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Opinión

Sí, en su imperio se pone el Sol

Nicolás Guerra

NICOLÁS GUERRA AGUIAR 1 Sábado, 18 de Octubre de 2025 Tiempo de lectura: Actualizada Sábado, 18 de Octubre de 2025 a las 19:41:33 horas

Fue en 2024, estimado lector, cuando una orden ministerial autoriza el cambio de nombre del instituto Saulo Torón de Gáldar (hoy, IES Agáldar), cuyos inicios aularios se remontan a cincuenta años atrás, 1975. Así pues, la institución académica lleva sobre sus espaldas medio siglo de vida, intensísima actividad y pedagógica labor para beneficiar a una sociedad, la galdense-agaetense, tan necesitada de un centro de enseñanzas medias desde mucho antes. (Me atrevo a decir que desde el siglo anterior. Más: desde el milenio pasado.)

 

Por carecer el municipio de tal entidad pública (por suerte, contábamos con el Colegio Cardenal Cisneros), mi promoción y otras más tuvieron que desplazarse al único aulario oficial, el Pérez Galdós, para culminar el segundo ciclo de enseñanza, el Bachillerato, y entreabrir las puertas al Preuniversitario. Una vez superado, permitía el salto a la facultad.

 

Fue el mío un curso de muy madrugadoras y diarias albas. Para llegar sin retraso al capitalino centro, la última oportunidad estaba en el pirata -voz registrada en el Diccionario Básico de Canarismos, Academia Canaria de la Lengua- cuya salida estaba fijada para las 6:30h de la nocturnal amanecida… si el micro no 'cargaba' [personas] antes. Con él llegábamos -siempre que la Cuesta de Silva no se *bloquiara por lluvias, desprendimientos...- a la capital sobre las 7:45h. Quince minutos después comenzaban las clases. Y con suerte, la vuelta culminaba en Gáldar alrededor de las 15:45. (Por cierto: no existía la 'Pista de Bañaderos'. El punto medio del viaje era Arucas.)

 

Pues bien. El actual IES Agáldar, con muchísimo retraso, estrenó nuevo edificio también el año pasado: obsolescencia, descomposición y caducidad del inmueble anterior reclamaban a gritos su abandono, obra construida aceleradamente para no perder la concesión de la inicialmente llamada Sección Delegada del Pérez Galdós. Durante dos cursos (79/81) fui testigo directo de cómo todo él necesitaba urgente tratamiento: más de una vez, como jefe de estudios del nocturno, suspendí las clases por inundaciones, cortes de luz y otras 'causas ajenas': a fin de cuentas tampoco yo podía luchar contra otoñales e invernales tiempos y defectos de construcción. Ni tan siquiera con la invocación al adivino que un día llegó a la aldea gala de Astérix y Obélix y lograba que el cielo cayera sobre su cabeza con torrenciales lluvias o conseguía el inmediato brillo del sol con la ayuda del dios Taranis.

 

Mi ya jubilada actividad profesional (casi cuatro décadas) confirmó que los señores consejeros de Educación del Gobierno de Canarias (atísticos, psocialistas, ppepperos) tampoco poseían superpoderes para controlar naturales comportamientos del Sol y las aguas de los cielos («Yo no soy ni el que pone el sol ni la lluvia», pregonó con acierto el actual). Pero también es cierto que hubo relajientos comportamientos durante años de espera por el nuevo edificio.

 

Es decir, muchos 'déjese dil', excesivos 'estamos en ello', evasivos 'mi gabinete lo estudia a conciencia'... mientras la Consejería construía uno en Nivaria con cúpulas vaticanas, rampas interiores, completos laboratorios... Porque ya se sabe cómo es el ser humano de los canarios: entre conversás frente a perras de vino y 'esta roniá es mía', las soluciones para coleguillas y paisas tenían prioridad, ¡oh, ya!: 'Ha llegado la hora de Tenerife', *ATIstaron desde Chenerif.

