad: “¡Pero si va desnudo!”.
Esta fábula ha trascendido su contexto literario para convertirse en una potente metáfora psicológica y social, conocida como el “Síndrome del Emperador Desnudo”. En el ámbito de la política contemporánea, este síndrome describe con precisión un fenómeno preocupante: la persistencia en el error, la vacuidad de los discursos y la desconexión con la realidad, sostenidas por un consenso de silencio o complicidad colectiva. Se manifiesta cuando el poder carece de sustancia.
En el ámbito político, el término “traje invisible” se refiere a una narrativa carente de sustancia, una promesa incumplida, un proyecto inviable o una gestión manifiestamente deficiente. Esta ausencia de contenido se perpetúa gracias a diversos actores que, por diversas razones, actúan como cortesanos del cuento. Cuando el síndrome del emperador desnudo se instala en la política, sus consecuencias son profundamente perjudiciales para la democracia. La erosión de la confianza es una de las principales repercusiones, ya que la brecha entre el discurso oficial y la realidad percibida por la ciudadanía genera desconfianza en las instituciones, los líderes y, en última instancia, en el sistema democrático. Además, se persiste en políticas fallidas, profundizando los problemas en lugar de resolverlos, y se reduce el espacio para la crítica constructiva y el disenso, empobreciendo el diálogo social.
Recientemente, y como muestra de este síndrome, un líder local del norte de nuestra isla se atrevió arengar a la feligresía en unas fiestas de un barrio dentro del templo, que pasaría si un cura decidiría entrar en un pleno municipal y, con micrófono en mano, arremetería contra quienes conforman el salón de plenos. Cada cosa en su sitio, pues existen mecanismos públicos para solventar la situación planteada por el regidor, y si tuviese algo de razón, en ese preciso momento, la dilapidó. Es necesario recordar a quienes le encuentran la gracia, que el síndrome del emperador desnudo en la política es un recordatorio atemporal de los peligros de la sumisión intelectual y la idolatría al poder.
La salud de una democracia reside no únicamente en la calidad de sus líderes, sino también en el valor crítico de su ciudadanía, en la independencia no solo de las instituciones públicas, sino también de aquellas que conforman la sociedad civil, y en la fortaleza de una prensa libre. El acto más revolucionario y necesario, tal como ilustra el cuento del niño, consiste en poseer el coraje de señalar lo evidente, de nombrar la realidad por su nombre, incluso cuando todo un reino prefiere continuar aplaudiendo un traje inexistente. Asimismo, se requiere la denuncia pública por parte de la Asociación agraviada, ya que solo desde la verdad, por incómoda que esta resulte, se puede comenzar a construir un futuro más sólido y auténtico.
El problema no es novedoso, pero se intensifica con la falta de autocrítica y con una cultura política que prioriza la imagen sobre la gestión. En consecuencia, la ciudadanía se acostumbra a aplaudir con resignación o a mirar hacia otro lado. La política local, que en teoría debería ser cercana, se vuelve cada vez más distante. Este síndrome no solo afecta a quienes ostentan el poder, sino a todo el ecosistema que lo sustenta. Lo padecen los asesores que temen perder su puesto si discrepan, los partidos que prefieren el silencio a la autocrítica, y los medios de comunicación que, dependientes de la publicidad institucional, suavizan sus titulares. Asimismo, lo sufre la oposición cuando cae en la tentación de reproducir los mismos vicios: negar los errores propios y exagerar los ajenos.
El resultado es una política que confunde la propaganda con la realidad. Romper este hechizo no requiere magia, sino valentía. Es necesario que una entidad, como una Asociación de Vecinos, se atreva a expresar lo evidente: que la situación actual no se corresponde con la imagen proyectada, que los mecanismos no funcionan como se afirma. Que no busca la destrucción, sino la corrección y la disculpa. La democracia se fortalece con la crítica honesta, no con la adulación constante. La transparencia y la rendición de cuentas deberían ser consideradas señales de madurez política, no de debilidad. Requerimos una disminución de la retórica vacía y un aumento de la política real: aquella que escucha, reconoce errores y corrige el rumbo. Pues la peor desnudez no es la del emperador, sino la de una sociedad que deja de observar, de comunicarse y de exigir.
Gregorio Viera Vega fue concejal del PSOE en el Ayuntamiento de Telde.



















El brujo de Telde | Domingo, 26 de Octubre de 2025 a las 22:23:04 horas
ATI A TEO Como Judas,. En una iglesia .Haciendo política .Traicionándonos. Por una treintena de votos : Jamás te lo perdonaremos
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