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Miércoles, 22 de Octubre de 2025

Actualizada Miércoles, 22 de Octubre de 2025 a las 21:20:52 horas

Colaboración

La tricolor de un pueblo que no se rinde

Diego Ojeda

DIEGO F. OJEDA RAMOS Miércoles, 22 de Octubre de 2025 Tiempo de lectura: Actualizada Miércoles, 22 de Octubre de 2025 a las 18:27:25 horas

Cada 22 de octubre, el pueblo canario celebra el Día de la Bandera Nacional Canaria, la tricolor con estrellas verdes. No se trata solo de un símbolo, ni de una simple tela ondeando al viento. Es, ante todo, un acto de afirmación colectiva, una manera de decir que seguimos aquí, con voz propia y memoria viva.

 

La bandera tricolor —blanca, azul y amarilla, con siete estrellas verdes— nació hace ya 61 años, en 1964, ideada por Antonio Cubillo en el marco del Movimiento por la Autodeterminación e Independencia del Archipiélago Canario (MPAIAC). Sin embargo, sus raíces son más hondas. La combinación de colores ya estaba presente en la bandera de 1961, inspirada en las dos provincias canarias, mientras que las estrellas se remontan al estandarte que el Ateneo de La Laguna izó en 1907 bajo la presidencia de Benito Pérez Armas, con siete estrellas blancas dispuestas según la geografía del archipiélago.

 

Más allá de los nombres y las fechas, lo que late detrás de la tricolor es la búsqueda de una identidad propia. En los primeros años del siglo XX, el tinerfeño Secundino Delgado, considerado el padre del nacionalismo canario, ya había comenzado a tejer esa idea de “canariedad” desde Venezuela, donde muchas personas emigrantes isleñas reflexionaban sobre su origen y su destino. Fue allí donde el término “siete estrellas verdes” empezó a resonar con fuerza, cargado de esperanza y pertenencia.

 

Con el tiempo, la tricolor se convirtió en símbolo popular, democrático y rebelde. En romerías, manifestaciones, estadios de fútbol o concentraciones sociales, ondea la bandera que un día fue calificada de “separatista” pero que hoy encarna una canariedad diversa, consciente y orgullosa. Su presencia en actos culturales o deportivos es una muestra de cómo los pueblos transforman los símbolos, los dotan de nuevos significados y los adaptan a sus luchas.

 

En 2018, cuando La Graciosa fue reconocida oficialmente como la octava isla habitada, volvió el debate: ¿deberíamos añadir una octava estrella? Algunas personas lo ven como una necesidad de actualización; otras, como una traición a la historia. Pero ese debate, más allá de su resultado, revela algo esencial: el poder de los símbolos para representar nuestras emociones, nuestras reivindicaciones y nuestra manera de entender el mundo.

 

Y es que, aunque la tricolor no sea la bandera oficial de la Comunidad Autónoma, representa a un pueblo que se resiste a ser silenciado. La otra, la “bandera de los perros”, remite a una etimología colonial que falsea nuestras raíces. En Canarias no había perros antes de la conquista. El nombre de nuestro archipiélago, más que a los “canes”, alude a los canarís, una antigua tribu bereber del norte de África que se asentó en Gran Canaria. Creer en esa versión es también un gesto de descolonización: reivindicar la verdad frente al relato impuesto.

 

En 2017, cuando se intentó prohibir la tricolor en los estadios por considerarla “políticamente inadecuada”, la respuesta fue contundente: el pueblo volvió a cantar. En el Estadio Gran Canaria y en el Heliodoro Rodríguez López, las gradas de la UD Las Palmas y el CD Tenerife entonaron la canción que desde la Transición acompaña cada acto reivindicativo, reafirmando que la identidad canaria no se puede sancionar.

 

Recuerdo entonces una de esas tardes en el estadio. Llevaba mi bandera canaria de las siete estrellas verdes sobre los hombros, como una capa. Mi mujer, temerosa, me miró y me dijo: —¿Y si la policía te detiene? Le respondí sin dudar: —Ojalá me detuvieran por llevar mi bandera, por llevar en los hombros la pertenencia y el orgullo de ser canario. Porque no hay delito en amar lo que uno es, ni vergüenza en mostrarlo al mundo.

 

Por eso, cada 22 de octubre no celebramos solo una bandera. Celebramos la memoria de quienes lucharon por reconocernos como pueblo, desde Secundino Delgado hasta quienes hoy siguen ondeando las siete (u ocho) estrellas verdes con orgullo. Porque en cada tela tricolor late un mensaje antiguo y a la vez nuevo: Canarias existe, resiste y se nombra a sí misma.

 

Y quiero cerrar este artículo con unos versos de mi tío abuelo José Quintana, del libro Atis Tirna, cuya poesía acompañó mi infancia nacionalista de izquierda, marcada por la enseñanza humanista de la UPC. Versos que hablan de dignidad, de trabajo y de raíz; los mismos valores que la tricolor representa hoy para tantas y tantos canarios:

 

> A mi padre, panadero del campo y del mar

Traigo mis versos de campos

como el agua trae el mar.

Tú no me vengas con cuentos

que el campo no tiene pan.

¿No llevan mieses las olas,

y peces labra el cantar?...

Tú no me digas que vienes

siempre citando el refrán:

 

—Duerme, mi niño poeta;

duerme, que así se abrirá

la espiga que en el mar tiene

los surcos de tanto afán.

 

Así, entre el pan, la mar y la palabra, sigue ondeando nuestra bandera: libre, mestiza y viva.

 

Diego Fernando Ojeda Ramos fue concejal del Ayuntamiento de Telde y actualmente es asesor en la Consejería del sector Primario, Soberanía Alimentaria y Seguridad Hídrica del Cabildo Insular de Gran Canaria.

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