 

Y en hablando de poner o no poner el Sol o 'las lluvias que nacen de los mares' (al decir del poeta Pedro Lezcano en 'Consejo de paz'), me vienen a la memoria las anuales celebraciones que, al comienzo de la estación otoñal, realizan grupos de grancanarios para rememorar el llamado Almogarén de Bentayga, a espaldas de la caldera de Tejeda. El significado de tal acto (religioso o cívico-religioso según los profesores Corrales - Corbella y Morera, respectivamente) viene recogido en sus diccionarios, en el mismo orden onomástico, como almogaren - almogarén»/ almogaren.

 

Así, bien es cierto que los antiguos canarios (generalizo) no controlaban meteorológicamente estaciones o temporadas de lluvias. Pero a pesar de sus grandes limitaciones tecnológicas sobre satélites, radares, inteligencia artificial… sabían cuándo debían reunirse para programar siembras, preñeces de animales, sacar de roperos las prendas para las temporadas de frescos y fríos, las comerciales de otoño-invierno. Y acertaban casi siempre a pesar, insisto, de sus muy elementales barómetros, termómetros, veletas... comprados a muy bajo precio al chino de la cueva del al lado o, acaso, traídos de Agáldar, a fin de cuentas zona más desarrollada e industrializada para tales siglos.

 

Pero ya se sabe: lo barato sale caro. Por ahorrar algunos dracmas, óbolos, denarios, sestercios, dinares o dirhams (necesarios para gabinetes, consultorios, programadores y asesores de guanartemes y faycanes), a veces los aborígenes cumbreros fallaban y descubrían los cargados aguaceros cuando tarecos (atarecos en La Palma), archivadores y *teideles montañas de informes técnicos ya navegaban hacia la mar, 'qu'es el morir'. Pero con una experiencia aprendían, pensaban, razonaban. Además, la lectura de los llamados clásicos (griegos y romanos) avivaba sus mentes. Estas reaccionaban tras filosóficas discusiones, a fin de cuentas fueron educadas para el servicio a la comunidad y eficiencias, capacidades y competencias.

 

¿Y a qué viene la sentencia («No soy el que pone el sol») del señor consejero de Educación, Cultura y Deportes del Gobierno de Canarias? La dio a conocer en el Parlamento regional un día de septiembre mientras se discutía sobre las llamadas 'aulas-sauna' en centros oficiales, denunciadas por señorías de la oposición: «Aulas convertidas en saunas y niños que han empezado el curso sudando como pollos». (Por cierto: ¿tienen aire acondicionado tal edificio, lugar físico de inapropiados desajustes dialécticos, los despachos oficiales?)

 

Sí, así fue durante septiembre según recogen distintos medios de comunicación. Pero no hubo originalidad: ya había sucedido en 2023 («desmayos y lipotimias en las aulas, forzando incluso a la suspensión histórica de las clases», leo en CANARIAS7), precisamente el mismo año en que el actual gobierno del señor Clavijo había tomado posesión. De lo cual es fácil concluir que la experiencia pudo haber sido tenida en cuenta para amarrar corto. El aula no es solo información: las relajaciones físico-psicológicas exigen elementales instalaciones.

 

Sí: en el imperio de Felipe II no se ponía el Sol (a la misma hora) precisamente porque aquel ocupaba varios continentes. Ni la enseñanza oficial exigía atenciones y ayudas: no existía. Pero sí hoy en Canarias, adonde las intensas y cada vez más frecuentes calufas llegan para quedarse. Los alumnos de los centros públicos, criaturitas de Dios, merecen al menos medía docena de ventiladores. (¿Qué tal si sus señorías celebraran algunas sesiones -mayo, junio, septiembre- en sus aulas? Se discutiera lo que se discutiera, los acuerdos serían inmediatos y por absoluta unanimidad.)

 

Nicolás Guerra Aguiar es catedrático y escritor.

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